domingo, 27 de marzo de 2011

largo adiós

(área de descanso nº 121)
"Navegamos en un mar amplio, siempre inciertos y fluctuantes, suspendidos de un extremo al otro.
Cada lugar en el cual pensamos echar el ancla y detenernos vacila y nos abandona, y si lo seguimos escapa a nuestra tentativa de posesión,
se escurre entre nuestras manos y se aleja huyendo eternamente.
Nada está quieto para nosotros. Es la condición natural y, todavía, la más contraria a nuestras tendencias.
Ardemos del deseo de encontrar un lugar estable y una última base segura para edificar una torre que se eleve al infinito,
pero nuestros fundamentos se agrietan y la tierra se abre bajo nuestros pies hasta los abismos más profundos".
(Blaise Pascal, "Pensées", nº 72)

A ti, que no sé si te acuerdas de que te quiero, pero al menos sí sé que lo intuyes.

Me abrazas, mi amor, pero en ti solo veo el rostro de una desconocida. Me llevas de la mano por plazas y calles llenas de extraños que sonríen (¿por qué sonríen?) y saludan desde lejos con un vaivén de sus palmas (¿por qué saludan?).
Edificios desolados, fotos veladas, estatuas derretidas.

Subo hasta el sótano, bajo las escaleras que me llevan al desván... abro cada puerta, para aparecer en lugares insospechados. Y tú no estás en ninguno de ellos. Vuelvo a hacer girar la ruleta. No sé quién cambia las cosas de sitio cada día, es alguien infatigable. Se esmera, no descansa.
Por fin, encuentro mi caja de herramientas y saco un martillo. Lleno de clavos la pared para colgar retratos, pero no sé quiénes son los retratados. Lo hago de todas formas, mi amor, porque sé que te gustan y los contemplas con cariño.
Salgo a comprar algo que has dejado encargado. Abro mi cartera y allí estás. Tantos años conmigo y aún no he quitado de ese apartado transparente la foto de la modelo (cuyo nombre ignoro) que venía en ella cuando me la regalaste, para que nunca te olvidara, mi amor. A fuerza de verla, ya me resulta incluso familiar. Cuántas imágenes distintas para una misma persona.
Me siento a la mesa. Un puzzle está a medio terminar. Faltan los rostros, una vez más. Cuerpos sin cara. Busco, mi amor, pero no encuentro las piezas que faltan. ¿Deberían estar aquí, con las demás, verdad? ¿Por qué no están, mi amor?

Me desespero... Ya no me acuerdo de que olvido. Ya no me reconozco cuando hablo conmigo mismo.
Ya no sé si prefiero estar perdido sin saberlo, abandonado a mi deriva, o encontrarme conscientemente náufrago en la inhóspita isla (cada vez más inhóspita) en que alguien vuelve a despertarme otra vez de mi sueño sin memoria. Isla sin ley, donde se me priva incluso de la capacidad de perdonar, puesto que no recuerdo las ofensas ni sé a quién tuve por enemigo.
El cuerpo y el espíritu se van disociando, mi amor, hasta que no queda ni lo uno ni lo otro.

Hablo con los vivos. Pero debo de estar confundido, porque cuando les llamo por su nombre son ellos mismos los que me dicen que a quienes nombro murieron tiempo atrás. Los presentes me dicen que hablo de ausentes. Pero son ellos mismos. Lo sé. Creo que lo sé.
Empiezo a comprender que se han confabulado para gastarme una broma pesada, mi amor. Pero soy paciente. En algún momento romperán ellos la coartada, se les escapará un guiño, se mirarán furtivamente, olvidarán algún detalle, se descubrirá su juego. Reirán ellos por el descuido y entonces reiré yo también, mi amor, por haberlos pillado finalmente. Y así obtendré mi triunfo. Reiremos todos y se acabará la pantomima.



