sábado, 31 de octubre de 2009

los cien del rōnin

(83ª parada)
"¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no deja recogidas a las noventa y nueve para irse por los montes a buscar la que se le ha perdido?"
(Evangelio según Mateo, cap. 18: 12)

En el Japón feudal, la elite militar representativa de una gran variedad de guerreros bajo las órdenes de los daimyō ("gran nombre", los soberanos feudales), y regidos por los códigos del bushidō ("camino del guerrero"), fue la estirpe de los samuráis ("aquellos que sirven"). Pero podía suceder que un samurái quedara sin amo, bien por la ruina o caída de éste, bien porque el samurái perdiera el favor del daimyō a quien servía. Entonces, tal guerrero se convertía en un rōnin ("hombre ola"). Además, el hijo de un rōnin también heredaba el estatus de rōnin de su progenitor. La falta de un amo a quien servir era una situación extraña para un soldado que había adquirido la vocación del servicio y, por eso, el término rōnin hacía referencia a ese estado de ser errante, como lo es una ola en el mar.

Ahora, el lector podría preguntarse a cuento de qué viene esta breve reseña de un apartado de la lejana historia nipona. Pues se trata de explicar el título de este post. Me dispongo a ello:

"cien": porque, sumando-sumando, compruebo que se cumple con éste el centésimo post de close2u. Un motivo de celebración, debido a esa afición que nos entra por los números redondos. Supongo que será por tener diez dedos en ambas manos que los sistemas decimales han sacado ventaja a los hexadecimales (tan del gusto de los ordenadores) o a los duodecimales (tan utilizados por otras culturas y en otros tiempos) y nos es más fácil contar "digitalmente" de diez en diez que de dieciséis en dieciséis o de doce en doce. Así, diez veces diez nos permite llegar a cien. Y diez veces cien harían mil, número que se me antoja demasiado lejano al ritmo de posteo en que estoy marchando.

"rōnin": precisamente, por aplicación metafórica de lo explicado al inicio del post. Porque close2u es la bitácora-terapia de un errante, un guerrero que perdió el favor de su señor, acostumbrado a errar en las varias acepciones que tiene la palabra. Así comenzó la cosa: creando un espacio en que verter aquellas ideas de raindrop que encontraban mal acomodo en su cabeza y que luchaban por salir afuera. Y, de este modo, sin rumbo fijo, a veces dando vueltas, o marchando con destino incierto, raindrop ha ido dejando tras sus espaldas cien textos, por muchos de los cuales también sus lectores amablemente han querido transitar.

En este mismo momento, recuerdo aquella escena de la película Forrest Gump en que el indescriptible Forrest, corriendo de costa a costa de los Estados Unidos, acaba arrastrando tras de sí a una prole de gentes con intenciones aparentemente bastante diferentes a las del accidental líder del grupo. Puede ser algo parecido a lo que sucede con los blogs, donde también aparece un apartado de "seguidores", con la importantísima diferencia de que el bueno de Forrest no se relacionaba con sus seguidores (y de ahí el estupor de éstos al rematar el curioso episodio de la vida de Gump) y, sin embargo, creo que una de las grandes satisfacciones de quien inicia un blog es la de entablar relaciones con sus lectores (¡benditos comentarios!) que incluso pueden devenir en lazos de lo más entrañable. Aquí es donde yo me paro un poco (estilo Forrest, pero que nadie se alarme, que seguiré… aunque tentaciones haya todos los días para dejar de viajar y volverse a casa) y en el sosiego de la parada aprovecharé para pedir disculpas por mi negligencia con los comentarios en las últimas entradas. He tardado mucho en responder y este tipo de cosas hace que se pierda algo de la posibilidad de diálogo que sería deseable que se estableciera en esa ventanita que abrimos después de leer cada entrada. Quizás, a veces nos acostumbramos a fichar en los comentarios como quien ficha al llegar y al salir del trabajo, como un mero formalismo, pero no era éste el sentido que debiera tener ese espacio en que nos sentamos todos y compartimos nuestras impresiones. Desde luego que cada cual, haciendo uso de su libertad (faltaría más), se comportará como le pida el cuerpo, ya sea en la línea meramente formalista o a través de comunicaciones más profundas. En esto no voy a entrar, ya bastante agradecido estoy con quien se toma la molestia y el tiempo de escribir unas palabras para todos. Cualquier cosa vale si se observan las mínimas reglas de cortesía, educación o respeto.

En esta entrada cien sí me gustaría que los lectores tuvieran todo el protagonismo y, quien quiera, que me deje comentarios acerca de cuál ha sido la entrada de todas las anteriores que le haya impactado más, o que le haya resultado más provechosa (por el motivo que sea), o que más haya disfrutado, o que... (¡eso!). Y, a ser posible, que pudiera compartir (si es que se puede decir públicamente, claro) el motivo por el que ha sido así. Estaré encantado de leer todas vuestras aportaciones. En ocasiones, gracias a algunas herramientas que se incrustan al blog, he podido leer cuáles son las entradas más visitadas y qué palabras o frases llevan, a través de los buscadores, a incautos exploradores hasta las frágiles redes de close2u. Es interesante. Pero ahora me gustaría que fueran los asiduos (más que los visitantes ocasionales, que no suelen dejar mensajes) los que tuvieran la palabra. Os espero.

