viernes, 25 de febrero de 2011

mensaje tridimensional

(área de descanso nº 116)

—¿Y qué? —preguntó un visitante de Washington—. ¿Qué significan otros números primos más?
—Tal vez significa que nos están enviando un dibujo. Este mensaje está compuesto por una enorme cantidad de bits de información. Supongamos que esa cantidad es el producto de tres números más pequeños ( ... ). Entonces, el mensaje tendría tres dimensiones.
Carl Sagan, Contact

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Me despierto. Aparto las sábanas y me levanto. Voy a la cocina a beber algo de agua. Como cada mañana, ahí parece estar esperándome, colgada de una pared, esa pizarrita blanca en la que, de cuando en cuando, queda escrita alguna anotación que alivie a mi memoria de un exceso de carga innecesario.
Y siempre la misma palabra rotulada en su encabezamiento, un título (que casi parece un saludo), en grandes letras estilo century gothic: MEMO.
Hay días en que esta es la primera palabra que me dicen. Tengo la autoestima por las nubes.

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Él estaba en su celda y ella, desde fuera, trataba de comunicarse con él.
Ella pegaba sus manos a los muros de aquella prisión, para captar alguna señal, algún aliento, algún palpitar, alguna vibración, su vida. Inútil gritarle, no serviría para nada. Prefería susurrar, aunque resultara casi inaudible. Pero siempre se estremecía con las respuestas que, desde ese cubículo de otro mundo, él le daba. Adentro parecía agitarse su amor y con estas tenues señales ella trenzaba una esperanza.
El tiempo transcurría distinto para ambos. Regularmente, ella le hacía llegar alimento y también otros presentes, dulces prendas que él recibía de su amor límpido. Presentes que la hicieran siempre presente en la vida de él. Pero no podía pasar más allá de la reja de entrada. No podía acceder a su rostro, su tacto le estaba vedado, hasta que se cumpliera el tiempo de su reclusión.
Y por fin llegó el día del alumbramiento. Se tocaron con las manos, se miraron cara a cara.
Y ella era tan feliz.

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Cuentan que hubo un hombre que, en su desesperación por encontrar una respuesta que guiara sus pasos en el momento más crítico de su vida, recurrió a un método que nunca antes había utilizado. Ni se le hubiera ocurrido. Buscó en su biblioteca un libro allí abandonado, un viejo evangelio. Pensó que las palabras de un gran maestro le servirían de guía segura.
Al azar, abrió el libro por cualquier página buscando esas palabras milagrosas y, con los ojos cerrados, posó su dedo sobre una línea. Y leyó.
Y, presa de la desesperación, salió y fue y se ahorcó.
- No, no puede ser. Solo ha sido un intento. Fallido. Pero este es el bueno... -se dijo, mientras repetía la misma operación: abrir por una página al azar y señalar una línea con los ojos cerrados.
Volvió a leer.
Ve y haz tú lo mismo.

Moraleja 1: No es inteligente dejar al azar las decisiones trascendentales de la vida.
Moraleja 2: Quien recurre a una fuente que le es extraña, con la que no está familiarizado, se expone a situaciones de lo más estrambóticas.

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Si en algún instante piensas que la vida puede llegar a ser dura, no te equivocas.
Pero, ¿acaso no ha de ser dura contigo una entrenadora que te está preparando para que seas capaz de encarar con éxito los momentos más difíciles que tendrás que superar en el futuro?
Porque algo es cierto: antes o después, esos momentos llegarán.