"What is that?" (Τι είναι αυτό) de Constantin Pilavios, 2007

lunes, 21 de marzo de 2011

el vigilante

(parada equinoccial)

Naturaleza. Y los humanos metidos de lleno en ella. Así son las cosas.
Es esta una posición en el mundo que a veces olvidamos (tan sumergidos como estamos entre hormigones, asfaltos, máquinas y otros ingenios electrónicos), aunque la indomable fuerza de sus elementos acaba por sacudir nuestro orgullo, revela nuestra pequeñez y nos despierta a la ineludible realidad... Pero no siempre es por las malas. Ser parte de ese todo natural está muy profundamente escrito y firmemente arraigado en nuestras estructuras más íntimas, así que el distanciamiento solo puede provocar mayor necesidad, la carencia mayor anhelo. Resulta difícil permanecer indiferente al abanico de recursos desplegados ante nosotros y es frecuente sentir cómo tales recursos, por cotidianos que puedan parecer, llegan a condicionar nuestros estados de ánimo (la melancolía en los días de lluvia, la euforia en los soleados, el arrobamiento de los calmos y bellos atardeceres...). No sucederá a todos por igual ni de la misma forma, pero sí como si algo incontrolable flotara en el ambiente.

Hoy comienza la primavera. Es un despertar del letargo invernal, la sangre se altera (dicen). Las mitologías lo presentaron como el retorno (desde el Inframundo) de la raptada Perséfone de vuelta al regazo de su madre Deméter. Ambas figuras están asociadas a la agricultura en civilizaciones antiguas, por ser su base vital precisamente agrícola. La primavera, Perséfone, se traduce como el primer verdor, es el despertar de lo natural. Ese primer verdor ya ha sido anunciado por el vigilante, el almendro (en hebreo, almendro y vigilar son palabras que comparten raíz común), un árbol que oteando el horizonte de las estaciones se ha cubierto de flores para advertir de la llegada de mejores días. Avisados quedáis, nos cuenta su vestido blanco rosáceo.
Por un día, norte y sur coinciden en algo: el advenimiento de la primavera boreal y la simultánea llegada del otoño austral tienen en común la misma duración del día y de la noche. Pero esto solo corresponde a un día, el del equinoccio. La gran diferencia es que en el norte los días seguirán creciendo mientras que en el sur irán menguando. Nuestro horizonte es el verano, el suyo es el invierno. Y es una gran diferencia. Como diferentes son la emoción del viajero que parte y el ánimo de quien regresa de su viaje...
Nosotros partimos de nuevo, despertados por el vigilante, con un sol que ilumina el camino y preparado para aumentarnos el tiempo de exposición a sus caloríficos rayos. Es un panorama que invita a sonreír. Tanto es así, que JLin, un amigo bloguero, nos animó hace unos días a participar de su Proyecto Sonrisa. Una acertada propuesta para un día como el de hoy. Que la sonrisa es beneficiosa para las personas era algo que ya intuíamos desde hace mucho y que los científicos acabaron por demostrar. Nos sentimos mejor al sonreír. Entonces, ¿por qué no sonreír un poco más? ¿Y por qué no incluir a más personas en esta red de sonrisas? Parece difícil (o incluso inoportuno) cruzar esa barrera imaginaria que todos plantamos alrededor de nuestras intocables personas, para irrumpir en el espacio privado de un desconocido... Pero pienso que en ciertos momentos quizás no haya nada más oportuno que este tipo de invasiones. Con un beneficio doble, puesto que para lograr que otros sonrían, primero es uno mismo el que debe sonreír. El guante del reto está lanzado, espero que sean muchos los que lo recojan.

