jueves, 30 de septiembre de 2010

cortezas

(área de descanso nº 102)
"Como el pequeño príncipe se dormía, lo tomé en mis brazos y me volví a poner en camino. Yo estaba conmovido. Me parecía llevar un tesoro frágil. Me parecía incluso que no había nada más frágil sobre la Tierra. Contemplaba, a la luz de la luna, esa frente pálida, esos ojos cerrados, esos mechones de cabello que temblaban al viento, y me decía a mí mismo:
Lo que estoy viendo aquí no es más que una corteza. Lo más importante es invisible..."
(Antoine de Saint-Exupéry, Le Petit Prince, cap. XXIV)

Cuando los cosmonautas relatan sus impresiones después de contemplar nuestra vieja casa geoide desde la distancia, suelen coincidir en su profunda admiración y estremecimiento ante una belleza que, aunque previsible, no es por ello menos impactante, a la vez que manifiestan su incomprensión ante los conflictos humanos que la sacuden en su superficie y que amenazan constantemente con provocar todo tipo de catástrofes y desbaratar esta joyita del cosmos... ¡Qué diferente es nuestro orbe cuando se lo ve en la lejanía, desde el espacio, a cuando se pone el pie en el suelo y se lo vive desde la proximidad!

Lo mismo puede pasar con las personas. Es posible conocer a quien mantiene una actitud exteriormente serena, todo un faro de sosiego, pero que oculta un frenesí interior revelado tras el proceso de pelar algunas de las capas de afuera.
Al margen de este tipo de contraste que se pudiera dar en ciertas ocasiones, hay una realidad inapelable que no se tiene en cuenta todo lo que se debiera. Es ésta: la aproximación a otro desconocido ser humano tendría semejante carga emotiva a la que se puede llegar a experimentar como viajeros espaciales al divisar la inmediata presencia de un astro inexplorado. Y no es que esté exagerando. Simplemente es que nos hemos acostumbrado a (de alguna forma) menospreciar a nuestros semejantes o a sobrevalorar los exánimes fragmentos de materia que viajan por el universo. Quizás es que a otras personas, aun antes de empezar a conocerlas, las veamos poco interesantes, previsibles en su interacción o (directamente) prescindibles. Quizás es que hemos experimentado numerosas decepciones en nuestra exploración del hecho humano y ya no estamos por la labor. Quizás es que hemos desarrollado un sentido de criba que se activa con el mero avistamiento de las cortezas... No lo sé. ¿Acaso descubrir las "riquezas" de la Luna nos ha proporcionado satisfacciones sin límite? ¿Esa roca muerta? ¿Qué queríamos descubrir allí? ¿Qué hemos descubierto al fin? Y, pese a ello, ¿diríamos que una empresa para visitar a nuestra inerte vecina ha sido (o sigue siendo) algo vano? Incluso sabemos (o intuimos) que otros planetas y sus satélites de nuestro entorno nos van a ofrecer parecidas perspectivas: rocas yermas y gases letales de los que se va a sacar poco más que algunas fotos para el álbum sideral. Sin embargo, puestos los ojos más en los cielos lejanos y menos en nuestros cercanos compañeros de viaje, perdemos el sueño por llegar siquiera a rozar esos remotos mundos con la punta de los dedos...

Y luego también están las sensaciones de volver a los viejos conocidos, las constantes referencias, como la Tierra. Escenario de amores y odios; conflictos, satisfacciones, sufrimientos, pasiones, desengaños; arte y horror, sueños y superación, ansiedad y humor... pero que, cuando miramos desde la distancia, seguimos identificando como un hogar-dulce-hogar para un corazón errante, encogido por la emoción de una visión tan hermosa.

domingo, 26 de septiembre de 2010

animal de costumbres

(área de descanso nº 101)

Cada uno tiene sus costumbres y hay quienes las tienen incompatibles con las de otros. Así de sencillo.
Por ejemplo: Yo tengo la costumbre de acostumbrarme a las cosas (valga la redundancia) y hay quienes tienen la costumbre de cambiarlas todas en cuanto pueden. Recuerdo que, de casado, esto me valía algún que otro tropezón nocturno contra los muebles... por esa costumbre mía de caminar a oscuras, de memoria, por la casa, combinada con la costumbre de mi antigua compañera de cambiar la disposición del mobiliario en cuanto se aburría de la anterior configuración.
Ahora, los golpes me los doy contra los programas informáticos que, como muebles, también los van cambiando de lugar los programadores en cuanto se aburren de ellos, mientras que yo, como un ciego, los sigo manejando como siempre, de memoria.

Y así están las cosas: usted tiene un equipo que funciona a la perfección, pero que ya no le sirve porque no es capaz de seguirles el ritmo a las nuevas actualizaciones de los programas. Entonces usted decide renovar su equipo, pero el sistema operativo al que se había acostumbrado (y que tan bien iba) ya no le sirve en el nuevo equipo, que lo reconoce como un extraño (o, sencillamente, no lo reconoce). El siguiente paso es cambiar de sistema operativo, aunque con el nuevo se sienta usted como un pulpo en un garaje: ¿dónde estará esto y dónde habrán puesto aquello?
Lo mejor de todo es que, al cambiar el sistema operativo, ahora es éste el que reconoce como extraños a los programas que usted estaba utilizando y que tan bien iban (hasta que algunos componentes se fueron actualizando y su antiguo ordenador sudaba tinta china para correr al ritmo de ellos). Así que ahora hay que hacerse con las nuevas versiones actualizadas de los programas (sólo para que las reconozca ese nuevo sistema operativo al que usted le tiene casi tanta manía como a los mismos virus que le amenazan a diario), aumentando aún más la sensación de estar completamente perdido en este virtual mundo silícico... Y luego va uno, se informa sobre el coltan, y le dan ganas de mandar todo este circo a paseo y ponerse a contar con ábacos y a dibujar y escribir a mano...
Cuando me da por recordar que con un 486 se puso a un hombre en la Luna, mientras que ahora con procesadores de doble (o triple o cuádruple...) núcleo estamos manejando hojas de cálculo, retocando fotos o enviando e-mails, me convenzo de que nos encanta matar moscas a cañonazos. Pero, eso sí, con un estilazo que quita el sentido, porque ¡qué presentaciones, qué gráficos y qué calidad de sonido, oiga usted! Antes muertos que sencillos.

Bueno, allá me voy, a por otra trompada cibernética, que también a esto me acabaré acostumbrando.
.

domingo, 19 de septiembre de 2010

septiembre

(área de descanso nº 100)

Wake Me Up When September Ends by Green Day on Grooveshark

Suavemente, el tiempo ha ralentizado su frenético ritmo de verano, las largas horas, los amarillos intensos.

Ese galope tendido ya no es sino parsimonia, días más compactos por fuera,

Pero más esponjosos por dentro,

Tardes atemperadas con un tenue soplo anaranjado en el rostro.

Indago, entre nubes que se persiguen, el alto cielo cyánico, para encontrármelo pleno de pájaros cargando sus maletas. En el suelo, ahora más sombrío, la hormiga apura su tarea.

Es la señal, es el vértice en el ciclo.

Me miran pesarosas las verduscas hojas de los árboles, agitadas por el viento a un lado y a otro, en un melancólico baile,

Bañadas por ráfagas juguetonas que las convertirán muy pronto en víctimas.

Rastrea su gloria el estío, mas no la halla: la ha ido devorando la proximidad del equinoccio,

Embajador de tempranos ocasos.