domingo, 28 de febrero de 2010

la tormenta perfecta

(sin parada)


Así paso hoy por close2u: sin parada y raudo como el viento que sopló en algún momento de ayer en esta ciudad. La prometida "tormenta perfecta" fue decepcionante como tormenta, pero se lo disculpamos en aras de la seguridad personal y material (que, a fin de cuentas, es lo más importante en estos casos). Para haber estado pintados en rojo en el mapa de las alertas, lo que puedo decir es que, en la ciudad de A Coruña, el temporalazo se vivió como un día normal de viento y lluvia, pero un poco más fuerte... En otras partes, no lo sé. Quizás es que estemos ya muy acostumbrados a ser regados por todas las cisternas habidas y por haber en las capas bajas de la bóveda celeste y a ser azotados por la ira de Eolo y todos los Anemoi, y por eso la cosa podría haber transcurrido como un simple día más. Con mucha alarma, eso sí, que uno no las tenía todas consigo a la hora de poner un pie fuera de casa (no fuese a ser que...).
Le quedan a este que escribe algunas impresiones. Una de ellas es que los ¡que viene el lobo, que viene el lobo! suelen tener el efecto contraproducente de que, al final, el cánido siempre acaba devorando pantorrillas aprovechando el despiste del convertido en imprudente crónico y, otro día que avisen tanto, hará caso rita-la-cantaora y habrá que ir a recogerme del curuto de la Torre de Hércules (si no más lejos). Otra cosa para tener en el coco es visualizar el tremendo equipo de asesores de imagen que debe de trabajar para el servicio de meteorología. Yo nunca he entendido cómo un espacio en los telediarios como el de "el tiempo" le ha podido arrancar a mi madre tantos chsssssss ¡silencio, que van a echar "el tiempo"! (¡como si, en plan adivino, que es lo que a veces parece, fueran a "echar las cartas"...! pero ella tampoco entiende que yo le preste atención a la sección de deportes, así que estamos empatados a uno). Volviendo a los asesores de imagen, ya me dirás, si no, a quién se le habría ocurrido ponerle un nombre como *ciclogénesis explosiva* a la cosa esta. Cuanto más desconocido, más pavoroso. El miedo a lo incógnito, ya se sabe. Peroooo... un poco estrafalario sí que es, ¿no crees?

Pues nada, pasó la cosa. Ya se respira absoluta normalidad en otro insulso domingo más. Fue divertido recibir llamadas de mi madre para decirme, desde Castellón, el tiempo que me estaba haciendo en Coruña. Y discutiéndome lo que yo mismo veía con mis propios ojos desde la ventana de mi casa. ¡Qué poder de convicción tienen los meteorólogos, pardiez! ¡...más que los propios hijos! Lo mejor es saber que alguien desde lejos piensa en ti y se preocupa por ti. Enternecedor gesto, en cualquier caso.
Y también me queda en la memoria la sensación que tuve la víspera del temporalazo. Hubo un momento después de anochecer, con la amenaza pendiendo sobre nuestras cabezas, en que se hizo la calma absoluta: ni una brizna de aire, ni una hoja de los árboles que se moviera en absoluto, ni un ruidito por el viento... Parecía la calma que precede a la tormenta, el principio del fin, el preámbulo de la hecatombe... Con la angustia de que, cuanto mayor fuera la calma, más terrible se esperaría después a la tormenta, en matemática proporción inversa. Nunca una sensación que contenía tanta serenidad en sí misma me había parecido tan terrorífica. Esa calma era la mismísima negación de la calma.
Pero, en fin, como dicen nuestros vecinos franceses: bien está lo que bien acaba.

miércoles, 17 de febrero de 2010

blanco por dentro, verde por fuera...

(88ª parada)
"Nunca nos desanimamos. Porque, aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior se renueva de día en día".
(2ª carta de Pablo a los Corintios, cap. 4: 16)