Pero esto no termina aquí, aún me falta una última cosa. Sí, llegó la primavera y tengo una deuda con otra amiga bloguera, Jeanne. Una deuda que paso a satisfacer con alegría. Hace unos días, después de leer de su constante anhelo por la primavera, le dije que le dedicaría una tira cómica de Mafalda acerca de la estación que por fin ha llegado. Jeanne ha sido, en las semanas finales del invierno, el almendro que con colores y palabras, palabras y colores, rebosando entusiasmo anunciaba el retorno de una esperada primavera. Para ti, con cariño y una dosis grande de humor.

miércoles, 16 de marzo de 2011

independencia

(área de descanso nº 120)
"Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, aunque se trate de un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por tanto nunca preguntes por quién doblan las campanas: doblan por ti".
(Devotions upon emergent occasions, Meditation XVII - John Donne, 1624)

En casa de los vecinos del noveno izquierda, el hijo mayor ya se ve un buen mozo y con un buen trabajo, así que mira el tablero y tira un dado. Cinco. Perfecto. Toca sacar ficha de casa. Adiós, papás, me voy a vivir solo, que ya va siendo hora. Agarra su coche y parte raudo.
El muchacho busca piso en alquiler. Tira un dado y sale un seis. Esto marcha. Pronto encuentra un lugar coqueto donde sentirse como en su propia casa, aunque en realidad la casa pertenece al que es su vecino del tercero, que se la alquila por un buen precio. Esto hay que celebrarlo. Baja a la tienda del barrio y compra algunas cosas ricas. Hay que invitar a los amigos, también algo de beber. Se presenta luego en la frutería con su cara de independiente y el dependiente cavila si no fuera por mí, las manzanas te las tendrías que plantar tú mismo.
Celebración por todo lo alto. No tanto, pero como si lo fuera. Es mi celebración en mi propia casa, que no es poco, piensa el joven. Tan animado está que tira el dado. Otro seis. Mejor imposible, voy como un cohete.
Oye, llévame a casa, que ya es muy tarde, le pide un amigo. Vale, me pongo la chaqueta y nos vamos, responde él. Se suben al coche, pero no llegan muy lejos. No sé si es por el asfalto mojado a causa de la lluvia, por la euforia comemundos que aún no se ha disipado y que supuestamente debería hacer invulnerable, por algunas copas de más o porque ese coche que estaba estacionado se les abalanzó a demasiada velocidad... La de cosas que se pueden decir en un atestado. Los dos en el hospital. Huesos rotos, fracturas complicadas. La cosa pinta mal. Imposibilidad de mover las piernas durante un mes. Un brazo en cabestrillo otro mes. Y algunas costillas hechas añicos dificultan los movimientos que tan sencillos parecían hace unas horas. Y lo que duele. Baja laboral para una buena temporada...
La familia llega al hospital. En la habitación hoy no se respeta el horario de visita. Se entiende, en ocasiones así... Los padres han traído el tablero. Anda, hijo, vuelve a tirar. Y ya lo creo que tira. Seis. Maldita sea, otro seis, el tercero. Con lo avanzada que estaba la ficha ...y ahora debe enfilar de vuelta a casa.

Dos calles más allá, una familia termina por acoger al abuelo. Un susto reciente por una caída en la ducha y algunas alarmas por olvidarse de apagar el gas después de calentar la leche del desayuno son suficientes para que hijo y nuera se planteen que el abuelo no puede vivir solo más tiempo. Cualquier día ocurre una desgracia. Lo meten en casa. La visión del pequeño nieto es una alegría pasajera. Al poco, el mundo se le derrumba encima, ya soy un inútil, ya no me dejan ni cuidarme a mí mismo. Cuando el abuelo sale de casa a tomar un poco el sol en algún banco del parque, emulando a las lagartijas, los amigos le preguntan que cómo le va. El abuelo no les dice nada de su nueva situación. Se muere de la vergüenza. Ya soy un inútil, es la idea martilleando en su cabeza, mientras las arrugas en la frente dibujan un abatimiento más profundo de lo que sería razonable. Imposible disimular, pero calla pesaroso. Los amigos se miran. Saben y no quieren comentar.

