domingo, 27 de septiembre de 2009

sintiendo a-mar

(81ª parada)
"Ahí está el mar, grande y espacioso".
(Salmo 104: 25)


Sólo conozco dos formas de fabricar bronce. Una: alear cobre y estaño. Dos: fundir sol y piel. Ahora que terminó el verano (aunque nos regalen este veranillo en miniatura del día del arcángel) ya sólo nos queda el recurso de los metales... pero difícil olvidar, al contemplar dermis tostadas, lo relajantes que fueron las horas pasadas al borde del océano.
Me place visitar la playa en los momentos, días o lugares en que se ve más arena que carne, cosa difícil tantas veces. Ocupar un espacio-sobre-toalla a considerable distancia del visitante más próximo me ha convertido en compañero de surfistas meciéndose sobre olas demasiado bajas para bailarlas, aves marinas cada vez más acostumbradas a tolerar la presencia humana, aunque sin dejar nunca de respetar la tácita orden de alejamiento, y jubilados que se pasean apresuradamente, como quien llega tarde a una cita, de un extremo a otro del arenal, siempre sobre la línea difusa de espuma en que el mar lame a la tierra sin descanso.
Por cierto... que, en todas las oportunidades que he tenido este verano, no he dejado de fijarme con sorpresa en que si usted arroja un número indeterminado de seres humanos sobre una playa, notará que al cabo de un tiempo presentan una inexplicable tendencia a pasearse de un lado a otro sobre el filo que separa arena y agua, convirtiéndolo en improvisada avenida principal, bulevar deforestado o calle mayor playera, con sólo el capricho de la marea como única condicionante urbanística. Espero que algún científico estudie y encuentre explicación a tan curioso fenómeno. Lo mismo ya está investigado y se ha publicado alguna conclusión, pero (de ser así) yo desconozco lo que se haya dicho al respecto.

Echaré de menos al mar, esa amante cálida de abrazo frío y salado. En estas latitudes norteñas, el Atlántico tiene sus pocos meses en que es cariñosamente accesible. Luego, fuera de temporada, gusta tornarse en apto sólo para valientes. Dichosos ellos.
Echaré de menos sumergirme otra vez más en el líquido amniótico del útero de Gaia, en el caldo frígido de la vida terrícola.
Y recordaré, como no podía ser de otro modo, igual que se recuerda el elemento disonante (la casa pintada de verde en medio de las encaladas, la oveja blanca en medio del rebaño de las de lanas parduzcas, la nube solitaria en un cielo ciánico, la palmera en el desierto...), el único día de densa niebla que disfruté en una recogida playa de la bahía. Allí, en las fronteras del reino de las algas, con el salitroso frescor húmedo sobre la piel desnuda y perdido en una inmensidad blanca que hacía eterno el mar, onírica la luz y misteriosa la extensión de la duna, grabé inmarcesible en mi memoria la imagen más bella que podía regalarme la amante azulada.

Y es que hay mares que aman como mujeres. Y al revés.

Ahora te quiero,
como el mar quiere a su agua:
desde fuera, por arriba,
haciéndose sin parar
con ella tormentas, fugas,
albergues, descansos, calmas.
¡Qué frenesíes, quererte!
¡Qué entusiasmo de olas altas,
y qué desmayos de espuma
van y vienen! Un tropel
de formas, hechas, deshechas,
galopan desmelenadas.
Pero detrás de sus flancos
está soñándose un sueño
de otra forma más profunda
de querer, que está allá abajo:
de no ser ya movimiento,
de acabar este vaivén,
este ir y venir, de cielos
a abismos, de hallar por fin
la inmóvil flor sin otoño
de un quererse quieto, quieto.
Más allá de ola y espuma
el querer busca su fondo.
Esta hondura donde el mar
hizo la paz con su agua
y están queriéndose ya
sin signo, sin movimiento.
Amor
tan sepultado en su ser,
tan entregado, tan quieto,
que nuestro querer en vida
se sintiese
seguro de no acabar
cuando terminan los besos,
las miradas, las señales.
Tan cierto de no morir,
como está
el gran amor de los muertos.
......................................(Pedro Salinas)

domingo, 20 de septiembre de 2009

vital information resources under siege

(80ª parada)
"(...) se envanecieron en sus razonamientos y su necio corazón ha quedado lleno de oscuridad".
(Carta de Pablo a los Romanos, cap. 1: 21)