Me lío siempre con los parentescos... Si me quieres meter en un buen laberinto, dime que la prima del yerno de tu concuñada acaba de pillar un catarro y me tendrás en fuera de juego con cara de interesante (o de alelado, según se mire) durante un rato que se hará demasiado largo. Quizás sea así porque mi familia ha sido bien corta. Quitando a la jabata de mi bisabuela materna, que parió once hijos, el resto de la familia se queda en small-size: mi madre es hija única y mi padre era el pequeño de dos hermanos (la mayor era su hermana). Tanto me acostumbré a esta familia de bolsillo, que descuidé la generación anterior, por considerarla (fuera de los abuelos) de complicación memorística excesiva... En el caso de mi familia paterna, la distancia geográfica ayudó también al descuido. Por eso, creo que mi querido *** era un primo de mi abuelo paterno, pero es un dato por cuya certeza nunca pondría una mano en el fuego. Y me resulta extraño tener a *** tan desubicado, habiendo sentido por él el gran aprecio que recuerdo. Fue una admiración silenciosa, casi secreta, vivida desde la visión particular e incompleta de mis ojos de adolescente... lo digo porque poco era lo que conocía de ***. Recuerdo, siendo yo muy chavalito, su porte distinguido, casi señorial, y a la vez sencillo. Pero, sobre todo, su constante sonrisa de labios carnosos y su mirada llena de pasión, tanto que parecía capaz de incendiar un buen trozo del mundo con aquellas brasas ardientes que tenía por ojos. Me acuerdo, acompañado de mi padre, cuando *** (que siempre me miraba con aquellos ojos radiantes y llenos de simpatía, acordes con su sonrisa) le decía: "Este muchacho sería un buen diplomático. Yo lo veo de diplomático". Pasados los años, creo que ahora la sonrisa es la mía, pero más bien sarcástica, al constatar una realidad bien distinta. Sin embargo, en aquellos años mozos, uno contemplaba a estos mayores como *** con el deleite de saberse en grata presencia y tragaba con devoción las palabras que salían de personas tan queridas. Palabras, que (poco en serio y mucho en broma) delineaban futuros preñados de expectativas... Y yo seguía sin comprender por qué *** me ubicaba en los mundos de la diplomacia, cuando otros me resultaban mucho más interesantes.
El tiempo le quitó la razón por completo: en la vida no me he desempeñado con grandes habilidades diplomáticas... Bonita palabra, diplomacia, para un contenido tan ambiguo, a veces incluso retorcido. Pienso que, en un rizar el rizo, hasta la propia palabra es muy diplomática consigo misma. Es cierto que antes que la mejor guerra es incluso preferible la peor diplomacia, pero en tantísimas ocasiones "diplomacia" ha sido sinónimo de "persuasión impuesta por una parte con grave desventaja para la otra parte", que hace pensar si esta diplomacia abusiva (lamentablemente, tan en uso) no será también un "paz para hoy y guerra para mañana"...
Detesto la hipocresía en todas sus formas, así que no creo que hubiera sido muy feliz siguiendo el consejo de mi buen ***. Me resulta difícil traficar con sentimientos e impresiones, propios o ajenos. Soy mal mentiroso de interioridades: se me notaría demasiado si lo que digo no es lo que siento. Como a aquel perrito, mal jugador de póker, que nunca podía marcarse un farol ni disimular su buen juego porque el movimiento del rabito lo delataba. Con esta madera, ¿cómo fabricar un diplomático como mandan los cánones?

Para lidiar con estas tareas hay que conocer el fondo y la forma de las personas. Y en los seres humanos convive lo mejor y lo peor. Donde hay personas encontrarás traiciones, maledicencias, conflictos, envidias, mezquindades, rencillas, falsedad, abusos, odios viscerales, mediocridad, egoísmos de todo tipo, luchas por la supremacía, opresión, violencias, destrucción, actos desconsiderados... Pero donde hay personas también encontrarás altruismo, bondad, solidaridad, actos de amor, demostraciones de cariño, perdón, abnegación, artes y ciencias, confianza, amistad, heroicidades varias, afán de superación, progreso, manos ayudadoras, voces de aliento, hombros en que reposar, deseos de paz y armonía... Todo esto encontrarás mezclado a partes iguales o desiguales, por dentro, por fuera, en diferentes concentraciones dependiendo del cómo, el cuándo, el dónde y el con quién...
Y se darán las paradojas de encontrar a personas amables y cálidas por fuera, pero con interiores sombríos, llenos de odio y rencor. También podrás encontrar a personas ásperas en su corteza, pero que albergan gracia y dulzura en su interior. Y deberás elegir, si no queda más remedio, qué prefieres: las formas o los contenidos. Porque, aunque lo deseable es que ambos compartan rasgos de bondad, no siempre lo bueno está recubierto con un envoltorio a juego. Me recordaba N, a la vuelta de su prolongada estancia en Jerusalén, el significado de la palabra tzabar ("sabra") en aquella tierra. Los israelíes llaman así a los nacidos en Palestina antes de 1948 y a sus descendientes (por extensión, se les llama "sabra" a todos los nacidos en el Estado de Israel). El nombre es el mismo que el de la opuntia o chumbera, plantas que (como todos los cactus) dentro de una piel espinosa albergan un contenido tierno y jugoso. Al margen de consideraciones nacionales o de pueblo (que ahora no vienen al caso), me siento identificado con ese concepto de espinoso por fuera y apacible por dentro. Y creo que es por eso por lo que alguien exteriormente áspero como yo se fue desencantando de la opción diplomática en la que *** me veía embarcado en sus sueños poco realistas.

Hace ya unas cuantas noches, entrada la madrugada, salía del edificio en que vivían mis padres para irme a dormir a mi casa. La calle estaba irreconociblemente desierta. Todo en silencio: ni un vehículo, ni un paseante, ni un perro tirando de su amo en una última escapada nocturna. Paré un momento a respirar hondo el fresco aire de la noche coruñesa y a dejarme bañar por la débil luz de luna y estrellas insólitamente desvestidas de nubes, antes de meterme en el coche. Por un instante, dejé volar la imaginación para sentirme como en aquellas películas en que la humanidad se había extinguido y yo era el último habitante del planeta. Teniendo en cuenta la soledad que transportaba el aire, bien pudiera haber sido así. Y mi primer pensamiento en ese instante fue el de una necesidad imperiosa de encontrar a otra persona en medio de ese vacío de gentes... A alguien. Al otro que habitase en semejante desierto.
Y tuve una tonta ilusión: hasta llegué a pensar que, en un nuevo comienzo, quizás fuera más fácil dejar a un lado lo malo y caminar sólo con lo bueno. Sin diplomacias, sin dobleces, sin medias tintas. Con sinceridad, siendo auténticos, de corazón. Aunque fuera con corazón de sabra.