A mucha distancia de allí, en una ciudad del oriente más lejano, un abuelo es acogido por su familia. Ya no puede seguir viviendo solo y es preciso que ocupe una habitación bajo el mismo techo que el resto de la familia. Todo es alborozo. Al poco, bastón en ristre el abuelo camina hasta un parque cercano. Allí encuentra a sus amigos. Casi le falta tiempo para contarles con entusiasmo que ahora vive con su familia. No puede ser más feliz, no puede sentirse más orgulloso. Los amigos envidian al abuelo y esperan el momento en que ellos también puedan sentirse igual de privilegiados. No conciben mayor honor.

domingo, 13 de marzo de 2011

het achterhuis

(área de descanso nº 119)
"Espero que te podré confiar todo, como nunca he podido hacer con nadie, y espero que serás para mí un gran apoyo".
(primeras líneas del diario de Anne Frank)


Es posible que en las edificaciones de otros países no haya nada que se pueda equiparar a una trascasa, un tipo de alojamiento que es muy frecuente en las más antiguas viviendas holandesas. Se le llama het Achterhuis (la trascasa, el anejo, la casa de atrás) y se trata de la parte de un edificio que da al patio o al jardín interior y que está completamente separada (también para el agua y los servicios) del resto de la casa, aunque ambas partes se comuniquen por una puerta. La trascasa de la Prinsengracht, en Amsterdam, el lugar que sirvió de refugio a Anne Frank y otras siete personas durante veinticinco meses, estaba formada por dos cuartos, más un almacén y un trastero con una ventana que daba al tejado. La puerta de acceso quedaba escondida tras una estantería.
En el verano del 42, el Comisario del Reich para Holanda, Arthur Seyss-Inquart, ha prohibido a los judíos que se muden o que se alojen con otros judíos. Con una orden del 30 de junio ha impuesto que los judíos no salgan de sus casas entre las 8 de la noche y las 6 de la mañana, y que durante ese tiempo no hagan visitas ni dejen las ventanas abiertas. La orden les prohíbe también tener teléfono, usar las cabinas telefónicas públicas, entrar en ciertos barrios de Amsterdam y comprar en los mercados. En los trenes, los judíos deben quedarse en pie hasta que todos los viajeros arios hayan encontrado sitio para sentarse. Todos los judíos estaban obligados (desde comienzo del año) a llevar sobre su ropa la estrella amarilla de seis puntas con la inscripción Jood. En este ambiente, y con la expulsión de Anne (por orden de la autoridad) de la escuela Montessori de la Nierstraat, Otto Frank comprendió que se avecinaba el momento en que los 100.000 judíos holandeses (todos ya localizados y fichados por la policía) no podrían evitar la deportación. Solo quedaba encontrar un escondite y organizar un plan para desaparecer de la escena hasta la liberación de Holanda.

Het Achterhuis fue el título con el que Otto Frank (padre de Anne y único superviviente de los ocho refugiados) publicó, unos dos años después del fin de la guerra, en 1947, la colección de pensamientos de su hija, obra que hoy conocemos como El Diario de Ana Frank. La primera anotación en ese diario corresponde al día 12 de junio de 1942, en que la más joven de los Frank cumplía los 13 años. El 7 de julio del 42 queda registrado en el diario el ingreso en la trascasa. La última anotación será la del 1 de agosto de 1944, tres días antes de que agentes de la Grüne Polizei, bajo el mando del brigada de la Gestapo Karl Silberbauer, asaltaran la Achterhuis y detuvieran a sus ocupantes. Aquel 4 de agosto, a la altura del número 263 de la Prinsengracht, ante el almacén de la empresa de ultramarinos "Kohen y Cía., importación de gelatinas de fruta para confituras" (un edificio de cuatro pisos tras el que se distinguía la grácil silueta de la iglesia de Wester, donde está sepultado Rembrandt), a los cuatro hombres de la Policía de Seguridad holandesa les está esperando el delator Willen Gerard van Maaren para indicarles el refugio de los ocho judíos. En el edificio está Victor Kugler (colaborador en el plan clandestino, junto a la secretaria Miep van Santen y la mecanógrafa Elli Vossen, además de Johannes Kleiman, otro de los empleados de Otto Frank, a quienes ya en el otoño del 41 les había cedido su empresa "Travis" de importación y elaboración de gelatinas, para que los alemanes no la hubieran confiscado como propiedad perteneciente a un judío), que es sorprendido por los agentes y llevado ante la estantería de marras en una gran habitación vacía en el tercer piso. Se le ordena retirarla, Kugler insiste en que no hay nada en ese lugar y es Silberbauer quien la retira a empujones. Tras aquella estantería estaba la puerta secreta y, tras ella, Anne Frank (de quince años), sus padres, su hermana Margot, los van Pels (padre, madre e hijo, llamados van Daan en las páginas escritas por Anne) y el dentista Fritz Pfeffer (con el nombre de Albert Düssel en el diario). Cuando la salvación parecía ya tan próxima, con los aliados rebasando Florencia, los rusos llegados al corazón de Polonia y los americanos cercando París, ocurre el más sombrío de los desenlaces y los refugiados son descubiertos. Han soportado más de dos años de reclusión para evitar la deportación a los campos de exterminio, pero ahora se ha esfumado toda posibilidad de escapar a un cruel destino.

