domingo, 30 de enero de 2011

sumando gotas

(área de descanso nº 114)
"No te apresures en tu espíritu a enojarte, porque el enojo reposa en el seno de los necios".
(Sefer Kohelet, cap. 7: 9)
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Hay días en que, de repente, no sé por qué me siento como si fuera un atleta que corre los tropecientos metros vallas, pero que acaba lastrado arrastrando todas las vallas con el cuerpo. Es una imagen bastante cómica, más propia de un chiste que de la realidad, por supuesto. Pero ya digo que es sólo una sensación. El sentimiento puede no ser tan gracioso cuando se vive en primera persona (excepto que uno tenga el sentido común de pararse un rato, darse cuenta del papelón y reírse un poco de uno mismo para desangustiar, ejercicio que resulta bastante beneficioso) y lo que viene a ponerlo en evidencia suele ser alguna pequeñez, algo sin importancia. De ahí la sorpresa: ¿acaso una menudencia insignificante tiene tanto poder como para provocar un rapto emocional?
Daniel Goleman comenta en su conocido y recomendable libro Inteligencia emocional que es al psicólogo Dolf Zillmann a quien debemos, después de concienzuda experimentación, el conocimiento de la anatomía de la ira. Es cierto que el abanico de sentimientos que podemos tener es amplísimo y variado, pero el mecanismo de la ira puede ilustrar bastante bien cómo es la cosa esta de ir arrastrando vallas hasta que es una diminuta piedrecita en el camino la que le acaba transportando a uno a un frenesí de emociones. Dice Zillmann que el detonante universal del enfado es la sensación de hallarse amenazado, ya sea físicamente o también (como ocurre más a menudo) por otro tipo de amenaza simbólica para nuestra autoestima o nuestro amor propio. Estas percepciones son la que provocan una respuesta del sistema límbico con un doble efecto sobre el cerebro. Por un lado, está la secreción de catecolaminas: descargas puntuales de energía que se mantienen solamente por varios minutos y que sirven para preparar al cuerpo, a la espera de que nuestro cerebro emocional decida cómo reaccionar ante la amenaza. Pero, por otro lado, también hay una respuesta más duradera: una excitación adrenocortical, activada por la amígdala, que puede perdurar durante horas (o incluso días) y que mantiene al cerebro emocional hipersensible y predispuesto a que futuras reacciones se produzcan con gran celeridad. Es esta hipersensibilidad difusa la que explica por qué la mayoría de las personas parecen más predispuestas a enfadarse si ya han sido provocadas previamente, del mismo modo que es la que está presente de forma más continuada en los temperamentos iracundos. Además, el estrés también genera una excitación adrenocortical que favorece el descenso del umbral de irritabilidad. Hay días sobrecargados en los que la más nimia tontería puede hacernos montar en cólera, abatirnos en la melancolía, llenarnos de tristeza...

En lenguaje corriente, le decimos la gota que colma el vaso. Sería ingenuo pretender que las cosas se construyen siempre desde cero, como en una tabula rasa, obviando el equipaje que se lleva encima, el camino recorrido, el barro pegado al calzado, las experiencias previas... Aunque no siempre el vaso tiene que estar colmado de rayos y truenos. También hay una visión en positivo. Decía Isaac Newton que si había logrado ver más lejos es porque estaba sentado sobre los hombros de gigantes. Una idea que se remonta, en el siglo XII, a Bernardo de Chartres (su discípulo, Juan de Salisbury, escribió en el Metalogicon: Dicebat Bernardus Carnotensis nos esse quasi nanos, gigantium humeris insidentes, ut possimus plura eis et remotiora videre, non utique proprii visus acumine, aut eminentia corporis, sed quia in altum subvenimur et extollimur magnitudine gigantea; es decir, en esencia: Somos como enanos a los hombros de gigantes. Podemos ver más, y más lejos que ellos, no por alguna distinción física nuestra, sino porque somos levantados por su gran altura) e incluso en el siglo VI al gramático latino Prisciano. Siempre a hombros de gigantes, de los que vivieron detrás de nosotros, antes que nosotros. ¿Quiénes habrían sido, si no, Pablo Picasso, Jonas Salk o Marie Curie?