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Un día, leí en ese remoto submundo que son las páginas interiores de un periódico cualquiera, una noticia que me causó bastante impresión, en referencia al pueblo xingú. Hace ya más de dos décadas de esto. La noticia era más bien breve (escasos párrafos poco extensos) y venía acompañada por una fotografía en blanco y negro (de esas que si las miras desde muy cerca solo ves los puntitos negros de diferentes tamaños sobre el fondo blanco) con la imagen de un indio xingú con típica y minúscula indumentaria de faena, a la orilla de un arroyuelo. El títular de la noticia: "El pueblo xingú ha decidido no tener más hijos y desaparecer".
La presencia de los seringueiros y de los garimpeiros en la selva de los xingús ha hecho difícil la supervivencia de este pueblo, que ha visto convertirse hectáreas de selva amazónica brasileña en paisajes lunares o que ha tenido que convivir con vecinos con los que ha terminado intercambiando hostilidades. Es posible que la situación llegara a un punto tan insostenible que fueron los propios xingús quienes se plantearon que incluso la supervivencia a cualquier precio es un tributo demasiado alto como para estar dispuesto a pagarlo.
Si por algo me impresionó hondamente la noticia fue porque poco tiempo atrás había visto algunos documentales en que se contemplaba cómo era el funcionamiento de las unidades familiares y grupales en la sociedad xingú y el elevado grado de devoción con que son considerados los más pequeños en estas tribus. A veces, viendo el comportamiento de los padres hacia sus hijos, incluso podría llegar a pensarse que no hacían sino malcriarlos al consentirles tantos y tantos caprichos. En realidad, era infinita paciencia en el cuidado y enseñanza de sus retoños.
Bueno, pues este pueblo anunciaba que se proponía caminar hacia su extinción, privándose (de aquí en adelante) de su tesoro más amado. Recorté la noticia del periódico y la pinché en un panel de corcho que tenía en mi habitación. Allí estuvo visible unos cuantos años, el papel cada vez más amarillento. De cuando en cuando, un vistazo al indio me hacía pensar en cuál sería el destino final de ese pueblo. Finalmente, otro papel sustituyó al ya desgastado recorte y el indio se fue diluyendo poco a poco en la memoria.
Han pasado más de veinte años. Siguen existiendo niños xingús, me dice internet. Sonrío con alivio.

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Con los libros de papel se pueden tener experiencias que serían imposibles con los de soporte cibernético. Me siento algo ridículo contándolo, pero cada vez que tengo entre mis manos un libro que estoy disfrutando grandemente, por instinto sello mi relación con él olfateándolo. No quiero decir que lo olfatee como si yo fuera un sabueso y el libro me fuera a aportar alguna pista, sino que acerco mi cara a las páginas y aspiro su aroma sosegadamente, como si quisiera grabar su huella en mi cerebro de una manera más sensorial que intelectual. Me agrada oler el papel, las tintas, las encuadernaciones, las briznas atrapadas en la rugosidad de los libros que me gustan. Y creo que, inconscientemente, esa experiencia olfativa perdura todo el tiempo en que el libro me acompaña.

domingo, 20 de febrero de 2011

casi inmóvil

(área de descanso nº 115)
"En días venideros vendrá gente que se burlará diciendo: (...) desde que murieron nuestros antepasados, todas las cosas siguen igual a como eran al principio...".
(2ª carta de Pedro, cap. 3: fragmentos de los vs. 3 y 4)