Para la joven Anne Frank y el resto del grupo comienza un macabro peregrinaje. Kleiman y Kugler también son encarcelados, pero lograrán salvarse. Los ocho arrestados son enviados al campo de recogida de Westerbork. Momentos de esperanza: dicen que en Westerbork no se está tan mal y los aliados avanzan victoriosos en todos los frentes. Después de veinticinco meses de encierro, tienen la impresión de estar haciendo una excursión. Westerbork es un pueblecito al norte de Holanda y a unos 50 kms. de la frontera con Alemania. Pero la realidad es que Westerbork está dirigido por el jefe de la policía SS en Holanda, general Wilhelm Harster, que trata con especial dureza a los judíos que (como Frank) se habían sustraído a la captura. Agosto de 1944 está acabando. Los internados de Westerbork viven para el único pensamiento de una próxima liberación. Los ejércitos rusos han penetrado aún más en Polonia y los nazis no podrán seguir trasladando deportados a Auschwitz, Majdanek ni Treblinka. París acaba de caer y los aliados avanzan por Bélgica. Por desgracia, no es bastante. El 3 de septiembre se toma Bruselas, el día siguiente Amberes y el 11 se llega a la frontera alemana cerca de Aquisgrán, pero el último convoy de Westerbork ha partido ya la madrugada del 3 hacia la deportación y el exterminio. La noche del 7 de septiembre, llega a Auschwitz. Allí, hombres y mujeres son separados. Las mujeres de la familia Frank son recluidas en el bloque 29 del campo femenino de Birkenau. Anne debe conocer todavía lo peor. En Auschwitz está unos dos meses y después de un par de selecciones, es rechazada y enviada a Bergen Belsen junto con su hermana Margot. Bergen Belsen, en la Baja Sajonia, entre Berlín y Hamburgo, estaba constituido por cuatro pequeños campos y fue quizás el peor de todos los campos de exterminio. La escasísima dieta alimenticia llegó a provocar centenares de casos de canibalismo y las enfermedades se extendían con rapidez. El tifus petequial estaba tan difundido que los ingleses, al liberar el campo, se vieron obligados a destruir con lanzallamas las tiendas y los pocos barracones del recinto.

En este ambiente se quebrantó al fin el espíritu de Anne Frank. La niña que, como había escrito en su diario, tenía aún confianza en la vida y en la íntima bondad del hombre, confianza en la posibilidad de que tras la tormenta (que también acabaría con ella) volverían al mundo la serenidad y la paz, termina ahora por desesperar de la condición humana. Son escasos los testimonios sobre ella en Bergen Belsen. Lies Goosens Pick, amiga de la infancia de Anne, fue la última que la vio viva. Después de Margot, Anne falleció, tronchada por la fiebre tifoidea y por el dolor de perder a su hermana, a finales de febrero o, lo más probable, en marzo de 1945 (se señala la fecha del 12 de marzo de 1945, ayer se cumplían 66 años, como la más exacta). Sucedió pocos días antes de la liberación del campo. Anne no llegó a cumplir los dieciséis años.