Quien demuestra que no conoce mucho de gotas que colman vasos y cosas por el estilo (o, al menos, así lo parece) es nuestro ministro de Industria y sus cafés de Starbucks.

domingo, 23 de enero de 2011

el ojo del huracán

(área de descanso nº 113)

Dicen, los que saben del tema, que el ojo del huracán es la zona central y más tranquila dentro de estas perturbaciones atmosféricas. Un lugar muy distinto a su entorno, como un oasis en medio de un desierto. Esto en sentido literal. La expresión también se emplea en sentido figurado para ilustrar la inusitada calma que se puede vivir en medio de la agitación circundante. Es tan común su uso, que no hacía falta ni explicarlo, peeeeeeero...
Bueno, el caso es que me ha servido como elemento introductorio para contar lo que siento en ocasiones al desplazarme por unos minutos fuera del torbellino cotidiano y detenerme en este rincón virtual de sosiego a escribir unas cuantas frases. O unos cuantos silencios que nunca serán leídos.
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Nos aseguró que Jenny se fue un sábado por la mañana. Luego, monologó un buen rato delante de una tumba en cuya lápida se veía la fecha de la defunción de Jenny Gump: un 22 de marzo de 1982. Pues bien, resulta que el 22 de marzo de 1982 cayó en lunes.
¿Cómo no dudar de que también me haya colocado unos cuantos bulos más sobre sus visitas a la Casa Blanca, el ping-pong, Vietnam, los partidos de fútbol americano, sus trotes a lo largo y ancho del país, las gambas, el teniente Dan, Jenny...?
Moraleja: no te fíes de todo lo que te cuente un tipo, aunque tenga una voz de lelo muy lograda.
A esto se le llama el timo de la estampita.
Por cierto, Forrest Gump: un peliculón. Nada que ya no se supiera.

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Mal de muchos... : Si hay algo reconfortante cuando se comparten algunas experiencias propias con otro ser humano es la constatación de que, pese a evidentes desemejanzas, las zonas comunes dan muestra de que la estupidez y las miserias no son exclusivas de uno mismo.
¡Qué peligro! ¿no?
Por otra parte, no es de extrañar que haya tantas personas que se sientan (nos sintamos) a gusto destripando ciertos pormenores. Ayuda a sobrellevar lo que podría llamarse (utilizando las mismas palabras del título de una conocida novela de Milan Kundera) la insoportable levedad del ser.

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El sueño de la búsqueda de seguridad deviene en pesadillas. Se busca la seguridad donde no puede ser hallada. Queremos seguridad para el futuro: acopiamos bienes (por si acaso sobreviene la necesidad), cuidamos la salud (más vale prevenir...), anticipamos las catástrofes (no vaya a ser), cultivamos la tierra (hay que preparar las cosechas futuras). Todo esto está muy bien, es muy recomendable, pero poco asegura para días venideros.
Sólo existe seguridad en el momento presente. Nada más. Es aquí y ahora cuando disponemos de la oportunidad para hacer o no hacer. Esta es nuestra seguridad. La seguridad futura no existe. Con una excepción: la única seguridad que tenemos acerca del futuro es su naturaleza insegura.

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A esta mujer no la hicieron de barro. La fabricaron con el mismísimo magma que hay bajo la corteza terrestre. Lady Salamandra es ignífuga y pirófila. Va dejando un rastro de fuego que no parece afectarle lo más mínimo. Ella es ardiente y gélida al mismo tiempo, dependiendo del flujo de sus corrientes hacia el interior o hacia el exterior...
Pese a lo cegador de las llamas, nunca te cansas de contemplarla: es extraordinaria la forma en que hace agitarse el aire a su alrededor, tan solo atravesándolo con ese movimiento suyo, con la elegante danza que dibuja a su paso.
Estarías admirándola sin tregua durante unos mil años. Hasta que sobreviniera la ecpirosis.

