domingo, 25 de enero de 2009

ya no están aquí

(65ª parada)
“En el mar estaba tu camino, y tus sendas en las aguas caudalosas; y tus huellas no fueron conocidas”.

(Salmo 77: 19)

Comencé plegando palabras para crear un barquito que pudiera enviar, sin rumbo definido, a surcar las procelosas aguas de este <océano de logs>. Un día, a bordo del barquito, llegó hasta mí un tripulante desconocido... otro día, otro tripulante más... hasta que llegó el día en que ya no me eran desconocidos. Sólo el rumbo sigue siendo la incógnita, como en casi todas las aventuras. Pero no importa. Lo realmente importante es la grata compañía.
A veces, sucede que alguno de los navegantes prefiere viajar en silencio por un tiempo o incluso detenerse a descansar. Pero otras veces, sucede que alguien que estuvo ya no está. Se siente algo extraño cada vez que dejan de verse las huellas de quien caminaba al lado. Es una mezcla de cierto desconsuelo, con una pizca de vacío e impotencia, pero también una dosis de comprensión. Me invade la añoranza por quienes se despidieron con un punto y final o desaparecieron sin dejar el rastro de sus pisadas, si bien es cierto que siempre trato de entender que hay algún motivo que hace de la separación el mejor camino. Y porque siempre se desea lo mejor para quienes fueron compañeros de viaje y entrañables amigos, también se aprende a aflojar el lazo (por doloroso que resulte) que había mantenido unidos, como en una escalada, a los viajeros oceánicos. Al fin, es cierto aquello que le dijo el Geógrafo al Pequeño Príncipe: que todos somos efímeros, que todos estamos amenazados de desaparición próxima.
Y la memoria, esa polizona de la mente con vida propia, me impide olvidar a los que ya no están aquí, a quienes es posible que reencontremos más allá de las circunstancias, más allá de las vicisitudes, más allá de este océano de bitácoras.

Allá donde estéis, sabed que no me olvido. Gracias por tan buena compañía. Hasta siempre.

domingo, 18 de enero de 2009

¿y aún se sigue concediendo el nobel de economía?

(64ª parada)
“Dichosos los pacificadores, pues se les conocerá como hijos de Dios”.

(Evangelio según San Mateo, cap. 5: 9)

Ya verás. El día señalado en el lugar señalado, alguien recibirá un montante de diez millones de coronas suecas y medallita correspondiente reconociéndolo como Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel (aunque el premio no sea sufragado por la Fundación Nobel, sino por el Banco de Suecia). Y se hará mención también a sus logros en el campo de tan maravillosa ciencia (aunque también desde el mundillo de las ciencias se siga discutiendo el carácter científico del discurso económico).
Es cierto que, en los tiempos que corren, cada vez se pone más difícil eso de haber reunido méritos para recibir un premio como el Nobel de la Paz. Pero hay personas que se dejan el pellejo (al margen, por supuesto, de reconocimientos y premios) para intentar traer un soplo de concordia a un mundo que no acaba de aprender a reconciliarse. Pero... ¿Nobel de Economía? ¿para premiar qué cosa...?
- ¿El descubrimiento de nuevas formas de poder para subyugar a naciones enteras?
- ¿La perpetuación de la pobreza?
- ¿La formulación de mecanismos que permitan a los que tienen casi toda la riqueza seguir acaparando hasta completar lo poco que les falta?
- ¿La ausencia de previsión de las políticas económicas en situaciones críticas?
¿...o qué?


Vistos los resultados de las sesudas contribuciones de tan grandes lumbreras de la Economía, no dejo de pensar en el descomunal porcentaje de inutilidad de esos estudios. No entiendo (en realidad, sí entiendo) cómo a una persona que ha trabajado tanto por el desarrollo de una economía sensata, justa y equilibrada, que se puede aplicar a nivel mundial, como ha sido Muhammad Yunus, no se le haya concedido el mencionado galardón. A cambio, fue reconocido como Premio Nobel de la Paz en 2006. Pero es una demostración de los derroteros (vergonzosamente alejados del bienestar de los más necesitados) por los que transitan los economistas. Sirva como paréntesis decir que esta misma semana se emitió, en un canal de la televisión pública de este país, la película española Concursante (gracias, Avellaneda, por dármela a conocer), del director Rodrigo Cortés, y que sirve para reflexionar un tanto acerca de la forma en que se manejan los asuntos del dinero en nuestro querido 'primer mundo'. Llamativa es la escena en que el atribulado protagonista es despachado con cajas destempladas (peor que si fuera la peste) de la casa del personaje Edmundo Figueroa, un viejo economista extravagante y disidente, cuando éste se entera del oficio de su visitante. Sí, es un economista. Pinchando <AQ>, se puede ver una escena bien interesante de este largometraje.