A pesar de que la más siniestra, inimaginable e implacable máquina para triturar vidas engendrada por la locura humana acababa de cobrarse una nueva víctima, la voz de Anne Frank no se había apagado. A centenares de kilómetros, entre los muros ennegrecidos de la trascasa de la Prinsengracht donde había vivido escondida veinticinco meses, las fieles Elli y Miep habían encontrado en el abandonado desván el cuadernillo rosa que Otto había regalado a su querida hija en el día de su cumpleaños, en aquel ya lejano junio del 42. Ese extraordinario documento humano que nos legó Anne es el relato sencillo e intenso de tantas jornadas de reclusión, a través de los pensamientos, amistades, relaciones, ideales, conflictos, sentimientos, confidencias, experiencias... de una persona fascinante con grandes deseos de vivir.

Miércoles, 3 de mayo de 1944
Con frecuencia he estado abatida, pero nunca desesperada. Considero esta vida clandestina como una aventura peligrosa, pero romántica e interesante. Me consuelo de las privaciones entreteniéndome en describirlas en mi diario. Me he propuesto llevar una vida diferente de las otras chicas, y después, de las amas de casa corrientes. Este es un buen comienzo de una vida interesante, y por eso, aun en los momentos más peligrosos, tengo que reírme del lado humorístico de la situación. Soy joven y poseo muchas virtudes aún escondidas, soy joven y fuerte y vivo esta gran aventura, estoy en pleno centro, y no puedo pasar el día lamentándome. La naturaleza me ha favorecido dándome un carácter feliz, jovial y enérgico. Cada día siento que mi mente madura, que la liberación se avecina, que la naturaleza es bella, que la gente en torno a mí es buena y que esta aventura es interesante. Luego, ¿por qué tendría que desesperarme?

martes, 8 de marzo de 2011

efecto cascabel

(área de descanso nº 118)
"Se deshace mi alma de ansiedad...".
(Salmo 119:28)

La expresión efecto cascabel la acuñó un amigo a raíz de una experiencia personal. Él había asistido a un espectáculo de danza y se encontraba muy próximo al escenario, que podía ver casi a ras. En un momento de la actuación, un diminuto cascabel se desprendió del traje de uno de los bailarines y quedó abandonado sobre la plataforma donde el grupo dibujaba sus coreografías. Nadie pareció fijarse en algo tan irrelevante, pero mi amigo quedó absorto por el incidente... En lugar de prestar atención a la danza, su pensamiento (según él mismo relató después) se perdió imaginando caídas, tropiezos y otros desaguisados provocados por el mismo cascabel que los danzarines estaban ignorando. Al menos, en apariencia. Porque sucedió, de repente, que uno de los bailarines, con tal disimulo como si estuviera ejecutando un paso programado de antemano, ensayado una y otra vez, improvisó un movimiento para retirar la minúscula esfera metálica sin que nadie entre el público percibiera la maniobra. Nadie excepto uno, al menos.
La danza continuó sin más sobresalto y todas las catastróficas predicciones que mi amigo había elucubrado quedaron en nada. Afortunadamente, pero (también) como era de esperar.

Él ilustraba con este ejemplo propio su desazón ante el mismo sistema educativo para el que trabaja. Aventuraba sombríos finales para la coreografía que tantos y tantos alumnos practican sobre una alfombra de cascabeles, pero también termina convenciéndose de que podrán ser esos mismos alumnos quienes vayan retirando con naturalidad y sin alharaca los obstáculos que les impidan llegar a buen puerto. Mientras que quien contempla queda paralizado, el que baila actúa espontáneamente. ¿Lo que hace mi amigo en última instancia es vencer el pesimismo a base de optimismo? Quizás. Pero supongo que parte del efecto cascabel está en las evidentes diferencias de perspectiva que llevan a alguna de las partes a magnificar lo minúsculo hasta distorsionar un juicio que debería ser más equilibrado. Lo que él termina por hacer es, simplemente, cambiar de perspectiva.