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Mimosas en flor. El triunfo del amarillo.

lunes, 17 de enero de 2011

shibboleth

(área de descanso nº 112)
"(...) entonces le decían: Ahora, pues, di shibboleth. Y él decía sibboleth; porque no podía pronunciarlo correctamente".
(Libro de los Jueces, cap. 12: 6)
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No cuesta entender cómo se van fabricando las jergas. Lo que empieza siendo una evidente necesidad (el diccionario no siempre nos provee de suficientes vocablos como para nombrar los conceptos y objetos que se manejan habitualmente en cada profesión, modo de vida, etc), también se acaba convirtiendo en la formalización del gusto que tenemos por la fisura, el exclusivismo, la separación o la distinción. Esto no se queda sólo en palabras específicas o maneras de hablar diferentes, sino que se va extendiendo a las localizaciones, las vestimentas, las parafernalias, los manifiestos... Se constituyen microsociedades dentro de otras sociedades mayores, como tribus urbanas. Se delimitan y atomizan aún más los espacios vitales, se multiplica la confusión babélica. Parecemos sentirnos más satisfechos cuando pregonamos a los cuatro vientos nuestra especificidad, aunque resulte un tanto contradictorio que para mostrar nuestra individualidad lo hagamos agrupándonos en manadas. Ya dijo el sabio Salomón que nada hay nuevo bajo el sol. Por ejemplo, un vistazo a ecosistemas naturales (como son una selva tropical, un bosque templado o la sabana) podría confirmar esta antigua sentencia. Un grupo humano no deja de ser un macroorganismo gregario de los que tanto abundan en el medio natural. Un bosque de abedules, un cardumen de sardinas o un rebaño de ñus podrían ser los equivalentes naturales de un congreso de odontólogos, de un grupo de góticos o de una reunión de nerds.

La identificación entre individuos, que lleva a esta cristalización social, está basada en principios obvios: nivel socio-cultural semejante, raza, religión, ideología, profesión, intereses comunes, objetivos comunes, gustos comunes... a la vez que los miembros pueden llegar a organizarse para llevar a cabo una defensa frente a agresiones externas o incluso el ataque hacia otros grupos que se consideren rivales (simplemente, por la vocación agresiva, competitiva o depredadora de ciertos grupos). Así sucede en algunos casos que la creación de un grupo determinado suele provocar, como reacción, la creación de un grupo antagónico. En ocasiones, unos se cuelgan orgullosamente distintivos a sí mismos, pero también colocan sobre otros marcas censuradoras, etiquetas para denigrarlos (que pueden llegar a ser literales: dramáticamente conocido es el caso de los nazis, que llevaban cruces gamadas en sus brazaletes a la vez que ponían estrellas amarillas en las vestimentas de los judíos). Y, de esta manera, se va rellenando el espacio total, quedando únicamente reservados los intersiticios del entramado (cada vez más pequeños) a aquellos individuos de vocación solitaria o poco dispuestos a integrarse en una de las numerosas tribus del cada vez más saturado panorama social.
La contraseña para entrar en uno de estos grupos o distinguirlo de otros será su shibboleth. Es lo que diferencia a un iniciado de un diletante: sólo los iniciados conocen los ritos, las costumbres, la jerga, que los convierten en aceptables para los demás miembros. Por el contrario, una duda o un error en el momento de mostrar el shibboleth provocará el rechazo o incluso la represalia. Shibboleth viene a ser el examen de pertenencia o de exclusión en diferentes sociedades.