Yunus, banquero y economista de Bangladesh, fue el fundador del Banco Grameen y el desarrollador de los microcréditos. Los microcréditos (concepto ideado por el pakistaní Akhter Hameed Khan) son préstamos de pequeñas cantidades de dinero que se conceden a personas humildes para arrancar sus pequeños proyectos a nivel doméstico. Estas personas no podrían solicitar un préstamo bancario tradicional. Curiosamente, para que una entidad bancaria de las que conocemos se “arriesgue” a prestarnos dinero, deberemos demostrarle en primer lugar que no lo necesitamos: que tenemos un trabajo estable, un montón de propiedades para avalar o personas que nos pudieran prestar esa suma. Y le llaman riesgo. Claro que si necesitas el dinero de verdad... entonces, ni flowers. Bueno, pues en el banco de Yunus es todo lo contrario. Su banco se dedica a conceder créditos solidarios sin garantía a los más necesitados para que puedan realizar una actividad independiente y creativa. Lo mejor de todo es que ha quedado comprobado que el banco es autosostenible (produce beneficios), porque las personas que reciben los microcréditos están más que dispuestas a devolverlos íntegros en unos plazos razonables. Desde luego, su director no saldrá sacando pecho y fardando de los megabeneficios escandalosos que arrojan los balances a final de ejercicio (y luego, aún se atreven a llorar para que papá-Estado les cubra las espaldas); pero sí tendrá la satisfacción de que ha contribuido al bienestar de las clases sociales más desfavorecidas y al desarrollo de las estructuras económicas más elementales de su país. Los Señores del Dinero, supertrajeados y encorbatados, no podrán decir lo mismo. Tampoco parece que les importe demasiado.
Una de las perlas de Yunus:
“El crédito solidario concedido a aquellos que nunca habían pedido un préstamo
refleja el enorme potencial sin explotar que tiene cada ser humano”. (Muhammad Yunus)

A ver si otros toman nota.

Para terminar, sigo recordando el conglomerado de asuntos que me dejó con las tripas en la mano en el post anterior. En los medios siguen sin hablar del Congo, por ejemplo, como si tal país (el más grande y más rico en recursos de África) no existiera. Podría poner en práctica la frase que el personaje Charlie Pace, de la serie Lost (Perdidos) ¡buenísima, oiga!, llevaba tatuada sobre el hombro: Living is easy with eyes closed.
Pero es que no me apetece apagar los faros.
Así que ahí queda una sangrante viñeta de Quino (puede verse en su volumen ¡Cuánta bondad!, ed. Lumen, pág. 58)



(ya sabéis: click en la imagen para ver a lo grande)

domingo, 11 de enero de 2009

todos culpables

(63ª parada)
“De boca de niñitos y de lactantes has establecido tu fortaleza por causa de tus adversarios, para acallar al enemigo y al vengativo”.

(Salmo 8: 2)

En casa, cada vez que se tiraba algo de comida, mis padres siempre nos sermoneaban acerca de lo incorrecto que era tirar la comida cuando otros niños en el mundo se morían de hambre. Recuerdo la primera vez que vi en televisión a un niño esquelético africano, un auténtico cadáver viviente de vientre hinchado de parásitos y piernas tan delgadas que hacían destacar unas exageradamente nudosas rodillas. Quedé horrorizado y empecé a pensar que eso que me decían mis padres era algo más que un intento de que me comiera todo lo que tenía en el plato. Comiera yo o no comiera, algo tan horrible no dejaba de existir. Ni aunque cerrara los ojos. Esa imagen de la desnutrición extrema se había grabado incluso en la cara interna de mis párpados. No había forma de apagar tanto ruido. Con el tiempo, el recuerdo de ese horror constante me enseñaba que cada vez que me dedicara al despilfarro de los privilegios que la vida me ha querido ir concediendo, no hacía sino seguir participando en la perpetuación de un régimen terrible. Por acción o por omisión, como se quiera ver. Es una culpa de la que es difícil librarse. Hay formas, por supuesto: la insensibilización, la justificación, la apelación a lo inevitable, la desviación de responsabilidades o, incluso, la desviación de la mirada...
Hoy escribo con un verdadero nudo en las neuronas. Me resulta tan difícil hacerlo que incluso he tratado de eludir mi habitual cita con el blog. Y aunque escribirlo, a estas alturas, creo que sirve de muy poco, callarse indefinidamente tampoco arregla nada.