Podría decirse que, en un mundo de presas y depredadores, es esencial que todo bicho viviente que quiera seguir en el juego haya desarrollado una apropiada habilidad para percibir el movimiento, los cambios. Lo contrario supondría una debacle. También parece cierto que, además de la reacción instintiva, hay un aprendizaje basado en la experiencia que lleva a unas respuestas más elaboradas, más precisas. Es por eso que hay cambios que nos ponen muy alerta o en situación de cosechar sus consecuencias (ya sean positivas o negativas), mientras que otros cambios apenas nos harán elevar una ceja. Como mucho. Tiene su lógica: si estoy pasando una tarde apacible a la orilla de un río y a un pececillo le da por pegar un saltito corto sobre la superficie del agua, no tendría sentido que persistiera en mi ánimo la alteración pasajera producida por el tenue eco de la salpicadura invadiendo los sonidos que ya flotan en el ambiente, mucho más allá de su extinción.
Nuestro cerebro percibe todo con interés y, después de la tarea de procesado (que inevitablemente lleva su tiempo, por brevísimo que sea), decide si hay que cambiar el foco de interés en otra dirección. Con un ejemplo: cuando uno mira de repente uno de esos relojes con segundero, que van marcando cada segundo salto a salto, por un instante se tiene la sensación de que el reloj está parado. Ese primer segundo que transcurre hasta el próximo salto de la aguja parece durar mucho más de un segundo y de ahí proviene la fugaz impresión de que hay una avería en el mecanismo del reloj. Pero eso solo es debido a nuestro cerebro, que estira la percepción del tiempo hasta que asumimos esa experiencia (que por una vez más se hace novedosa) del paso-de-un-segundo-en-un-reloj-con-segundero. Entonces, todo vuelve a la normalidad. La normalidad parece ser ese estado de cosas en que todo sucede sin grandes sobresaltos (o con sobresaltos asumibles), pero siempre teniendo en cuenta que tal cosa no supone una ausencia de cambios. Esto me lleva al síndrome del sapo cocido.

Supongo que tú ya sabes qué es eso del síndrome del sapo cocido. Es fácil de explicar. No he tenido la tentación de comprobar la veracidad del hecho concreto que hay detrás del enunciado, pero voy a dar por sentado que la práctica con humanos en circunstancias similares (más metafóricas que literales, por supuesto) ha arrojado suficientes datos como para darlo por bueno. Y es de una aplicación metafórica de lo que se trata.
Parece evidente que si se introduce un sapo vivo en un recipiente conteniendo agua de su propia charca pero en estado de ebullición, el pobre animal saltará inmediatamente fuera del recipiente para salvar la vida. En cambio, si se coloca al mismo sapo en un recipiente lleno con agua de su propia charca a temperatura ambiente, el incauto animalillo se quedará inmóvil y tan tranquilo. Ahora viene la parte truculenta. Gradualmente, se va calentando el agua, poco a poco, hasta que hierva. Resulta que el sapo seguirá ahí inmóvil, sin saltar afuera de esa trampa mortal (pero pudiendo hacerlo), hasta quedar cocido.
La trampa consiste en haber conseguido que los cambios que estaban teniendo lugar en el ambiente en que estaba inmerso el sapo fueran lo más imperceptibles que se pudiera lograr. Imagina este conocimiento en manos de los manipuladores de masas, los artesanos de la persuasión. Bueno, pues el caso es que ya lo tienen y desde hace muchos siglos. Y no se cortan a la hora de aplicarlo. Cuando echamos la vista atrás, notamos la gran cantidad de cambios que se han producido en solo el tiempo que abarca nuestra corta vida, desde pequeñitos hasta ahora. Sin embargo, a veces es difícil notar cuándo sucedieron esos cambios concretos, porque fueron la suma de otros menores, de tal magnitud que los íbamos asumiendo con bastante naturalidad. Adaptarse o morir, nos dicen. Claro, es imposible adaptarse al agua hirviendo de golpe, aunque no hay problema con pequeñas subidas de temperatura constantes. Pero el resultado final puede ser el mismo.
Pequeñitos desvíos en el timón de cada uno, que quizás no sean más que las etapas de un rumbo ya trazado de antemano por los directores del cotarro. Es una interesante forma de que otros hagan lo que tú quieras, pero como si fueran ellos mismos los que lo hubieran elegido, ¿no es así? En apariencia, la libertad no queda comprometida cuando, en realidad, lo que se está haciendo es hervir la libertad, desnaturalizarla.