Shibboleth (שבולת) es una palabra hebrea que significa "espiga" (aunque también se le da el significado de "torrente", "corriente de aguas"). En el libro de los Jueces se registra la historia por la que este vocablo se ha logrado introducir como parte de nuestro acervo. En resumen, la cosa sucedió de esta manera: En tiempos del juez Jefté (en el siglo XII antes de la era cristiana), los amonitas atacaron las tierras de Israel. Jefté, que era galaadita, una de las grandes familias de la tribu de Gad, emprendió una campaña contra los de Amón y los venció. Pero hete aquí que los de la tribu de Efraín, muy descontentos porque no se había contado con ellos para la batalla, se enfrentan a los de Galaad. Estos se imponen en la refriega y toman los vados del Jordán a los efrateos. Y sucedía que, cuando uno de los fugitivos efrateos quería atravesar los vados, los de Galaad le preguntaban si era de la tribu de Efraín. Si la respuesta era "no", entonces era sometido a una sencilla prueba: se le pedía que dijera la palabra "shibboleth", porque los de Efraín no podían pronunciar correctamente el sonido sh y decían "sibboleth". El santo y seña imposible de eludir: ya no hay excusa para el que se hace pasar por mecánico pero no sabe qué llave de boca fija debe utilizar, para el que se dice gótico vistiendo de blanco, para el presunto punk que no luce cresta, para el autoproclamado estricto musulmán que se baja el bocata de chorizo con un lingotazo de tintorro, para el que se llama a sí mismo pacifista mientras aporrea a otro tipo con una barra de acero...

Con el nombre Shibboleth, estuvo expuesta en la Sala de Turbinas de la Tate Modern de Londres (entre octubre de 2007 y abril de 2008) una obra de la artista colombiana Doris Salcedo. La escultura en cuestión era una grieta de 167 metros sobre el suelo de hormigón de la sala. Se trata de una escultura subterránea, que no ocupa el volumen del lugar en que se expone, sino que está realizada creando un vacío en el propio material del edificio (al terminar la exposición, la grieta se volvió a rellenar de hormigón). Haciendo referencia a la acepción más desgarradora de la palabra, que significa la exclusión que sufre una persona por parte de un grupo, la fisura en el suelo divide la sala en dos partes, simbolizando las divisiones que inundan el mundo. La propia artista expresó a la BBC sus intenciones al trazar esta grieta, con las siguientes palabras: "La obra lo que intenta es marcar la división profunda que existe entre la humanidad y los que no somos considerados exactamente ciudadanos o humanos, marcar que existe una diferencia profunda, literalmente sin fondo, entre estos dos mundos que jamás se tocan, que jamás se encuentran. Yo creo que el racismo no es, digamos, un síntoma de un malestar que sufre la sociedad del primer mundo, sino que es la enfermedad misma".

domingo, 9 de enero de 2011

¡que viene el lobo!

(área de descanso nº 111)
"No entiendo lo que hago; porque no hago lo que quiero, sino lo que detesto, eso hago".
(Carta de Pablo a los Romanos, cap. 7: 15)

A los niños se les cuentan cuentos de cerditos, de niñas que van por el bosque, de cabritillos, de pastorcillos... y el malo siempre es el lobo. En los tiempos en que vivimos, los peques seguramente nunca han visto un lobo, pero ya tienen asumido que ese animal tan parecido a un perro (de hecho, perros y lobos comparten especie) es la encarnación del mal. No han visto un lobo porque los tenemos casi en extinción, aunque no podamos decir lo mismo de ese mal, que el Canis lupus en versión salvaje parece representar...

En su obra Leviathan, Thomas Hobbes nos dejó escrito aquello del homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre). Nada nuevo. Apenas es un resumen de una sentencia de Plauto, de muchos siglos antes: Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novit (Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro). Hay algo llamativo en estas citas: es tan sólo la desmedida ambición humana (los hombres crían muchas ovejas, los lobos comen algunas ovejas... aunque los lobos también comen algunos conejos, los conejos comen hierba y las ovejas también comen hierba, ¿captan ustedes la cantidad de conflictos de intereses aquí representados?) la que convierte al lobo en modelo de abyección y maldad. Los lobos, ese mal que nos acecha, son apenas unos animales que lo único que han hecho ha sido intentar sobrevivir de la precisa forma en que su instinto les ha programado, cada vez más arrinconados en su propio medio. En la lucha entre los humanos y los lobos, ¿quién es el que desempeña la competencia más desleal, quiénes de ambos persiguen fines más naturalmente lícitos?

