domingo, 25 de noviembre de 2007

"monopoly": globalización de la pobreza

(17ª parada)
“Cuando hagas la siega de tus campos, no siegues hasta los últimos rincones ni recojas las espigas que queden en lo segado. Tampoco rebusques tus viñas, ni recojas los racimos que caigan en ellas. Deja todo esto para que sirva a los pobres y a los extranjeros”.

(Libro del Levítico, cap. 19: 9-10)

He jugado al ajedrez, me gusta el ajedrez. Es un juego de guerra, pero su reglamento proporciona partidas incruentas y, aunque llegues a asediar a tu adversario, nunca llegas a ensañarte contra él. Sólo tratas de realizar un bonito juego combinativo, poner belleza en sesenta y cuatro escaques, coordinar estrategia y táctica. Y una vez terminada la partida (como dice aquella frase), el rey y el peón vuelven a la misma caja. Si amas el ajedrez, ya ganes, ya pierdas, ya hagas tablas, puedes tener la sensación de que has ganado de todas formas. Te sientes bien después de una gran partida, independientemente del resultado.

He jugado al 'monopoly'. Éste no es un juego de guerra, pero casi. Tienes que conseguir arruinar o destrozar sin piedad a varios rivales. Hay que ser implacable... Te alegras de la desgracia de tus contrarios: si tienen la mala suerte de acabar en la cárcel, mejor para ti; si un imprevisto de la partida les deja maltrecha la economía, mejor para ti; si por casualidad caen en esa propiedad tuya tan cara y además con hotel (lo que llevas esperando que suceda varias vueltas al tablero), mucho mejor para ti... Cuando el juego termina, sólo puede quedar uno con toda la pasta del resto. Si ganas, hasta te puedes sentir bien; pero si pierdes, ¡maldita sea, necesitarás otra partida para resarcirte! Las reglas son más abiertas: puedes negociar, aliarte temporalmente con otro jugador... y esto sí que te permite ser todo lo cruel que te consientan las vísceras.

Estamos jugando al monopoly. Llevamos siglos jugando a este maldito juego, pero da la sensación de que la partida estuviera a punto de terminar. Los ricos son ya demasiado ricos y los pobres demasiado pobres. Se juega con mucha saña, las reglas permiten todo lo deshonesto, todo lo depravado, que se pueda llegar a ser. En este siglo, todos estamos ya operados de las vísceras (y de tripas hemos hecho corazón), así que no hay impedimentos para abonar el tablero con lo peor que pueda generar la Humanidad. A los países pobres los tenemos trincados por sus 'partes blandas' y pronto tendrán que abandonar y dejarnos (o malvendernos) sus propiedades a los más ricos... Pero, dentro de los países ricos, también habrá que ir desembarazándose de todos aquellos elementos que impidan ganar la partida. Incluso en los países ricos hay demasiados pobres y el lastre de la pobreza puede ser muy perjudicial si se piensa en la victoria: mucho gasto social y muchas gaitas, que es como tratar de llenar un saco sin fondo. Además, los pobres ya no son clientes y, por tanto, hay que ir echándolos del juego.