Empiezo a dudar seriamente de que un saludable sentimiento de culpa sobre la desastrosa forma en que los seres humanos manejamos los asuntos del planeta sea capaz de derrotar al monstruo interior que parece habitar en cada persona. Tan sólo se trataría de una cuestión de responsabilidad. Pero seguimos siendo capaces de lo peor. Y, peor aún, seguimos siendo capaces de quedarnos como si no pasara nada fuera de lo normal. Estos días no dejo de oír lamentos acerca de la situación en Gaza. Es natural que el sufrimiento de ancianos, hombres, mujeres y niños sea un desgarro en las conciencias. Pero ¿por qué llega tarde, mal y arrastro? Miramos hacia otro lado cuando es momento de solucionar las cosas y luego nos mesamos los cabellos y rasgamos las vestiduras ante los hechos consumados. Y aún hay más: padecemos de ceguera mediática. Quiero decir, que lo que no aparece en los medios es como si no existiera. Sólo somos capaces de ver a través de un miope ojo de cristal. Y es por eso que todos hablamos de lo mismo al mismo tiempo y nos olvidamos del resto. Es cierto que Oriente Medio acapara la atención informativa y no sé (bueno, en realidad sí sé) por qué. Incluso el pueblo palestino tiene su propio UNRWA (United Nations Relief and Works Agency for Palestine Refugees in the Near East), mientras que el resto de refugiados del mundo entero tienen que compartir el saco común de UNHCR (o ACNUR en castellano). El conflicto palestino-israelí no ocuparía ni de lejos una posición en el top ten de los conflictos que se mantienen activos en la actualidad (por víctimas y desastres provocados) y, sin embargo, ocupa el indiscutible número uno en atención mediática. No se me puede olvidar que el día de Navidad una auténtica masacre en el Congo (más de 400 víctimas de un solo saque) fue mayoritariamente acallada en los medios de masas por los bombardeos israelíes, ni mucho menos tan mortíferos, al norte de la franja de Gaza. Así fue. Llego a pensar que, a los occidentales, los niños africanos nos importan un pimiento (o menos). Los niños congoleños se dejan la vida en las minas de coltan para que nosotros podamos tener nuestros equipos electrónicos y cambiar de móvil a ritmo frenético, renovar el ordenador cuando al anterior no le ha dado ni tiempo de empezar a envejecer, estrenar GPS... ¿Para qué? Incluso con GPS nos comportamos como si estuviéramos perdidos. Ganamos milisegundos en velocidad de procesado informático que gastamos mirando al techo. Hablamos a través de un móvil (entre sus múltiples funciones parece que aún sigue estando la de hablar) con gente lejana y pasamos de la más cercana... Hacemos muchas cosas al revés y no medimos el elevado coste que otros pagan para que mantengamos ese estilo de vida. Y desde nuestros ordenadores fabricados gracias al coltan apenas sí tenemos alguna palabra de consideración hacia quienes lo hicieron posible. Con sus vidas.