Bueno, dejemos a los lobos. Los niños apenas los conocen, por más que les amenacemos con que están por venir o aunque los hagamos villanos protagonistas de relatos. Quedémonos con el sentido de la frase: el ser humano es la bestia más terrible a la que deben temer los propios seres humanos. La lectura de cualquier libro de Historia (pasada o reciente) nos ilustrará convenientemente acerca de los horrores de que somos capaces como especie, contra nosotros mismos y contra todo lo que se menee (o incluso aunque no se menee). Pero, para Hobbes, el hombre no es sólo un capullo egoísta, sino un ser racional. Y es su racionalidad la que debería hacerle superar el desorden y la inseguridad. Con este fin, para solventar los riesgos que para su propia integridad supone el estado natural (¿quién lo diría?), el individuo cede algunos de sus derechos en favor de otro ente nuevo que aparece como parte de este contrato: la República o el Estado. Es por esa necesidad de orden y seguridad que Aristóteles define al hombre como un animal político (es decir, sociable). Pero... ¡como si los lobos no cazaran en manadas! La solución de la comunidad como garantía del fin de los problemas generados por el egoísmo humano resulta ser una quimera: el Estado no deja de ser un conjunto de personas. Y la experiencia de siglos demuestra que los Estados no se comportan como algo nuevo, una nueva figura desprendida de los vicios perniciosos que derivan del egoísmo individual, sino como una suma de esos egoísmos. De ahí el fracaso de tantas y tantas iniciativas de vida idílica en comunidades. La suposición de una bondad natural en los seres humanos (y que esa bondad se antepondrá altruistamente a otros intereses particulares) es la piedra de tropiezo de estas iniciativas y es también la eterna fisura en mi fe socialdemócrata... Las lecturas sobre el devenir de los socialismos utópicos, con sus falansterios, familisterios, granjas cooperativas y demás, resulta reveladora. ¡Y qué decir del comunismo y sus derivados: ninguna otra ideología, ni doctrina política, filosófica o religiosa ha dejado un número tan elevado de víctimas por el camino! Si los individuos eran lobos, los Estados acaban transformándose en jaurías. Cualquier herramienta útil de la que pueda echar mano el poder establecido servirá como pretexto en favor de la depredación y el control de los demás miembros de la gran manada global, a la vez que será utilizada como justificación de cualquier actuación. Herramientas como la formalización e imposición de una ideología, una controladora religión organizada, la elección de un eterno enemigo que sirva como foco para distraer la atención de otros asuntos... ¡o lo que sea! Y los conflictos prosiguen, individuo contra individuo, Estado contra Estado, todos contra todos: países desarrollados esquilmando sin remordimientos a países pobres, individuos compitiendo frenéticamente por más cotas de poder o de riqueza, empresas cuyo único objetivo es lucrarse sin importar las consecuencias ni a costa de qué...
Decía Richard Feynman que la realidad debe estar por encima de las relaciones públicas, porque la Naturaleza no puede ser engañada. Quizás no sea muy alentador, ni algo que gusta escuchar, la idea de que en el interior de las personas bulle el germen de la autodestrucción como consecuencia de un egoísmo innato; pero es una necedad tratar de engañar a la realidad o atribuir el mal a seres fuera de nosotros, sean lobos, sean extraños monstruos... Nos cansamos de buscar y estigmatizar al enemigo externo, y no deja de ser una forma de acallar la propia conciencia, sabedora de que el gran enemigo vive dentro.
Lo saludable, lo sensato, sería comenzar asumiendo quiénes somos realmente y, a partir de ahí, tirar pa'lante ...pero teniendo bien claro, cuando surjan los problemas, que no hay que mirar hacia otro lado para buscar a los responsables, sino que su origen está aquí mismo.