No sé si nos alegramos de las desgracias ajenas (¡quiero creer que NO!), pero podemos estar llegando a ser sus causantes, ¿y qué hacemos? Se me encoge el corazón al ver tantas catástrofes que asolan las zonas más pobres y subdesarrolladas del planeta, sin que sus habitantes puedan hacer gran cosa. En los últimos años, una gran parte de esas tragedias puede haber aumentado su intensidad como consecuencia del cambio climático. Y somos los países desarrollados los principales responsables de ese cambio: nuestro ritmo de vida está tan acelerado que hemos desequilibrado el orden natural de forma irreversible, según ya vaticinan los científicos. Esto es jugar al monopoly de la forma más brutal. Las soluciones que les estamos dando a los sufridores de estos males son las ayudas que los gobiernos de los países ricos envían a los países pobres. La manzana de la bruja del cuento de Blancanieves tenía menos peligro que estas ayudas... Éste es el asunto: A lo que llamamos “ayudas” de los gobiernos, deberíamos llamarles más exactamente “préstamos que vosotros, países pobres, deberéis devolvernos con sus intereses”, porque es lo que son en realidad. Y es muy triste tener que admitirlo, pero es así. Cuando uno de nuestros gobiernos está aprobando este tipo de ayudas lo hace en estos términos: es un préstamo que debe ser devuelto, nada de donación a fondo perdido. Esto está sirviendo para que la deuda externa de los más pobres aumente de forma muy alarmante. Y con ello se consigue que los campeones mundiales de la pobreza nos deban un montón de favores y tengan su futuro literalmente hipotecado, en muchos casos por los problemas que nosotros mismos les estamos causando. Interesante forma de extorsión, pero así nos las gastamos los ricos cuando jugamos al monopoly. No es de extrañar que, en ciertas ocasiones, el gobernador de turno de alguno de estos países se vea obligado a rechazar las supuestas ayudas de sus 'preocupados benefactores', sólo porque no quiere tener que estar pagando favores indefinidamente. También es cierto que es difícil obviar las críticas que semejante decisión en un caso de emergencia van a llover tanto desde dentro como desde fuera del país afectado. Y esto sirve para aumentar la inestabilidad en la zona.

Es una forma muy sucia de jugar, pero todos estamos implicados en ella. En el antiguo pueblo de Israel, había leyes que trataban de aliviar la situación de los pobres y de los extranjeros con necesidades, de una forma muy sencilla: ya que tú tienes de sobra, permite que otros tengan de lo que a ti te sobra. Más sencillo no puede ser. La trituradora capitalista (verdadera máquina de picar carne) en la que estamos metidos nos está haciendo creer que ya no tenemos de sobra: ¡Estamos endeudados! ¡Nos falta, no nos sobra!: hipotecas, pagos aplazados, créditos... Pero ésta es la mentira más ladina que nos ha vendido el capitalismo. Porque, en el fondo, para el capitalismo no somos más que la mano de obra de sus ganancias, sus clientes potenciales de donde obtendrán su riqueza los ya muy ricos. Así que: gastemos. Y a ser posible: gastemos sin freno, muy por encima de nuestras posibilidades reales y, por supuesto, de nuestras verdaderas necesidades. ¡Ojo!: las navidades están ahí al lado. Habrá dinero para gastar a mansalva (con ese dinero se pagaría la deuda externa de varios países) y se encenderán luces y más luces sin sentido, con un gasto energético desmesurado e incomprensible en la coyuntura ambiental en que vivimos. Pero se hará. Y esto me hace desconfiar de los gobiernos que tenemos (sean del tipo que sean, aquí no voy a entrar, porque compruebo que los resultados son siempre muy parecidos al tratar este asunto) y me hace pensar que los verdaderos remedios no consisten en delegar en estos gobiernos la solución de los problemas que ha causado “el monopoly”, sino en asumir como propia, de cada ciudadano, la tarea de reparar las desgracias ajenas.

Se dice que la unión hace la fuerza ...¡Y vaya si es verdad! Nuestro gobierno ha aprobado una ayuda (es decir, aunque no se dice, préstamo) de 750.000 euros para las víctimas del ciclón 'Sidr' en Bangladesh. Si hubiera 20 millones de españoles que apartáramos tan sólo 1 euro cada uno de las compras de navidad y lo donáramos para cubrir esta emergencia, tendríamos una verdadera ayuda (sin devoluciones) de 20 millones de euros. Los números no mienten. Alguien se hará la pregunta: Pero, ¿cómo hago llegar mi euro hasta Bangladesh? Pues habrá que darse el trabajo de investigar qué personas de confianza están llevando a cabo estas tareas con eficacia, sin avaricia y con transparencia. Para empezar a tirar del hilo, se me ocurre consultar, por ejemplo, a la Fundación Lealtad, que es una guía de la transparencia y buenas prácticas de las ONGs y ONGDs, ONGs de Desarrollo ...e insisto en lo de “No Gubernamental”, porque creo que de los gobiernos no vendrán las soluciones por iniciativa propia. En fin, que no hay excusa posible.