Desde que me relató su anécdota, también hice mía esta etiqueta en dos palabras. Y ahora ya estoy acostumbrado a identificar como efecto cascabel todas aquellas situaciones en que, como si fuera abducido por un túnel, siento el efecto hipnótico de un minúsculo evento o de una tenue circunstancia, algo que apunta a otra cosa mayor pero que pasaría completamente desapercibido para cualquiera. Y es en ese preciso instante cuando hay que decidir cuál es la magnitud real del cascabel: ¿acaso es la que se puede aventurar en una proyección fatalista? ¡ah... siempre la subjetividad...!
Es asombrosa la sencillez con que alguien puede poner en su justa medida lo real y lo potencial, y sortea y atrapa el aparente orbe gigantesco para dejar un camino expedito. La ventaja que tenemos sobre el futuro es que gran parte de lo que llegará a ser se está construyendo desde el presente.

domingo, 6 de marzo de 2011

geomoros y demiurgos

(área de descanso nº 117)

Hay palabras que, a fuerza de abusar de ellas, se van apolillando sin remisión. O, también, se las pone en contextos tan corrosivos que es imposible que soporten la abrasión constante, hasta que sus mismas entrañas quedan a merced de esa atmósfera en que se diluirán sin apenas dejar rastro. Podríamos hacer una lista y (¡quién sabe!) emprender alguna acción para rescatar todo aquello que significan.

La democracia fue un salto cualitativo muy relevante en la forma de organizarse y gobernarse los grupos humanos. En esencia, es el paso de la ley del más fuerte (lo de fuerte, en todas las acepciones del térmimo) a otro sistema en que todos y cada uno son igual de importantes en el desarrollo de la comunidad. Y digo en esencia, aunque también lo es (lamentablemente) en teoría, porque en la práctica sería imposible encontrar una sola democracia en toda la Historia de la Humanidad en que se cumpla este supuesto. Pero, volviendo al plano teórico, es una nueva concepción de la organización comunitaria, radicalmente diferente a las tiranías, las plutocracias, las monarquías, los feudalismos, las aristocracias, etc...
Si algo faltó en los orígenes, fue una formulación cabal de los derechos inalienables de los seres humanos, adquiridos por el mero hecho de nacer humanos. Muchas cosas quedaban por madurar todavía... Esta arcaica concepción de lo humano motivó que en las primeras democracias (por ejemplo, la ateniense de Pericles) quedaran excluidos los extranjeros, los esclavos, las mujeres. Por el contrario, demiurgos (artesanos) y geomoros (campesinos) constituían ese demos que, junto a los eupátridas (nobles), tratarán de dirigir los destinos de Atenas.

Salvando estas importantes deficiencias, pienso que la nota fresca de las democracias antiguas estaba en la importancia novedosa que se concedía a la persona común. Y lástima que se excluyera a ciertas personas porque aún no se las considerara como personas. Pero ya por entonces era arriesgado proponer que tu opinión y la mía, que tu voto y el mío, deben ser considerados con el mismo valor. Un hombre: un voto. Incluso hoy, habrá quien se vea tentado a rasgarse las vestiduras con esto y argumente así: ¿acaso el voto de un anciano jubilado perdido en alguna remota aldea de la geografía nacional ha de ser tenido en la misma consideración que el de un prohombre de esa misma nación, un sabio y experimentado ciudadano, un auténtico v.i.p. reconocido por la comunidad? Pues resulta que sí, mal que a algunos les pese. Lo contrario, sería volver a una forma de aristocracia, o la aplicación de algún tipo de sufragio censitario. Pero no es sino uno de los maravillosos riesgos de la democracia el tratar por igual a quienes la vida ya hizo diferentes desde el principio, porque los derechos siguen siendo los mismos. Y eso no puede (¡no debe!) cambiarse.