Mirando fotos de personas anónimas engranadas (trituradas quizás) en las ruedas dentadas que han mantenido el movimiento de las últimas décadas de nuestra historia, suelo preguntarme qué habrá sido de ellas. Soldados derrotados, civiles amedrentados, niños, mujeres, hombres, ancianos... Algunos de ellos ya no estarán, aunque sus imágenes sigan para siempre como parte de esa historia de todos. Los demás aún seguirán en este mundo, es posible que como lobos para otros... o es posible también que hayan aprendido una nueva forma de vivir.
niño inglés sobre los restos de su casa, durante los días de los bombardeos alemanes sobre Londres, de 1940 y 1941

miércoles, 5 de enero de 2011

el secreto de los reyes magos

(atravesando la víspera de Reyes)
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"Querido amiguito:
Si estás leyendo esto en este día, es porque no te sientes satisfecho con lo que sabes respecto a los Reyes Magos. Ha llegado el momento de que tomes la decisión que, a partir de hoy mismo y en muchas situaciones diferentes, te irá acompañando el resto de tu vida: ¿preferirás la ilusión de mantener un misterio o la satisfacción de tratar de resolverlo? Deberás solucionar este dilema cada vez que se te presente.
Entiendo que hoy has optado por el segundo camino. Quieres resolver una duda que no deseas mantener más tiempo. Ya no te sirven las explicaciones mágicas sobre la vida y obra de tres personajes que dicen que te visitan cada año sin que nunca los hayas visto en tu casa. También te dicen que eso es parte de la magia y que no debes romperla si quieres recibir tus regalos... Pero tú quieres saber más.
Pues bien, has tomado el camino más laborioso y te has puesto a investigar. Unos te contarán unas cosas y otros te contarán otras distintas y tú no sabrás quién te dice lo que es cierto. ¿Por qué habrías de creerme a mí, entonces?
Te propongo terminar tu investigación por tus propios medios. Al final, creerás lo que quieras, pero hay cosas que puedes comprobar por ti mismo. Si esta noche los Reyes Magos van a visitar tu casa, ¿por qué no te quedas a esperarlos para poder verlos con tus propios ojos? Si de verdad es lo que quieres saber, es posible que aguantes el sueño para ver si se presentan o no en tu casa y quién trae los regalos. Y si te han dicho que si aguantas despierto ellos van a pasar de tu casa, tienes que saber que en toda investigación siempre hay un precio que pagar y debes estar dispuesto a arriesgar algo para saber qué es cierto y qué no lo es.
De ti depende.
Que tengas un feliz día de Reyes"
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Bruno es un muchacho extraordinariamente despierto para sus flamantes seis añitos. A todo le da más vueltas de las que son lo normal para los niños de su edad. Nunca se conforma con una respuesta poco convincente, con una salida poco meditada, ni con las explicaciones poco razonadas. Mucho menos con las evasivas condescendientes. Todo lo cuestiona, para desesperación y consiguiente agotamiento de la paciencia de Andrea y Felipe, sus padres, además de los escasos profesores que en su (por el momento) corta andadura educativa se han visto expuestos a la voracidad por el saber con que Bruno los atosiga. Aunque en realidad nadie escapa a su afán escrutador ni a sus baterías de preguntas, fruto de su espíritu más-que-curioso: los vecinos, los compañeros de juegos, los amigos de sus padres, los dependientes de las tiendas que frecuentan... incluso algún transeúnte ocasional. Las jornadas de Bruno están llenas de juego; pero, sobre todo, de insistente dedicación a la lectura (el chaval ha aprendido a leer y a escribir con extraordinaria facilidad), de indagación incansable y de observación de todo, de lo minúsculo a lo mayúsculo.