El mejor regalo que hoy (no esperemos a la navidad) podemos hacer a los países pobres es recoger las fichas, las casitas verdes, los hoteles rojos, los billetes de pega, plegar el tablero de cartón, meter todo en su caja y no volver a sacar más el dichoso monopoly del armario de los juegos.
Siempre nos quedará el ajedrez.

domingo, 18 de noviembre de 2007

cuestiones de forma

(16ª parada)
“Le respondió Dios a Samuel: No te fijes en su apariencia, ni en su elevada estatura, porque yo no lo tengo en cuenta. Dios no mira lo mismo que miran los hombres: los hombres miran lo que está delante de sus ojos, pero Dios mira el corazón”.

(Libro 1º del profeta Samuel, cap. 16: 7)

Voy a comenzar como lo dejé, con Umberto Eco. Hay un momento en su novela “El nombre de la rosa” que disfruto con especial deleite: sucede en ‘Tercer Día. Vísperas’. Fray Guillermo de Baskerville y Adso de Melk (tal como si fueran los Sherlock y Watson medievales) están tratando de descifrar los secretos del laberinto que es la biblioteca de la abadía donde transcurre la trama del libro. Guillermo (gran erudito, él) piensa en lo bueno que sería contar con una máquina para orientarse dentro del laberinto (“capaz de reconocer el norte de noche y en un lugar cerrado, desde donde no se pudiera ver el sol ni las estrellas”), que funcionara tanto dentro como fuera de la biblioteca. Esta máquina aprovecharía la fuerza de una “piedra prodigiosa que atrae al hierro”. Varios científicos de la época ya han estudiado el fenómeno: Roger Bacon, Pierre de Maricourt e, incluso, el sabio árabe Baylek al Qabayaki, quien ha descrito la manera más sencilla de utilizar la máquina. Sí, ya sé que nunca habéis oído hablar de nada tan parecido a una brújula... pero estamos en la primera mitad del siglo XIV y las cosas no son tan sencillas... En medio de la conversación que ocupa a los dos personajes, se enciende una bombilla en la cabeza de Guillermo, y aquí es donde yo ya me relamo de gusto. Voy a transcribir partes del diálogo (comienza hablando Guillermo):

- (...) Espera, se me ocurre otra idea. La máquina señalaría también hacia el norte si estuviésemos fuera del laberinto, ¿verdad?
- Sí, pero entonces no la necesitaríamos, porque tendríamos el sol y las estrellas.
- Lo sé, lo sé. Pero si la máquina funciona tanto fuera como dentro, ¿por qué no sucedería otro tanto con nuestra cabeza?
- ¿Nuestra cabeza? Claro que también funciona fuera. ¡Desde fuera sabemos perfectamente cuál es la orientación del Edificio! ¡Pero cuando estamos dentro es cuando ya no entendemos nada!
- Eso mismo. Pero, olvida ahora la máquina. Pensando en la máquina he acabado pensando en las leyes naturales y en las leyes de nuestro pensamiento. Lo que importa es lo siguiente: debemos encontrar desde fuera un modo de describir el Edificio tal como es por dentro...
(...)
- Espléndido descubrimiento, pero entonces, ¿por qué es tan difícil orientarse en ella?
- Porque lo que no corresponde a ley matemática alguna es la disposición de los pasos. (...) El máximo de confusión logrado a través del máximo de orden: el cálculo me parece sublime. Los constructores de la biblioteca eran grandes maestros.
(...)
- ¿Cómo habéis sido capaz de resolver -dije admirado- el misterio de la biblioteca observándola desde fuera, si no habíais podido resolverlo cuando estuvisteis dentro?
- Así es como conoce Dios el mundo, porque lo ha concebido en su mente, o sea, en cierto sentido, desde fuera, antes de crearlo, mientras que nosotros no logramos conocer su regla, porque vivimos dentro de él y lo hemos encontrado ya hecho.
- ¡Así pueden conocerse las cosas mirándolas desde fuera!
- Las cosas del arte, porque en nuestra mente volvemos a recorrer los pasos que dio el artífice. No las cosas de la naturaleza, porque no son obra de nuestra mente.