No puedo menos que recordar, en este mismo sentido, una fábula de Esopo titulada "El viento del norte y el sol". El texto de la fábula dice algo así:
El sol y el viento, para comprobar quién era más fuerte de los dos, se desafiaron para ver quién era capaz de quitar los vestidos al primero que pasara. El viento sopló con todas sus fuerzas pero cuanto más se esforzaba, el hombre se apretaba más a la ropa y además, al sentir frío, se echó por encima su abrigo. El sol no se esforzó demasiado: se limitó a lucir. El viajero, sudando, se quitó toda la ropa para correr a bañarse.
Creo que no hace falta que te diga la moraleja. Ya la habrás adivinado: "La persuasión es mucho más eficaz que la violencia". Indudable. Los que detestamos la violencia (y reaccionaríamos con brío ante cualquier forma de violencia que aparezca en nuestro camino) no estamos exentos de caer en otras redes del control que se cierne sobre nosotros. Las antiguas batallas van dejando paso a otras más sutiles, combatidas por ejércitos de soldados aparentemente inmóviles.

lunes, 14 de febrero de 2011

una rosa es una rosa es una rosa

(atasco en el cruce con sV-day)
Rose is a rose is a rose is a rose
Loveliness extreme.
Extra gaiters,
Loveliness extreme.
Sweetest ice-cream.
Pages ages page ages page ages.
.
("Sacred Emily", Gertrude Stein)

Yo te digo rosa y tú piensas en mi nombre. También piensas en el color de tantos atardeceres felices. O en el color que descubres en la prenda que atisbas al contemplar mi escote, miranda de tu deleite.
Cuando yo te digo rosa, tú mezclas todas las rosas en una sola rosa. La única que yo he llegado a conocer, distinta a la que tú has llegado a conocer, aunque la misma. Porque una rosa es una rosa es una rosa es una rosa.
En su tallo, hojas, espinas, cáliz, pétalos, estambres... vive la rosa fresca de tus labios, la dura rosa del desierto de tus ausencias, la inmarcesible rosa de los vientos de cambios y de tempestades, la rosa abierta de tus ojos despiertos aun en la oscura medianoche, la cálida rosa que se esconde entre mis muslos, la rosa fragante de tus días de calma, la rosa bellísima de tus manos acogedoras y rebosantes de caricias, la frágil rosa del corazón exhausto y no correspondido, la amarga rosa bañada por un rocío de lágrimas...
Aroma de rosa, color de rosa, tacto de rosa, rosa que suena a rosa y que sabe a rosa. Una tautología hecha rosa, que ni tocaste con mis manos ni oliste con mi nariz ni viste con mis ojos ni pronunciaste con mi boca ni escuchaste con mis oídos, que ni toqué con tus manos ni olí con tu nariz ni vi con tus ojos ni pronuncié con tu boca ni escuché con tus oídos. Esa misma rosa que, mirándote con sus delicados pétalos de terciopelo rosa, me ofrecía su espalda cubierta de espinas. La misma que hería tus manos al tomarla para mostrarme a mí su profunda belleza.
No pudo ser, porque una rosa es una rosa es una rosa es una rosa. Tú la llamabas rosa. Yo la llamaba rosa. Eran la misma rosa. Eran distintas rosas.

lunes, 7 de febrero de 2011

el país extranjero en que todos vivimos

(contemplando el paisaje)

Para mucha gente, la Ciencia es como un país extranjero. No entienden el idioma, no entienden la cultura... y necesitamos embajadores para explicar lo que hacemos, cómo influimos en la sociedad. Pero también al revés. No se trata de explicarle la Ciencia a la gente de manera dogmática y esperar que la entienda, sino que hay que entablar un diálogo para saber cuáles son las preocupaciones del público y qué es lo que no queda claro.
Marcus Du Sautoy (matemático, catedrático de Comprensión pública de la Ciencia, en la Universidad de Oxford, U.K.)
Fragmento de una entrevista de Eduard Punset, en Redes.

El programa-entrevista completo, AQUÍ.

Cuando nacemos, aprendemos poco a poco a hablar la lengua del país en que vivimos. Y lo hacemos aunque no sepamos ni leerla ni escribirla. Eso viene después, si hay oportunidad para el aprendizaje, y con interés y dedicación. Lo cierto es que, del mismo modo, desde los primeros años de vida vamos adquiriendo habilidades científicas, a pesar de ser analfabetos para expresarnos en el lenguaje de la ciencia: las matemáticas. Pero con interés y dedicación...

