lunes, 30 de noviembre de 2009

derroteros

(sin parada)

Entendido este blog como un viaje (o este viaje como un blog, que aún no acabo de tenerlo muy claro...), es muy oportuna una frase que, gratamente, me encontré en un libro recomendado por un amigo muy querido y que he convertido en una cita recurrente en multitud de circunstancias:

Si no cambias de dirección,
acabarás en el lugar exacto al que te diriges.
(antiguo proverbio chino)

Gran parte de la fascinación que me produce esta frase la encuentro en su doble lectura. Una doble lectura que depende del análisis que se haga de la propia situación en que cada cual se halle inmerso: Si tengo muy claro cuál es el lugar al que deseo dirigirme y estoy siguiendo la ruta que me lleva hasta él, entonces no debo permitir que nada me aparte del rumbo correcto. Por el contrario, si soy capaz de pronosticar que el itinerario actual no me llevará al lugar pretendido, sólo un cambio en la orientación hará posible alcanzar el éxito en la empresa.
Es así de sencillo y se cumple en todos los casos.

Aunque una última posibilidad es la del que viaja sin rumbo definido, sin un destino concreto. A éste, cualquier viento le es favorable.

domingo, 22 de noviembre de 2009

exceptio probat regulam in casibus non exceptis

(84ª parada)
"[...] estamos persuadidos de cosas mejores".
(Carta a los Hebreos, cap. 6: 9)

Es apenas un principio jurídico que nos ha llegado de la época medieval y que quiere decir algo así como que si existe una excepción, entonces es que también debe existir una regla para la que se aplica dicha excepción. Me refiero al título del post de hoy, por supuesto. En castellano, solemos decir eso de "la excepción que confirma la regla", una frase que siempre me pareció el pretexto perfecto para apoyar la inexorable tendencia humana a torpedear cualquier principio propuesto. Siempre hay más excepciones que leyes. Y tiene su razón de ser: Nos hemos fabricado leyes tan imperfectas que nos atribuimos pleno derecho para también fabricar interminables excepciones para las mismas. Más que la legislación, nos va la casuística. Y esto no deja de ser arma de doble filo. Sobre todo, por la eterna cuestión: ¿Y quién legisla y cómo se legisla acerca de las excepciones? Y, como consecuencia, ¿quién se beneficia de las excepciones o quién nunca se beneficia de ellas? Peliagudo asunto, éste. A veces, simplemente una elevada capacidad económica constituye la excepción para el cumplimiento de una ley. Pero... ¡cuán cerca están del cohecho, del clientelismo o de otros conceptos similares, propios del terreno de lo inmoral, todo este tipo de consideraciones! Entonces... ¿excepción es ilegalidad, conveniencia, superación, mejora... o qué?

No llego a entender cómo el que hervir, servir y vivir se escriban con 'v' antes de la desinencia del infinitivo, esto sea la confirmación de que todos los demás verbos terminados en –bir se escriban con 'b'. Pero es posible que entienda que la renuencia de alguien a hacer con los demás de la misma forma que le gustaría que los otros hicieran consigo mismo confirme lo gratificante de una regla de oro. Tampoco entiendo que la ley del talión se vea confirmada por todos aquellos casos en que se decide perdonar sin más revancha. Pero sí entiendo cómo el conductor ebrio crea la necesidad de que exista una norma acerca de la tasa de alcoholemia... No entiendo cómo, en general, una regla estúpida encuentra su razón de existir basándose en todos los casos en que no se cumple. Más bien, entiendo que hay leyes que sería deseable que se cumplieran siempre, sin excepciones, y que hay leyes que son muy inferiores a algunas de sus excepciones, mucho más deseables que las propias leyes que infringen. Sin embargo, ¡qué difícil es trazar la línea divisoria entre leyes sin excepciones y leyes con excepciones! Es una tarea que exige una visión de mucho alcance...