Hasta aquí con “El nombre de la rosa”. Ahora paso a una denuncia: un claro anti-ejemplo de lo expuesto anteriormente es el museo Guggenheim de Bilbao del arquitecto (?) Frank Gehry. Y ya sé que este tipo de declaraciones sirve para ganarse ‘enemigos’ (aunque por este motivo, no me importa lo más mínimo: ¡vale la pena!). También sé que no es comprensible que raindrop (alias don-nadie, en este mundillo) critique a todo un premio Pritzker (no sé qué tiene este premio que acaba por reblandecer el seso de los premiados) de reconocida fama internacional. Me da igual... el capricho me lo he dado fuera de aquí y me lo doy también aquí. Pero debo justificar mi denuncia: ¿Una irregular boñiga de titanio para albergar salas paralelepipédicas? ¿Quién lo entiende? Uno de los valores por excelencia de la arquitectura (¡de la arquitectura de verdad!) es su coherencia formal. Y uno de los matices de esa coherencia es la estudiada correspondencia entre el interior y el exterior. En este museo no existe ese valor. Desde este punto de vista, no se puede justificar arquitectónicamente. Para el caso, se podría haber concebido una escultura y no pasaría nada. La mayor parte de la gente conoce al Guggenheim de Bilbao como una escultura. Luego, entras al edificio y es como si entraras en otro edificio diferente.

Comprendo que hay una justificación como icono mediático, como imagen de una ciudad (todo Bilbao concentrado en este edificio), que es lo que lo ha llevado a la fama ...aparte de la brutal campaña propagandístico-interesada que se hizo en su momento para encumbrar a esta birria arquitectónica a la altura de ‘maravilla del mundo mundial’. Pero ésta es una cuestión que está al margen de lo real y meramente arquitectónico y tiene más que ver con lo mercantil.

En realidad, la práctica de la arquitectura nunca estuvo desvinculada de la práctica del poder. Y, en muchas ocasiones (sobre todo las más recientes), ha sido toda una pena. El momento más dulce de la reciente arquitectura, el Movimiento Moderno de los grandes maestros de la primera mitad del siglo XX, padeció por este motivo. El auge de los totalitarismos de todo signo que cubrieron la Europa de aquellos años provocó un extraño fenómeno: En la Alemania nazi, grandísimos arquitectos como Mies van der Rohe, Walter Gropius, Erich Mendelshon y tantos otros tuvieron que exiliarse a Estados Unidos (difíciles comienzos ¡hablando alemán en Chicago!), mientras en el viejo continente triunfaban tipos como Albert Speer (condenado a 20 años de prisión en el proceso de Nüremberg), de sobrada capacidad de trabajo y bastante talento, pero consagrado a satisfacer el ‘gusto’ de su patrón por un rancio clasicismo, adicto a saludar al estilo de los emperadores y llenar frontispicios con sus águilas. En Italia, más de lo mismo, aunque con matices: vuelta a la Roma clásica y saludo con brazo extendido, algo así como un anacrónico ¡ave, duce!, mientras el (ingenuo pero audaz) manifiesto futurista de Marinetti y los suyos irá quedando muerto de risa en la práctica, pese a la admiración inicial y adhesiones a la causa. Y es así como algunos pocos arquitectos que emprendieron la interpretación (que no copia) de lo clásico, igual que sus exiliados colegas alemanes, no desaparecen completamente de escena (por ejemplo, el genial Terragni deja obras igualmente geniales como la Casa del Fascio en Como), sino que sobreviven porque su producción se adapta con maestría a una imposición de estilos más ‘apropiados’ para el régimen. Curioso es el caso de la Unión Soviética, donde toda una generación de buenos arquitectos, muchos de ellos integrantes de la corriente del constructivismo ruso (Tatlin, Ginzburg, los hermanos Vesnin, Melnikov e incluso El Lissitzky desde Alemania), ven difícil continuar con sus trabajos por el deseo de Stalin de imponer un clasicismo que, siendo ajeno a la tradición rusa, se reconoce como ‘arma de poder’ para apabullamiento del pueblo con estilos de otra época pero considerados universales, en cuanto a demostración de intenciones se refiere.