Nuestras habilidades científicas son muy variadas y se muestran, por ejemplo, en nuestra capacidad de apreciar la belleza natural e incluso de fabricarla artificialmente. También en nuestro dominio práctico de nociones de geometría y de aritmética, en nuestro método de razonamiento, en las deducciones a partir de hechos observables, en el modo en que aplicamos conceptos estadísticos para obtener conclusiones, en la forma de descubrir nuevas realidades... y todo ello hecho con una naturalidad asombrosa. Hay quienes dicen que no podrían vivir sin música. Están reconociendo que no pueden vivir sin la base científica que la sustenta, porque nuestro gusto por el ritmo y la melodía también pertenecen a este campo y son expresables matemáticamente.
Sucede, cuando hablamos de naciones, que se puede no ser un político profesional o parte del gobierno o de otras instituciones nacionales, pero (aun así) conocer suficientes cosas del propio país y su cultura. Igualmente, sin ser científicos profesionales, como meros diletantes en la materia, se puede llegar a aprender diversos entresijos de la ciencia, el propio lenguaje científico, multitud de aplicaciones directas de base científica... A fin de cuentas, no hay más que abrir los ojos a lo que nos rodea, al cosmos completo, para percibir que la oportunidad de aprendizaje es la misma que la que tendría un recién nacido, quien llegará a dominar suficientemente la lengua del lugar en el que habite los próximos años de su vida.

¡Vaya! No me gustan este tipo de reduccionismos en que todo lo que podemos experimentar queda relegado a un solo campo de lo conocido, pero tampoco puedo obviar que tantas y tantas cosas vividas a diario son expresables en lenguaje matemático: el lenguaje de la belleza y el lenguaje de lo preciso, un lenguaje universal. Puede ser fascinante contemplar lo cotidiano desde una nueva perspectiva, más completa. Nos están reservadas grandes dosis de asombro si nos damos a la tarea de escudriñar lo ordinario con lente científica, con total libertad. Un mundo nuevo, distinto, puede aparecer ante nosotros en el mismo lugar en que estaba el de toda la vida, ese país extranjero en el que siempre hemos vivido y cuya lengua y cultura no hemos dominado lo suficiente.

Y si un fragmento de una entrevista dio inicio a este post, será otro fragmento de otra entrevista (esta, de 1981) el que lo concluya. De forma magistral, Richard Feynman nos hace ver que esa típica división del conocimiento en "ciencias y letras" no deja de ser algo tan artificial y en tantas ocasiones absurdo, como ponerle puertas al mar.

Tengo un amigo artista con el que a veces no coincido en cierto punto de vista. Cuando sostiene una flor y me dice que la flor es algo bello, estoy de acuerdo. Sin embargo, me dice que él, como artista, puede apreciar su belleza, mientras que yo, como científico, probablemente no encuentro ningún atractivo en ello. Y pienso que, realmente, habla a lo loco. La belleza que él ve la podemos ver los demás, aunque tal vez no la describamos con tanta exquisitez y finura. Sin embargo, yo veo mucho más que él en una flor. Imagino las células vegetales y sus complejidades, que también entrañan belleza. No solo se trata de la belleza en la dimensión que capta la vista, sino que se puede ir mas allá, hacia la estructura interior.
Por ejemplo, el hecho de que los colores hayan evolucionado para atraer a los insectos significa que los insectos pueden apreciar el color. Y entonces se crea la pregunta: ¿El sentido de la estética también lo tienen las formas de vida menores de la naturaleza? ¿Por qué razón les resulta estético? Toda clase de interesantes cuestiones de la ciencia que no hacen sino sumarle misterio e interés a la impresión que deja una simple flor, no entiendo en qué manera podrían restárselo.