Pero hay interés en que África no crezca nunca, en que sus niños sigan portando armas desde que no levantan ni un palmo del suelo y que su tierra se siga desangrando mientras hacemos caja a su costa. Aquí seguiremos hablando de lo malo-malísimos que son los israelíes, seguiremos repitiendo consignas de la mejor tradición estalinista, seguiremos negándoles el derecho a la legítima defensa, seguiremos consintiendo cómo algunos piden la vuelta de las cámaras de gas o los hornos crematorios y lucen esvásticas en pancartas y banderolas (curiosa contradicción de quienes niegan el holocausto). Combatiendo terror con mucho más terror, apoyando a terroristas y haciéndonos enemigos de quienes defienden las libertades y los derechos humanos. ¿Todo porque en la lucha entre David y Goliat siempre tomamos partido por David? Y, en este símil, el que llegaría a ser rey judío no está representando a su propio pueblo. Quizás me haya perdido, sin GPS, pero he investigado acerca de dónde existen los índices más altos del planeta en violencia de género (dejaría las sangrantes estadísticas de nuestro país en mera anécdota), en ataques y desconsideración flagrante a los derechos humanos y, en especial, a los derechos de los niños de ser educados, cuidados y protegidos por sus adultos (en lugar de ser enseñados a odiar visceralmente y a desear inmolarse como bombas humanas en medio de los 'enemigos'). Y ese lugar no es Israel, ni de lejos. Cuando alguien grite “Palestina libre” yo estaré de acuerdo con esa persona, porque deseo el bienestar del pueblo palestino. Su sino parece haber sido servir a intereses ajenos aun en contra de los suyos propios: desde los tiempos de la Unión Soviética, que utilizó en bloque a todos los países árabes de la zona para tratar de extirpar el grano israelí (esa especie de sucursal del otro lado del 'telón de acero') que le salió en una región que podía tener sobradamente controlada, hasta el momento actual, en que el propósito de Hamás o Hizbullah sigue siendo el de machacar a los infieles (a propósito de 'infieles', el número de víctimas que se produce en enfrentamientos entre Fatah y Hamás suele ser muy superior al que dejan los israelíes, pero nunca se forma tanto revuelo mediático... se ve que entre palestinos no está tan mal visto zurrarse). Así que, de quien tiene que estar libre Palestina es de sus terroristas dirigentes, que son capaces de ver muerto a su propio pueblo con tal de satisfacer su odio anti-israelí. En el ideario de Hamás no hay mención a la creación de un estado palestino pero sí a la destrucción del estado israelí. Y no les importa utilizar a su propia gente como escudos humanos entre ellos y sus enemigos. No les importa haber destruido toda la infraestructura económica que Israel dejó en Gaza, y que serviría a los palestinos para no verse tan asfixiados. Tampoco les importa utilizar las instalaciones civiles (incluidas las donaciones de ONU) con fines militares. El culto a la muerte parece su forma de entender la vida. Irónico. Que no cuenten ni con un gramo de mi apoyo para esto.
No quiero pensar qué sucedería si una persona, parapetada detrás de un niño, disparara sin cesar sobre mi propio hijo y yo tuviera un arma para impedirlo. No puedo imaginarlo porque ni tengo hijos ni he empuñado un arma en ninguna ocasión (en los tiempos de la mili fui objetor). Espero no estar nunca en esa situación. Pero Israel ya ha pasado muchas veces por ahí en las últimas décadas y no puedo criticarles porque no sé lo que yo haría. Golda Meir, quien fue primera ministra de Israel entre 1969 y 1974, dejó una frase al respecto: Podemos perdonar a los árabes por matar a nuestros hijos. Pero nunca les vamos a perdonar el hacernos matar a los suyos.

Y, mientras discutimos electrónicamente sobre el tema, el precio de un kilo de coltan refinado seguirá siendo la vida de dos niños congoleños muertos en las minas. El mineral pasará a través de Rwanda, permitiendo que se armen todavía más las guerrillas locales, y daremos otra vuelta de tuerca a un horror silenciado y del que todos somos culpables.

La muerte debería ser siempre heroica, emocionante, fascinadora, por un fin grande y convincente. En realidad, ¿qué es? Es reventar, morir de hambre, de hielo, nada más que un hecho biológico como comer y beber. Caen como moscas y nadie piensa en ellos, nadie los entierra. Yacen por todas partes aquí en torno, sin brazos, sin piernas, sin ojos, con el vientre desgarrado. Se debería rodar una película para hacer imposible “la más bella muerte del mundo”. Es una muerte bestial que luego un día será glorificada en frisos de granito con “guerreros moribundos”, con la cabeza o el brazo vendados.
Fragmento de una carta escrita por un soldado alemán durante la batalla de Stalingrado (muchas cartas habían sido recogidas por la censura militar por considerarlas “derrotistas” y “desmoralizantes”, pero se recuperaron y publicaron al final de la guerra)

martes, 6 de enero de 2009

volver a empezar

(62ª parada)
“Y aunque tu inicio haya sido insignificante, tu futuro prosperará en gran manera”.
(Libro de Job, cap. 8: 7)