En Francia, después de terminada la guerra contra los regímenes fascistas, el sueño de la razón de Le Corbusier (encarnado, por ejemplo, en sus “cinco puntos de una nueva arquitectura” o en su comprensión de la vivienda como “machine à habiter”) va produciendo monstruos (¡benditos monstruos!) como la capilla de Nôtre-Dame-du-Haut en Ronchamp, pasando de su racionalismo-purista a un expresionismo de denuncia por la sinrazón de la guerra. Pero sigue siendo el mismo: son las otras caras del mismo genio. Éste sí es un ejemplo a seguir. Al norte, los escandinavos (aun habiendo sufrido el conflicto bélico, pero como si nada hubiera pasado) retomarán su naturalista interpretación del clasicismo. Destaca el finlandés Alvar Aalto, que justo antes de la guerra había dejado, entre otras obras: su villa Mairea, un partenón finlandés que en nada se parece al templo griego de la acrópolis; la biblioteca de Viipuri, Finlandia (hoy Viborg, Rusia, ...cosas de la guerra) y que, después de 1945, seguirá enriqueciendo el panorama arquitectónico sin dejar de ser fiel a su estilo. Otro gran maestro que se convierte en ejemplo.

Los órdenes clásicos surgieron de necesidades constructivas y se combinaron con elementos decorativos para suavizar y completar el impacto de esas soluciones meramente funcionales. Pero de ahí, han llegado a convertirse erróneamente en fines en sí mismos. Es curioso ver cómo en tantas ocasiones se utilizan elementos tomados de esta tradición sin criterio que lo justifique (es como si fueran buenos sólo por ser lo que son, tal como lo pensaron aquellos dictadores): columnatas, capiteles, frontones... mientras que la interpretación que los arquitectos del Movimiento Moderno quisieron dar a esta corriente no fue entendida como clásica. ¡Pero si son tan clásicos como los clásicos! Su forma responde a los mismos contenidos y es consecuencia de ellos, pero en otro momento histórico, con otros materiales, otras necesidades, otros sistemas. Eso sí, estaban impregnados de ‘insoportable democracia’, algo intolerable para aquellas mentes pequeñas. Lo otro (la mera copia) es una absurda descontextualización. Como el fin de los totalitarismos aún no ha llegado (sólo se disfrazan bajo el nombre de ‘capitalismo’) no es posible asistir al portazo definitivo a lo peor de lo clásico: sus copias o sus reacciones. En este sentido, contamos con el adaptado (¿o adoptado?) Gehry, quien se ha especializado en ser voz de su amo, en inflar presupuestos con sus exagerados honorarios y en sacar rentabilidad a su producción a través de la propaganda de sus promotores. Dicen que es bueno, pero yo no me lo creo. Es el tipo de farsante con quien el capitalismo-que-utiliza-la-arquitectura está encantado, porque le permite realizar jugosas inversiones: mucha pasta a cambio de crear imágenes artificiosas que seduzcan por bombardeo y permitan recuperar varias veces el capital de partida. Pero de arquitectura, nada o casi nada. Desde mi punto de vista, así están funcionando muchas cosas hoy en día: se ha dado el carpetazo a los contenidos y se vive en exclusiva en el campo de las (más que discutibles) formas...