- Mamá, ¿qué estrella es esa?
- No, Bruno, es un planeta. Es Venus. Fíjate en cómo brilla, no lo hace como las demás estrellas, ¿a que no?
- ¿Por qué?
- Depende de muchas cosas... otro día te lo explico...
- ¡Pero yo lo quiero saber ahora!
- ¡Mira allá: la estrella polar!
- Sí, pero, ¿por qué brilla diferente a Venus?
- (buffff)
- Papá, he visto una hormiga con alas.
- Sí, hijo, es que es una reina... o un macho.
- ¿Y por qué las demás hormigas no tienen alas?
- No lo sé. Es así.
- ¿Pero no sería mejor que tuvieran alas todas las hormigas? Así irían volando a cualquier parte.
- Sí, pero no tienen alas. Como nos pasa a nosotros.
- Pero las reinas y los machos sí, es lo que me acabas de decir. ¿Por qué es así?
- (bufffff)
Pero hoy, a Bruno no le preocupa ni el brillo de Venus ni las alas de las hormigas reina. En su cabeza, desde que comenzaron las vacaciones de Navidad, están los Reyes Magos. Cada vez que sale el tema en casa, los padres se miran furtivamente con cara de circunstancias y lanzan respuestas nada satisfactorias, lo que no hace sino alimentar las sospechas de Bruno. En definitiva, todo se reduce a esos poderes mágicos con los que logran estar a la vez en todas partes y con apariencias bien distintas (algo estrafalarias, a veces), al tiempo que consiguen regalar montañas y montañas de juguetes a niños desconocidos en todo el mundo, ¡qué raro es esto! Otros adultos guardan absoluto silencio cuando se les pregunta por el espinoso asunto y no paran de observar a los padres con una expresión en el rostro a manera de no-soy-yo-quien-debe-hablar-de-esto-con-tu-hijo. Entre los demás compañeros de juegos, inquiridos también acerca de sus mágicas majestades, la única versión que corre es la oficial. Nada nuevo. Pero algo no encaja...

Bruno ha visto a sus papás consultar los libros de casa cuando necesitan saber algo. Pero los libros callan al respecto, sólo cuentan historias antiguas de una estrella y un niño que nació en Belén. Sólo queda el recurso definitivo: ¡internet! Ahí están escritas muchas cosas sobre cada tema que se le pueda ocurrir a uno ("demasiadas", papá lo ha dicho) y puede ser la solución definitiva. Bruno ha visto muchas veces consultar un sitio: Papá lo llama gúguel, y en la pantalla pone gooogle (no recuerdo cuántas oes, pero muchas). El plan está trazado: Le voy a pedir a mamá que me encienda el ordenador para mirar una cosa. Otras veces se lo he pedido, así que no habrá problema. Pero me dejan muy poco tiempo y por eso tendré que estar muy rápido...

- Mamá, quiero ver una cosa de Navidad en el ordenador, ¿puedo?
Andrea baja un poco el libro que está leyendo y mira a Bruno.
- Vale, pero cinco minutos, nada más, ¿sí?
- Sí.
- Bien, te lo enciendo ahora... ¿Qué vas a buscar? ¿Te lo busco yo?
- Hemmmm... Quería buscar un dibujo de los Reyes Magos, para hacer uno yo. Es que de memoria... Pero no hace falta que me ayudes, que ya puedo yo solo. Ya verás como sí. Tú sólo ponme el gúguel.
Andrea espera que el ordenador temine sus tareas de encendido, maneja el ratón, levemente inclinada sobre la mesa, y se vuelve a incorporar.
- Esto ya está. No tardes. Además, comemos ya mismo.
- Que síííííííí...

Es el momento de ir a toda pastilla. A Bruno se le va a salir el corazón por la boca, se siente como un presidiario a punto de poner en marcha su plan de fuga...
Teclea sobre una barra en blanco, como ya ha visto hacer otras veces:
e... l... ahora viene un espacio... s... e... c... r... (uf, qué lento voy... ¿por qué no han puesto las teclas en orden alfabético? no hay quien encuentre nada aquí, grrrrr!!)
"el secreto de los reyes magos", ¡ya está!
Aparecen muchas líneas para hacer click encima y no tengo tiempo para mirarlas una a una...
Bueno, voy a contar tantas como hasta el día de mi cumpleaños y miraré sólo esa.
uno... dos... tres... cuatro...
...
¡Esta es!


Arrastrando el ratón, Bruno aprieta el botón izquierdo encima de la opción elegida con un improvisado sistema al que la premura ha obligado.
¡click!