Der Wanderer über dem Nebelmeer (El caminante sobre el mar de nubes)
Caspar David Friedrich, 1818, óleo sobre tela, 74’8 x 94’8 cm - Kunsthalle, Hamburgo

sábado, 17 de octubre de 2009

esferas y poliedros

(82ª parada)
"Soportaos unos a otros y perdonaos si alguno tiene una queja contra otro".
(Carta de Pablo a los Colosenses, cap. 3: 13)


Me viene a la memoria un tal Parménides, de mis primeras lecciones de Filosofía, allá por el Bachillerato, estudiando a los presocráticos. Por lo visto, este griego elucubró una explicación monista de la Naturaleza de la que me quedó la imagen de una esfera. Esa absoluta identidad de lo real consigo mismo, llevó a Parménides a afirmar que la realidad es única, compacta, de forma esférica e inmóvil en majestuosa quietud. Pero hete aquí que un tal Demócrito de Abdera le corrigió la plana con una respuesta si cabe más audaz y más radical, que no voy a detallar en este post. Sólo decir que Demócrito acepta también como indiscutible la afirmación de Parménides según la cual de una única realidad no puede originarse la pluralidad y, más aún, acepta que lo real ha de poseer las características establecidas por el razonamiento de Parménides: inengendrado, indestructible, inmutable, finito, compacto, homogéneo e indivisible; pero de la realidad parmenídea acepta todas estas características menos dos: la esfericidad y la unicidad. Aquí es donde yo me bajo del carro de los presocráticos (al menos por esta vez) para quedarme con lo expuesto como metáfora de cierta forma de comportamiento más extendida de lo que sería deseable. Quiero decir que el género humano, en su egoísmo intrínseco, ha recogido con gusto lo que el de Abdera se dejó por el camino tras los pasos de Parménides, para convertirlo en todo un estilo de vida. Me refiero a la esfericidad y a la unicidad.

Iré por partes. Quien de niño haya jugado a fabricar pompas de jabón habrá observado que una sola pompa lanzada al aire es sensiblemente esférica. Única y esférica. Pero habrá observado también que muchas pompas lanzadas al vuelo pueden acabar agrupándose entre ellas (si no revientan en el contacto) formando una especie de racimo de pompas en que las más interiores ya no son esféricas sino poliédricas. El contacto pone en evidencia la configuración de esas caras planas. Bueno, pues el salto de las pompas a las personas resulta evidente: Personas solitarias, solas, sin relaciones con otras personas (si tal cosa es posible) se sienten únicas y esféricas (esto es, sin más limitación que la que imponga su radio de expansión). Personas que viven en comunidad, como animales gregarios (o algo por el estilo), reconocen que no son únicas (en el sentido de "solas": está el otro aparte del yo) y además son poliédricas por esa cosa de que mi libertad termina donde empieza la de ese otro. Inevitables límites.
Pero sucede que por un curioso fenómeno de incomprensión de la noción correcta de libertad o de negación del sentido de la vida comunitaria o de reafirmación en los propios egoísmos humanos o de... (vaya usted a saber...) cada vez encuentro más frecuente la conversión del espacio público, el de todos, en una especie de selva de esferoides campando por sus fueros y que se creen únicos. El asunto es que les recomendaría que se releyeran a los presocráticos, a ver si el ejemplo-metáfora les servía como reflexión. Un poco, al menos. Y, en una de éstas, se plantearan un par de veces (o más) cosas tan nimias como: por qué es lamentable abandonar con cualquier pretexto un vehículo en doble fila y en medio de un tráfico endiablado, por qué no hay que dejar hecho un asco un aseo público después de usarlo, por qué habría que facilitar el paso en una acera a quienes van cargados hasta arriba, por qué es una mala práctica pasar por encima de quien haga falta para sacar una ventaja grande o pequeña, por qué no es correcto dar por supuesto que todos deben estar al servicio de cada capricho de uno, por qué es preciso recoger del suelo las cacas que el perro que se lleva de paseo va dejando como legado a la ciudad, por qué se debería lograr que la picaresca sea apenas la producción de este género literario... (y así, ad infinítum: malaventurados los desconsiderados, porque de ellos es el reino de las selvas). Mientras tanto, los poliedros seguiremos soportando a los esferoides, esos individuos que viven en comunidad de la misma forma que lo harían si estuvieran absolutamente solos. Hoy me reservo el derecho a la pataleta. Sin cargo al contribuyente, por otra parte.

Siempre me gustó la frase: Procura dejar este mundo mejor de lo que te lo encontraste. Puede incluso ser tarea sencilla a la par que satisfactoria. Aunque, a día de hoy, reconozco que tiene muchos más adeptos otra sentencia que popularizó el quince de los Luises franceses: Après moi, le déluge (Después de mí, el diluvio).
Advertidos quedan. Damas y caballeros: construyan arcas.