Comentaré, a propósito, el caso de Villa Malaparte. Se trata de una vivienda localizada en Cabo Massullo, sobre un promontorio en el golfo de Salerno, en la isla de Capri, en Italia. El proyecto es de 1937, del arquitecto italiano Adalberto Libera, para el escritor Curzio Malaparte. Aunque lo que sucedió fue que Malaparte rechazó el proyecto inicial de Libera y terminó construyendo él mismo la casa con la ayuda de albañiles locales. Primera excepción a una "regla". Hoy en día, hablaríamos de intrusismo profesional.
Pero hay una segunda excepción que afecta a otra "regla": El Convenio del Paisaje de 1923. Tal fue el poético nombre que se dio a una de las primeras leyes diseñadas para proteger un ambiente y su arquitectura. En este caso, para preservar la escénica isla de Capri. Se consideraba tan magistral el Master Plan de Capri que también se lo llamó Manifiesto de la Belleza de Capri. Así que, con semejante documento planeando sobre cualquier proyecto que se pretendiera realizar, no quedó más remedio para llevar a cabo la excepción que fusionar un par de ingredientes igualmente excepcionales y así conseguir quebrantar lo que hubiera de justo en el plan e incluso cuestionando su misma legalidad. Esos ingredientes fueron la personalidad avasalladora y políticamente influyente del escritor Curzio Malaparte, por un lado, y, por otro, su deseo de apoderarse como fuera del enclave más salvajemente romántico de toda la isla (cabo Massullo, que, de acuerdo al Master Plan, era un lugar sobre el cual estaba prohibido construir). Pero Malaparte quería ser el autor de algo único en sitio igualmente único, "el más bello paisaje en el mundo". Y, así las cosas, la construcción de esta vivienda supuso la ruptura entre el escritor (adherido a postulados del romanticismo, el surrealismo y el clasicismo) y el arquitecto (que se movía en una estética racionalista, funcionalista y más abstracta), incapaces de reconciliar tan profundas diferencias acerca de cómo debería ser la casa que transgrediera las directrices del Convenio.

Con la idea de que "el mundo que la fantasía evoca es el mismo, alto y puro", el egocéntrico, obsesivo y romántico Malaparte no pudo soportar por mucho tiempo el riguroso racionalismo moderno del arquitecto que había seleccionado para el proyecto de la villa ("...el día que comencé a construir una casa, no sabía que dibujaría una pintura de mí mismo; la mejor de todas las que he dibujado hasta ahora en literatura"). Por eso, ayudado por un constructor local, Malaparte fue transformando el paralelepípedo original en la estructura híbrida que hoy ocupa cabo Massullo. Se decidió que todo signo funcionalista desapareciera del diseño, al percibir que tan sólo una completa indiferencia a las demandas del uso diario permitiría a la arquitectura tomar el aspecto mítico que el escritor estaba buscando y que el paisaje demandaba. A tal extremo llevó este gesto que ni siquiera dejó las barandillas de la terraza sobre el acantilado, porque pensó que los finos tubos se hubieran visto demasiado funcionalistas. Otra excepción más para una "regla" de seguridad. Lo que fue un eslabón en la saga recitilínea de la arquitectura de Libera, un gesto simplista y, seguramente, una solución torpe para un paraje tan especial, fue convirtiéndose en un inquietante museo de imágenes de la poética personal del escritor: las escaleras de la iglesia de la Annunziata en Lipari, donde estuvo exilado; el rojo pompeyano de las tumbas romanas en el mediterráneo; un atrio cubierto; la fenestración de su toscana natal; un mausoleo; un teatro en la montaña; una pista para montar en bicicleta o para dar un final salto suicida.
De la villa insignificante e insensible con el lugar que había imaginado Libera, Malaparte hizo un monumento a sí mismo, un retrato de piedra, una "casa come me". Puede que no alcance las cotas de interacción con la naturaleza de los proyectos de Frank Lloyd Wright, pero logra trocar ese pedazo de costa caprense, ese salvaje promontorio entre los farallones que el mar le roba a la isla, en uno de sus lugares más memorables y, a la vez, visitados. Que es, por lo demás, lo último que hubiéramos esperado que hiciera con la naturaleza un ser amoral y lo primero que esperamos que haga un arquitecto cuando interviene en el paisaje. Montada en su promontorio rocoso, la villa de cabo Massullo continúa desafiante y solitaria mostrando, a quien la evoca desde el mar, sus dos caras frente al paisaje: a veces mala parte y a veces malapartiana.

Excepciones que confirman reglas... Como resultado del acto de corrupción de un poeta, nació una singular obra de arquitectura: la Villa Malaparte, la cual fue elegida por los arquitectos italianos en la década de los 80, tras una encuesta nacional, como "la más admirada obra de arquitectura". La villa destaca así, entre otras famosas, por ser la excepción deshonrosa a una regla brillante, el Convenio del Paisaje, que había sido uno de los primeros manifiestos ambientales-estéticos del siglo y que buscaba preservar el paisaje natural de la isla de Capri. Paradójicamente a esta violación del bien común, el mismo proceso de creación de la villa va a situarla en el campo de la reflexión sobre arquitectura y paisaje.

Para terminar, un vídeo de fragmentos de la película "Le Mépris" (1963), del director de cine Jean-Luc Godard y protagonizada por Brigitte Bardot y Michel Piccoli, donde se puede contemplar la Villa Malaparte.