Ante Bruno aparece la página elegida. Bajo el título general (close... dos... u... ¡no lo entiendo!... el viaje..., bah, ¡qué más da!) la frase ansiada: el secreto de los reyes magos... atravesando la víspera de reyes... "víspera" no recuerdo lo que es...Querido amiguito... (¿me conoce?) Si estás leyendo esto en este día es porque no te sientes satisfecho con lo que sabes respecto a los Reyes Magos...Bruno mira a su madre, que sigue sentada en la butaca, a su derecha, absorta en la lectura. Luego, mira alrededor tratando de descubrir la cámara oculta que pareciera estar vigilándolo...
No, no hay cámaras, no puede haberlas... (creo)
Bruno lee el párrafo hasta el final.
...en toda investigación siempre hay un precio que pagar y debes estar dispuesto a arriesgar algo para saber qué es cierto y qué no lo es. De ti depende. Que tengas un feliz día de Reyes.

Bruno ha tomado una decisión: mientras que debajo de las sábanas de su cama la almohada simulará un bulto que no haga levantar sospechas, esta misma noche un anhelante muchachito, armado con una linterna, un libro para hacer más llevadera la espera y una manta para ocultarse y ocultar la luz de la linterna, esperará agazapado en un escondite en el salón, con vistas al lugar en que cada año aparecen los regalos. Allí tendrá que comprobar si logra desentrañar el enigma que tanto le corroe la mente y si deberá pagar el precio que toda investigación requiere.

domingo, 2 de enero de 2011

eso es vivir

(área de descanso nº 110)

"...pongo delante de ti la vida y la muerte (...); ahora, escoge la vida, para que vivas tú y tu descendencia".
(Deuteronomio, cap. 30: 19)



Algo contradictorio del invierno: a su paso deja esqueléticos árboles, a veces licuados, casi siempre pálidos, ateridos, frágiles en su desnudez; pero en ellos deja también -como más preciado vestido- las yemas que son la promesa de futuros brotes en primavera. La perpetuación de la vida, la continuación de un ciclo que sólo otros podrían interrumpir... La misma nieve, en la semejanza de un manto helado, severo azote invernal, es la forma dulce de llevar vida líquida al suelo del que se nutren los señores de los bosques.

Hay quien verá en esta dualidad el sentido del yin y el yang, aunque es un concepto que me resulta extraño en un contexto como este. Lo entiendo en otros casos de principios duales en los que se trata de buscar un equilibrio, y los opuestos coexisten entremezclados. Sin embargo, no lo entiendo cuando se habla de vida y muerte. Simplemente, porque creo en el triunfo de la vida, que sabe abrirse camino mucho más allá de cualquier forma de muerte. Una vida puede ser segada para siempre por la muerte, rompiendo definitivamente el equilibrio; pero como un hilo continuo que la muerte sólo es capaz de arañar, sin lograr nunca seccionarlo, así es la vida.

sábado, 1 de enero de 2011

reset

(área de descanso nº 109)
Ya han pasado más de 3 décadas desde que Quino dibujó la tira cómica que reproduzco aquí arriba (de esta tira cómica, la última viñeta la he añadido para completar la composición y actualizar el mensaje, claro está). Sin embargo, sigue resultando muy actual. Los años pasan pero parece que poco cambia nuestra visión de esos periodos de tiempo que duran lo que tarda en girar nuestro planeta alrededor del sol. Ni tampoco parecen distintos nuestros deseos ante lo que nos puede deparar una terra incognita, pendiente de exploración. Algunos se quedarán por el camino, otros perseverarán aún más allá...

Las 0:00 horas de un 1 de enero es tan buen momento para resetear (nuevos propósitos y cosas por el estilo) como, por ejemplo, las 14:35 de un 17 de abril. Es más, resulta curioso hacer un reset (un reinicio), algo que en código binario es como poner a 0, un día 1-1-11. Cosas que pasan con los ceros y los unos... Pero cada momento es importante: el preciso instante de un cambio de año o un destello dentro de uno cualquiera de sus días. Somos nosotros quienes decidimos darles o quitarles esa trascendencia.

Que los vientos os sean propicios en los mares del 2011. Y, si no, que vuestra pericia navegando sobre sus olas os lleve al mejor de los destinos.