Antes, unas cuantas palabras que me sirvan para quitar las telarañas de silencio acumuladas en estos días... Es posible que cierta fatiga mental se haya apoderado de mis ganas de escribir. No me parecía poder encontrar un anhelado sosiego en el ejercicio de ir soltando letras y palabras desde el interior, con más o menos sentido. Pienso que llevo demasiado tiempo siendo espectador de un ejercicio insano de invertidos y errátiles algoritmos del razonamiento, una especie de mundo al revés, de impúdicos paseos patas p’arriba. Un estado de cosas donde lo blanco es negro y lo negro verde amarillento, donde los grises se pueden adaptar a cualquier tono de la gama cromática, a gusto y sin más condición que la conveniencia. Asisto pasmado al ensalzamiento de ciertos totalitarismos por algunos que se dicen intelectuales demócratas. Contemplo con asombro la implementación de planes E en medio de un desierto de oportunidades e ilusiones, sustituyendo unos oasis por otros al coste de la única arena que queda disponible. No deja de asquearme la constante demonización del semejante, el discurso absurdo, la demencial casa por el tejado, la desconsideración solapada o manifiesta, el ninguneo a todos los humillados hasta la indefensión del argumento más sencillo, el recurrente ytúmás, el silencio vergonzante de los que venden sus gargantas y aparcan sus consignas hasta una ocasión más rentable, la palmadita en espalda ajena que se cambiará por cuchillada en la propia, la sinrazón como método...
Difícil combatir tanto despropósito. Y más difícil aún cuando se pierden hasta las ganas de combatir.

¿Y qué hay en la raíz? ¿Cómo usamos la cabeza? ¿Asistimos a una nueva involución del homo sapiens, esta especie tan dotada de raciocinio que acaba sucumbiendo bajo el peso de sus propios razonamientos? No todos los productos de la mente humana, sus pensamientos, son de carácter racional. El problema resulta en querer venderlos como tales. Hay asuntos abstractos, creativos, artísticos, espirituales... que también bullen con fuerza en la mente humana y que son más difíciles de encasillar como productos de la razón. Quien quiera hacerlo se encontrará con extraños resultados. Desde hace ya varios lustros, las palabras del título de este post son las que sirvieron, si mal no recuerdo, para nombrar a los virus informáticos. Conceptual y formalmente, se utilizó la misma palabra del campo de la biología, aunque en realidad se trata de la sigla v.i.r.u.s. de la citada expresión en inglés, que significa: recursos de información vital bajo asedio. Y, a manera de virus, otras formas de 'razonar' también están intentando constantemente asediar la fortaleza de la razón.

Muchas de las situaciones que tanto me han alarmado últimamente pertenecen a esa colección de casos en que se quiere dar pátina de razonable a lo que no es tal. Se trata de una especie de intrusismo de lo irracional en el campo exclusivo de lo racional. Siempre es un argumento poderoso, el de la razón ('si no compartes mi razón -la razón-, es porque eres irracional, por tanto quedas desacreditado'). Y, aunque hay asuntos que deberían abordarse desde una razón limpia de apasionamientos, al final también sucede que son los apasionamientos los que se pretenden razonar. Algunos dicen que el corazón tiene razones que la razón no entiende. Será porque hablan idiomas diferentes o presentan postulados irreconciliables. Pero, tranquilos todos, que siempre hay algún iluminado capaz de reconciliar lo irreconciliable.