Un problema añadido a este inicio defectuoso (pero prometedor) es la extensión de un sistema de democracia directa a uno representativo. Para pequeñas poblaciones, el sistema democrático resulta relativamente fácil de aplicar. Pero se multiplican los problemas en el momento en que ya no es posible reunir a la asamblea de todos los ciudadanos, al mismo tiempo y en el mismo lugar, para la toma de decisiones. Los representantes, ¿representan en realidad a sus representados o se acaban representando a sí mismos? ¿Velan más por los propios intereses o por los de la ciudadanía? Y más aún:
 -¿cómo se eligen?
 -¿hay transparencia a la hora de proponer las listas de los candidatos a la elección?
 -¿se propone a los más capacitados o existe el favoritismo?
 -¿se siguen aplicando los principios democráticos o ya no es posible?
 Finalmente: ¿tienen todos los votos el mismo valor? Esta pregunta llega a ser respondida por la práctica: puede suceder que la lista más votada no sea la que más representantes obtiene en las elecciones. Y esto no deja de ser una forma de corrupción del propio sistema, por más que se quiera vender de otra manera (¿qué sucede con todos esos votos -es decir, personas- que no son tenidos en cuenta?). Y una vez abierta la puerta de las corruptelas, parecen colarse todas ellas en tropel... Y hay más. La democracia se ha revelado más vulnerable a los enemigos internos que a los externos, ante los cuales se muestra muy rocosa. Pero cuando alguien animado por el espíritu del totalitarismo llega a infiltrarse en los entresijos de la democracia, puede llevar a cabo los peores atropellos. Ejemplos abundantes tenemos y no quiero explayarme en este punto.

Recién estrenados los 90, me aficioné a las historias de crítica social, familiar y política que nos llegaban a través de esos monigotes de color mostaza, The Simpsons. En uno de sus episodios, Lisa Simpson experimenta un profundo sentimiento de decepción ante la corrupción que inunda el sistema. Entre sus dos redacciones patrióticas leídas en concurso local y nacional (respectivamente), "Las raíces de la democracia" y "Pozo negro en el Potomac", media el haber sido testigo de una trama de corrupción en que un congresista acepta un soborno para permitir que un bosque próximo a Springfield (por cierto, el mismo en que Lisa se inspiró para su primer escrito) sea talado para satisfacer la ambición del aprovechado de turno. La rabia e impotencia que embargan a la joven chavalilla son indescriptibles... Tanto le afecta la escena, que rompe su escrito original para tratar de desahogar su frustración en uno nuevo, reformado conforme a lo que acaba de descubrir. Después de la lectura de su segunda redacción, se sucede una delirante retahíla de acontecimientos en que los guionistas dejan sobradas muestras de ironía y cinismo.
Ahí permanecerá mientras tanto el gran riesgo: que a causa de los intermediarios se destruya lo mejor y más significativo de la democracia. Y es un riesgo que nos debería mantener siempre alerta.

De todas las formas de gobierno que hemos probado, no caben dudas de que la democracia es la mejor de todas ellas. O la menos mala, como dicen algunos. Si no es aún mejor, también es porque los humanos nos hemos revelado muy ingobernables. Está en nosotros, en nuestros genes. Pero, con todo, esto nunca debería parecernos suficiente. Huyendo del conformismo, podemos aspirar a más y mejor. Para ello, no habríamos de darnos por satisfechos con el placebo de pasar por las urnas cada cierto tiempo mientras que, de facto, permanecemos alejados de la marcha política de nuestros propios asuntos, a la vez que padecemos los resultados de decisiones ajenas.
Muy fresco tenemos, citando algo sobresaliente, el ejemplo de Islandia. Y, en el momento de plantearse la revitalización de todo el sistema, no parece un mal espejo en que mirarse.