Tengo una manzana entre mis manos. La forma de la manzana es sensiblemente esférica, pero con matices importantes: se adivina otra geometría en su interior... La ‘cintura’ de la manzana, aunque parece circular, resulta de la combinación con un pentágono.

¿Por qué? Voy a contradecir un poco a Guillermo, ya que el conocimiento de la Naturaleza ha aumentado mucho desde entonces ...y en la Naturaleza se puede confiar más que en muchos arquitectos. No hay que olvidar que el manzano es un árbol de la familia de las rosáceas y que éstas tienen la costumbre de producir flores de cinco pétalos. La manzana sí es un ejemplo de coherencia formal entre su interior y su exterior. Si se observa el interior de la manzana, allí donde está su corazón también está su rosa.

domingo, 11 de noviembre de 2007

esto va de memes

(sin parada)

Y así, en marcha, voy a tratar de explicar qué es esto de un meme. Para mí es algo totalmente nuevo. El “invento” me llega de Nerea que, en su entrada del 10 de noviembre me hace este regalito que acepto encantado.

En definitiva, se trata de participar en un juego en el que los libros (y sus lectores) son los protagonistas. Te explico en qué consiste: Ese libro que tanta compañía te hace, ahí, cerquita de ti, pues vas y lo abres por la página 123 (si no tiene página 123, habrá que buscar un 'compañero' que sí tenga) y escribes en tu blog las 5 primeras líneas de esa página. Esto es el meme. Y hoy me ha tocado a mí. El juego te llega de alguien y se lo tienes que pasar a alguien: eso hay que indicarlo en el blog (junto con las reglas del meme, que es lo que yo acabo de contar y de lo que hasta ayer no tenía ni idea). Como decía, ha sido otra mañica, Nerea, quien se ha acordado de mí, así que me pongo manos a la obra.

Lo primero va a ser elegir el libro. Ahora que las circunstancias de la vida me han dejado una mesilla libre a cada lado de la cama, utilizo en exclusiva una de ellas para ir amontonando la pila de libros que me acompañan en esas (más que frecuentes para mi gusto) noches de insomnio. Y allí están:

El péndulo de Foucault (de Umberto Eco). ¿Es que nunca me voy a cansar de este libro? Ya lo he leído varias veces y todavía vuelvo a él de cuando en cuando, temeroso porque sé que alguien sabe que yo ya soy parte de la trama...

El arte. Auguste Rodin. Una serie de entrevistas con el escultor, recopiladas por Paul Gsell. Interesante, aunque a Rodin siempre le voy a tener en cuenta su affair con la Claudel. Imperdonable.

Alejandro de la Sota. Escritos, conversaciones, conferencias. De una edición a cargo de Moisés Puente. Con Moisés coincidí un año en la Escuela de Arquitectura de A Coruña. Luego, él marchó a Roma y terminó la carrera en Barcelona. De Alejandro de la Sota ¿qué puedo decir? Genial. Belleza a raudales en su obra y en su vida. Alberto Noguerol, profesor de Proyectos en la ETSAC, que lo conocía bien, nos decía: “¡Hasta su mujer era hermosísima...!”.

El arte de amar (de Erich Fromm). Este libro ya me sirvió en una ocasión para escribir sobre Schweitzer en el blog (incluso lo tengo mencionado en mi perfil). En aquel post decía que para mí es lectura obligatoria. Desde que me lo regaló la que en 1996 era mi novia, no he dejado de leerlo.

La biología del amor (del dr. Arthur Janov). Es sorprendente comprobar de qué forma nuestras experiencias pre-conscientes van modelando nuestro cerebro y cómo ese cerebro luego permitirá o negará nuevas experiencias. Janov ha expuesto la teoría de la terapia primal en otro de sus libros. Lo cierto es que a mí la lectura de este libro me agobia un poco, pero... (el que esté libre de traumas que tire la primera piedra).