Sirva como ejemplo (y saliéndome por la tangente, en ese estilo escapista-parabólico que tanto me agrada) el principio que subyace en la locución latina post hoc ergo propter hoc. Podría ser el elemento racional de todas las supersticiones. El significado de la expresión es algo así como "después de esto, luego a consecuencia de esto". Es decir, una fórmula para afirmar que si un acontecimiento ocurre después de otro, entonces el segundo es una consecuencia del primero. Una aplicación errónea de causalidad, porque asocia correlación coincidente con causalidad. Es cierto que una causa siempre precede a su consecuencia (o a su efecto), pero no es una conclusión acertada asociar dos sucesos como causa-efecto basándose únicamente en esta circunstancia. Es una forma de crear silogismos absurdos utilizando proposiciones correctas pero incorrectamente relacionadas. Sobrarían ejemplos de grueso calado u otros del agrado de conspiranoicos de todo signo... pero, como no quiero generar mayor desazón, me remito a un ejemplo más inocuo: que los niños comiencen a ir a la escuela poco antes del equinoccio de otoño no quiere decir que el inicio de las clases provoque el equinoccio. Recuerdo una divertida viñeta en un blog de Alberto Montt <se puede ver aquí> donde también se recurría a esta correlación espuria.
Y tenemos la vida salpicada de gatos negros, pasos bajo escaleras, espejos rotos, saleros derramados, primeros pasos con pies izquierdos... ritos interminables con sus contra-ritos de invulnerabilidad a la catástrofe, la maldición o la desgracia. Además de herraduras, patas de conejo, tréboles de cuatro hojas y demás amuletos, tenemos la camisa de la buena suerte, los pantalones de ligar, la gorra de triunfar... Todos ellos símbolos de una asociación que sólo lo es en nuestra cabeza. Porque podré pensar que aquel día en que ganó el equipo de mis amores fue por esta causa: a la vez que me persignaba hasta tres veces, me senté en el estadio al lado de un señor con corbata roja mientras que yo llevaba un reloj de correa azul en la muñeca derecha. Pero que yo repita ese ritual cada día de partido no garantizará una victoria, porque hay una absoluta falta de conexión real causa-efecto. Sólo es una paparrucha cuyas condiciones intentará recrear exactamente el supersticioso de turno con precisión de entomólogo, como si de un experimento científico se tratase. Pero, a fin de cuentas, sólo es una paparrucha.
Y, como ejemplo por excelencia de paparrucha, de elemento irracional llevado absurdamente al campo del razonamiento, no puedo evitar hacer mención al horóscopo. Es asombroso con qué frecuencia le llegan a preguntar a uno el consabido "¿de qué signo eres?" (o, si se enteran de que has nacido, por ejemplo, un 27 de mayo, ya te espetan eso de que "ah, eres géminis...") y empiezan a decirte cómo eres y cómo no eres, sin conocerte de nada. En caso de equivocarse, siempre les queda eso de recurrir al fácil escapismo del ascendente. El caso es que parezca racional lo irracional.

Porque lo racional es lo siguiente: Lo primero, que las constelaciones zodiacales son convenciones aleatorias. Es una forma de asociar en la bóveda celeste, en un mismo plano, estrellas que están separadas unas de otras descomunales distancias, muy diferentes entre sí desde el punto de vista del observador. Se han llamado constelaciones zodiacales a las que ocupan la franja de la bóveda celeste en la zona de los 18º a ambos lados de la eclíptica, exceptuando (no sé por qué) a Ofiuco (entre Escorpio y Sagitario), que ocupa un arco de la eclíptica mucho mayor que el de Escorpio y que fastidiaría ese número 12 tan coqueto para las constelaciones zodiacales, a cambio del malaventurado 13. Además, y aunque cada signo del zodiaco tiene una duración de un mes en el calendario, cada constelación es de muy diferente extensión en la bóveda celeste. En la Antigüedad, dividieron la franja zodiacal a partir del punto γ (gamma, el punto equinoccial de primavera) en 12 signos de 30º cada uno y a cada signo le dieron el nombre de una constelación. A medida que la Tierra y otros cuerpos celestes van cambiando de posición, el Sol, los planetas y la Luna se proyectan en el zodiaco: en un año, el Sol cruza todos los signos al desplazarse sobre la eclíptica. Sucede lo mismo con la Luna y el resto de planetas. Hace unos dos mil años, en tiempos de Hiparco, el punto γ se hallaba en la constelación de Aries; pero, por la precesión de los equinoccios, desde entonces se ha desplazado unos 30º y ahora se halla en la constelación de Piscis. A diferencia de lo que afirman todos los horóscopos, actualmente, en el periodo comprendido (por ejemplo) entre el 21 de mayo y el 21 de junio, el Sol no se halla en Géminis, sino en Tauro.
Así que, si alguien cree que a mí me toca leo por haber nacido un 10 de agosto, que cambie el chip y me trate de cáncer. A ver cómo me reajusta todo el discursito sobre cómo soy y cómo no soy, porque si cáncer es lo mismo que leo (hasta ahora parece que sí lo estaba siendo, a falta de opiniones en contra), o mucho me temo que todo esto no es más que una gran patraña o me parece que todas esas características tan exclusivas de cada signo son mucho más comunes y compartidas de lo que aparentan.

Quizás algún día aprendamos también que las corazonadas del corazón no tienen por qué ser explicadas por la razón. Así nos libraremos de mucha monserga inservible.