El título: igualito que el de la primera película española oscarizada, aquella de Garci. Pero con el argumento que cada cual quiera ponerle. Curiosa costumbre, ésta de empezar cada nuevo año un 1 de enero. No coincide con ningún solsticio ni equinoccio. No es el día de una gran fiesta señalada. No se conmemora nada que fuera vital para el desarrollo de la Humanidad... Eso sí, queda muy bien empezar un 1 de enero. Mejor que un 8 de abril, por decir un día al azar (que habrá ochos de abril muy importantes para alguien, seguro). Trato de ponerme en el pellejo de un extraterrestre que observara ese júbilo y centelleo de fuegos de artificio y luces variadas, de campanadas, canciones y algarabía, extendiéndose en la noche como una oleada que recorriera los husos horarios a la velocidad de la rotación terrestre. Supongo que me sentiría algo perplejo por esa casi unanimidad para celebrar algo relativamente trivial, cuando luego faltan y faltan acuerdos para cosas muchísimo más importantes. En fin, un día es un día (o “se hundía, se hundía...”, como decía aquel otro). Aquí estamos, deseándonos felicidad... como si la felicidad fuera el resultado de un sorteo que toca a algún que otro afortunado de los que compran boleto, como si no se pudiera hacer por alcanzarla nada más que quedarse esperándola. Los más listos saben que la felicidad no es amante esquiva, sino que se puede cultivar en el jardín interior (aun independientemente de los temporales de afuera) y verla florecer a diario. Pero hay que trabajárselo. Así que yo no voy a desearos felicidad, sino, más bien, que la cultivéis.

Una forma interesante de ponerse manos a la obra con ese sembrao, sería recomenzar. Puede que haya que comenzar desde cero o puede que no, pero siempre hay algo nuevo que emprender o algo viejo que retomar. Recuerdo una frase de Norman Rockwell cuando ardió completamente su estudio en Arlington: “En parte, el fuego fue beneficioso... se llevó por delante muchas telarañas”. A veces, nos quedamos lamentándonos por la desgracia que merodea alrededor o nos quejamos por tantas cosas que van mal, pero pocas veces estamos dispuestos a desterrar esas ideas preconcebidas, hábitos viciados o incluso comodidad de acción y pensamiento, que nos impide progresar hacia mejores cotas. Como diría un filósofo de la calle, preferimos involucrarnos a comprometernos. Lo que pasa al preparar unos huevos con beicon (vamos: panceta de toda la vida): la gallina se involucra, pero el cerdo se compromete. Así, nos ahorramos ingresar en el hospital durante una temporada por tratar de mediar en un caso de maltrato (aunque hay quien lo hace), no tenemos que ir en persona a socorrer a nadie de la más absoluta indigencia con el riesgo de perder la propia vida o recursos (aunque hay quien lo hace), podemos escribir acerca de lo que se debería hacer, en lugar de ser consecuentes y actuar (aunque hay quien hace esto último) ...y un largo etcétera con el que me pego un tirón de orejas. No soy yo nadie para decir a los demás lo que deben o no deben hacer. No es ése mi cometido. Por eso pido que no se me tomen estos pensamientos en voz alta (en letra escrita) como un reproche para nadie que no sea yo mismo. Sobre todo, porque es a quien más conozco y con quien me puedo permitir este tipo de licencias.

Y así estuve estos días de despedida y bienvenida de año: recomenzando. La edad de piedra fue un buen lugar para recomenzar. Me convertí por unos días en mi propio abuelo. Es decir, el padre de mis padres. Y puedo asegurar que me he sentido inmensamente feliz. Prepararles la comida, cuidarles, sacar a mi madre a pasear (que tanto necesita moverse, aunque se resista), llevarles ilusión y algún que otro consejo, animarlos a mejorar y que no permitan la victoria de las depresiones... Hace un tiempo, no estaba preparado para esto. Me desesperaba, me superaba, me tenía desarmado... No podía (no quería) ni imaginar a mis padres en semejante estado. Pensaba: ¿tendrá que ver la crisis de los 40 (tan cercanos) con el relevo generacional? Pero una vez asumida la situación, desterrados los lamentos y acopiados los recursos en la mente, se tiene la claridad y sencillez para ser útil. Y cuidándoles y haciendo algo por ellos, ellos me han cuidado y han hecho algo por mí. Siempre lo harán: son mis padres. Y otra vez he sido su hijo, el que vivía con ellos, aunque fuera por unos días. Ha sido hermoso volver a empezar.