Con el paso del tiempo, mi biblioteca y mi mesilla se van intercambiando los libros, pero la fotografía de hoy está así. Me parece que voy a revisar la página 123 de cada libro a ver qué me encuentro... Y os dejo con:

“- Es el sistema más simple. Consideren ustedes sólo el círculo externo. Cada letra del mensaje en clave se reemplaza por la letra precedente. Por A se escribe Z, por B se escribe A, etcétera, etcétera. Cosa de niños para un agente secreto de hoy, pero, para aquellos tiempos, brujería. Naturalmente, para descifrar se procede a la inversa: cada letra del mensaje cifrado se reemplaza por la letra siguiente.”
(he tenido que añadir media línea más, de la 6ª, para acabar la frase)

Y también os adjunto la imagen que había sobre estas 5 primeras líneas (y media):

Ahora, el jueguito sería adivinar de cuál de los cinco libros anteriores son estas líneas e imagen, pero creo que es evidente:

EL PÉNDULO DE FOUCAULT
Umberto Eco
Ed. Bompiani-Lumen (Palabra Menor, 87)

Y en este instante, me toca pasar el testigo del entretenimiento. Y pienso en soloyo, porque me encanta sucumbir a su avalancha de buenas vibraciones. Dinos, guapa, ¿qué estás leyendo?

lunes, 5 de noviembre de 2007

tocála, ché!

(15ª parada)
"Tenía Abram 99 años cuando el Eterno se acercó a él y le dijo: Yo soy Dios Todopoderoso; camina delante de mí y sé íntegro".
(Libro del Génesis, cap. 17: 1)

Después de cruzar este The All-the-Saints Great Bridge, uno se queda extraño: ya no sabe si es mejor parar o seguir marcha. Creo que las dos opciones me cansan por igual. La primera, por esa sensación de que la rutina espera inexorable cobrar su tributo de hastío después de haberle dado la espalda durante unos días (y habrá que pagar en marcha, claro) y la segunda, por la pereza con que esta relativa inactividad llena cuerpo y mente, aletargándolos... Pero supongo que escribir revitaliza: por poner en funcionamiento neuronas remolonas y por el placer del reencuentro en el área de descanso del blog.

Hoy fue el cumpleaños de César Luis Menotti ('el flaco' Menotti) y le esperaban nada menos que 69 velitas en su tarta. Y para mí es el pretexto ideal para arrancar esta entrada. Parece que va de fútbol. Bueno, sí y no. El fútbol será una excusa para dar otra vuelta de tuerca al asunto de “to be or not to be” (y, seguramente, continuaré en otra ocasión dándole más todavía a la llave inglesa).

En fin, me gusta el fútbol, sí. Aunque le quitaría muchas cosas que lo hacen bastante detestable: la incomprensible violencia física y verbal de los espectadores descerebrados (demasiados para mi gusto), los sueldos impúdicos y desorbitados de bastantes futbolistas, el marrullerismo y la falta de deportividad de algunos ‘profesionales del teatro’ infiltrados en este circo, el cabreante colapso de las ciudades por el evento-espectáculo deportivo, etc. Es el tipo de cosas que me están haciendo descreer poco a poco de esta frívola religión; pero me sorprende cómo parece quedar siempre una llamita en el interior que inexplicablemente sobrevive a todas estas afrentas. Mientras tanto, en el rectángulo verde con anexos de hormigón parecen resumirse aspectos de la vida en pequeña escala. Como en casi todos los juegos, las actitudes de los participantes son semejantes a las actitudes de las personas de carne y hueso en circunstancias reales de la vida.

Hoy, frente a frente: César Luis Menotti y Carlos Salvador Bilardo. Menottistas versus bilardistas. Para quien no esté muy al tanto, diré que son dos formas contrapuestas de entender el fútbol (siempre con matices, que ni mucho menos en el fútbol sucede que lo blanco sea blanco ni lo negro sea negro).