Un día de los que pasé en Castellón, en casa de mis padres, encontré en un cajón unas fotos de hace bastantes años. Me hizo gracia ver de qué manera va pasando el tiempo... madreeeeé... Y no sé cómo hago yo que no tengo estas viejas fotos de familia. Así que, con los medios de los que disponía, hale! a digitalizar esas instantáneas familiares para mi colección personal. Apenas tengo fotos mías, ni pasadas ni actuales. Y no sé por qué, con lo que me gusta la fotografía (o quizás por eso, que siempre estoy al otro lado del objetivo). Y aunque siempre he sido bastante reservado en este blog acerca de mis cosas más personales (y lo sigo siendo), por esta vez, y ya que estoy compartiendo algunas vivencias de estos días, voy a pegar aquí parte del botín-gráfico-navideño-castellonense de mi propio pasado.

(click en la imagen para ver grandecita)
En la foto 1: mis abuelos maternos. Mi abuela materna (y madrina) falleció hace un par de años, un diciembre. Con su muerte, me quedé sin abuelos. Mi abuelo materno había muerto mucho antes (creo que yo tenía 7 u 8 años, no recuerdo bien). Ahí se lo ve... con su bastón, por culpa de las heridas de metralla de las que nunca acabó de recuperarse y que sufrió en la guerra civil, esa mierda de la que tanto nos gusta discutir todavía y que tuvieron que padecer dos o tres generaciones de españoles. También fue a causa de esa mierda que un aragonés de cerca de Zaragoza y una gallega de cerca de Ferrol se acabaron conociendo en el hospital y voilà! primer acto de nuestra carambola familiar. En la foto 2: esa bolita gorda en brazos de mi yaya soy yo. Mi madre sostiene a no sé quién (porque a mi hermana aún le faltaban 4 años para aterrizar por estos lares). El nene de la corbata y los pantalones cortos (jajaj qué elegancia) es mi hermano mayor. La nena de al lado es hija del señor de traje oscuro que parece mirarnos desde atrás, un hermano de mi abuela. Sobre lo que se celebra: ni idea, créanme. Posiblemente, el bautizo de la criatura desconocida. Foto 3: cumplo un par de añitos. De esta foto he visto varias versiones, pero sólo encontré ésta en la que me hace eclipse de cara la mano del doble de Picasso (eclipsado, a su vez, por los restos del botellón). Me gusta de todas formas. Uno de los piropos más majos que me han dicho en esta vida (mi amiga A) fue que le gustaba mi sonrisa, porque es una sonrisa con la mirada. Creo que tiene razón. Ya me lo noto en esta instantánea: me imagino la sonrisa picarona que tengo ante esas velas que voy a soplar. Por cierto, el doble de Picasso es mi abuelo paterno. Detrás de mí, una prima mía (sobrina de mi padre). Mi abuela de pie (y con ese mandil de gallega-gallega) y un familiar de mi padre a la derecha de la foto (no recuerdo bien su parentesco). En la foto 4: mamá y los tres hermanitos. A mi padre, que no sale en ninguna de éstas, le debe de pasar como a mí: que está siempre al otro lado del objetivo. Sintiéndose orgulloso de su familia, seguro. Aunque a su manera, claro. En la reserva, calladamente. Más de una vez me hubiera gustado que fuera más abierto expresando sus sentimientos de cariño, pero también he aprendido que (como escribió Shakespeare) Descubrirás que sólo porque alguien no te ama de la forma que quieres, no significa que no te ame con todo lo que puede. Porque hay personas que nos aman, pero que no saben cómo demostrarlo... El de abajo con sonrisa picarona ya sabéis quién es. Por los cortes de pelo de ambos hermanos varones, diríase que la producción de tazas en el país iba viento en popa a toda vela. Bien. A los dos elementos que me flanquean en la foto los eché mucho de menos estos días... No fue posible reunirnos. Seguramente, este año nos desquitaremos. Son personas geniales, de quienes lamento no haber disfrutado y aprendido más en los años pasados. Pero nunca es tarde.

En fin. Lo que me pasa un día que no tengo muchas ganas de escribir cosas elaboradas y bien estructuradas es que el lector desprevenido que se deje caer por aquí puede encontrarse con estas zarandajas. Y quedarse con la misma cara que un pavo escuchando una pandereta. Bueno, como decía al principio: “se hundía, se hundía...” y otro día, otras cosas.

No quería terminar sin dejar una cancioncilla, de ésas de recomenzar. Hay una que me gusta mucho y que siempre me ha dado bastantes esperanzas, porque demuestra que hasta los tipos más tristes por naturaleza se pueden permitir una alegría en la vida.


Al lado también de unos amigos tan queridos como vosotros.
Que sepáis que estuve de viaje, pero os llevé en la maletita de mi corazón.