Menotti representa el fútbol por el placer del juego: Esto es un espectáculo, un arte, ¿no? Pues démosle el brillo que merece, juguemos bien. El equipo juega para ganar, pero vamos a plantear éste como un objetivo al que llegaremos por un camino tan importante como la propia meta: JUGAR BIEN. Los jugadores deben tocar el balón con arte, moverse con destreza, dibujar el juego sobre el césped como si fuera un cuadro hermoso. Ganar sin jugar bien casi es como no ganar, porque hemos fallado en el camino. Jugar bien (dando espectáculo) y no ganar es un mal ahora, pero es el camino del éxito futuro en que se jugará bien y se ganará. ¿Por qué quiere ver una persona un partido de fútbol? ¿Sólo por el resultado? Si fuera así, podría ahorrarse 90 minutos y ver el resultado al final en un breve instante. Esos 90 minutos debemos hacerlos lo más inolvidables posible con el arte de nuestras piernas y un balón.

Bilardo coincide con el objetivo final: GANAR. Pero ganar es más importante que la forma cómo se consiga esta meta. Todo vale. Si hay que jugar bien para ganar, pues se juega bien (pero dudo que sea lo más eficaz, hay atajos mejores). Si hay que destruir el juego, pues se lo destruye. Si hay que pisar al rival, pues se lo pisa. Aquí no somos amigos de los que visten otros colores, somos sus enemigos. Esto no es deporte, es la guerra. Cualquier cosa sirve si motiva a mis jugadores para que ganen. Nosotros volveremos a casa con los puntos, el contrario sólo puede llevarse puntos si son de sutura. Ganar habiendo jugado mal: se ha ganado, que es lo importante. Con el tiempo se recordarán los resultados, cuántas copas has ganado, cuántos títulos. Lo demás no sirve. Jugar bien a costa de la derrota es un rollo inventado por supuestos artistas para convencer a los perdedores de que una derrota no es una derrota. Una mala mentira.

Hace unos días (28 de octubre) me preguntaba si me conozco a mí mismo, lo que realmente SOY, no las máscaras tras las que me escondo. Hace muchos más días (15 de septiembre) también intentaba entender si mi comportamiento es de actor o de reactor. Me interesa cuestionarme estos asuntos. Y hoy me pregunto: ¿Soy Menotti o soy Bilardo? ¿Quién me gusta ser? Porque puede que para mí la vida sea un jogo bonito, un tiki-taka, que me vaya llevando a mis metas pero no de cualquier manera, sino con arte, con elegancia. En ocasiones hasta puede que no llegue a alcanzarlas, pero se trata de mantener fidelidad a un estilo, no abandonarlo porque pinten bastos. Y esto plantea dudas, porque cuando todo va bien (cuando los resultados acompañan) qué fácil es seguir practicando el jogo bonito. Pero, ¿y cuándo la proa parece (insisto: parece) que no está enfilada hacia la meta? ¿seguiremos con el tiki-taka? Por el contrario, puede que esté convencido de que lo significativo en esta vida es llegar a los sitios sin importar a quién tenga que pisar, cómo me tenga que vender (o a quién tenga que vender), a cuántos dejaré o perderé por el camino, pero siempre firme, sin dudas, amparado por los resultados. Si los resultados son buenos, todo se da por bien empleado (“el fin justifica los medios”, ¿no?). Y lo digo sin la hipocresía del que piensa que hay que hacer las cosas de determinada manera, pero sólo busca resultados. Entonces, la manera poco importa, lo que importan son los resultados y todo se sacrifica en el altar del éxito. En fin, como en fútbol, dos maneras opuestas de jugar. Y yo no voy a ser conciencia de nadie.

Menotti (¡tocála!) frente a Bilardo (¡pisálo!). Que cada uno elija cómo quiere jugar.