sábado, 28 de mayo de 2011

una experiencia (casi) religiosa

(área de descanso nº 132)
"El siglo XXI será espiritual o no existirá".
(André Malraux)

Alguien hizo correr la burda patraña de que la gente ya no sería religiosa en estos tiempos. No creas esas infamias, Argus. Estas gentes sí que lo son. Y mucho. Ni te lo imaginas. Pero debes comprobarlo por ti mismo, con tus propios ojos, si quieres llevar un informe cabal sobre este asunto.

Los abundantes templos, que siempre están llenos de discípulos, tienen sus paredes adornadas con las imágenes de esos dioses a los que rinden veneración. El culto no se abandona, sino todo lo contrario. Los fieles iniciados se visten con sus ropas para las ceremonias y acuden puntuales a celebrar sus ritos. Se sacrifican hasta lo indecible para rozar la perfección aunque sea con las puntas de los dedos. Son muy regulares en la asistencia a los servicios religiosos, los hay que incluso acuden a diario. Los sacerdotes dirigen agotadoras sesiones de comunión con un anhelado más allá. Los devotos fieles, rebosantes de camaradería, repiten las liturgias con determinación. Actividad y más actividad, Argus. Los reclinatorios, lugares de meditación e incluso potros de autoflagelación están siempre llenos. Hasta se llega a esperar turno para disponer de ellos cuando no están vacantes. Cualquier sacrificio es poco. Han reformado sus hábitos de vida e incluso han adoptado una forma distinta de hablar y de referirse a las cosas de su religiosidad. El camino de santificación está muy transitado y las marchas por él transcurren a ritmo vivo y constante. El aroma de esta religiosidad se respira en los templos por doquier.

¿No me crees, Argus? Entonces acompáñame a sus templos y obsérvalo con tus propios ojos.
En clara alusión a la desnudez que experimenta el hombre ante los dioses, ellos han tenido a bien llamar gimnasios a sus templos. Llegas a ellos y te vistes para la ocasión, con esas especiales ropas litúrgicas. Hay unas sacristías preparadas para la ocasión. También allí tienen lugar las sagradas abluciones. En cuanto entras a las distintas capillas del templo puedes percibir ese olor acre que todo lo impregna, a modo de un incienso que invita a la concentración en la tarea. Diría que es parecido al olor de la transpiración. Algunos sacerdotes, que ellos llaman monitores, dirigen ciertos oficios en determinadas capillas del templo ante una congregación de fieles que imitan sus danzas extáticas, rituales coreografías e invocaciones iniciáticas. Algunos se ayudan de extrañas máquinas o de objetos sagrados, bendecidos a los dioses para tales ocasiones. Puedes comprobar que hay beatos que acuden a su cita diaria con las divinidades, sin faltar ni una ocasión. Las ausencias les producen gran frustración, demuestran con ello no querer apartarse por nada del culto que rinden a los dioses, tal es su fidelidad. Algunos la llaman vigorexia, pero no adivino los entresijos del vocablo, ignoro sus peculiares formas de hablar... aún no soy un iniciado, apenas un diletante. Quizás cuando sea un adepto más experimentado y me adentre en los secretos de los ritos, pueda comprender el significado de estas cosas.
De momento, sus letanías me resultan confusas, tan llenas de palabras extrañas como proteína, isquiotibinoséqué, bodicómbatbodipamp (es notorio que recitan bastantes palabras que empiezan con bodi...), aeróbico, metabolismo, deltoides, fúting, estréching, espíning (también muchas de las recitadas acaban con ...ing), abdominales, carbohidratoides (o algo así), pronación... ¡y muchísimas más que me cuesta recordar! No creo que pueda asimilarlas todas...
Y en las capillas del templo, en sus paredes, están siempre los ídolos a los que adoran, como imágenes reflejadas de sí mismos, a las que buscan parecerse. A ellos les dedican sus esfuerzos, sus miradas, lo más selecto de su devoción.

¿Y nos decían que esta época ya no iba a ser religiosa?
Espera a que volvamos a nuestro tiempo, querido Argus, y les contemos a todos los Grandes Sacerdotes del Concilio Supremo lo que hemos visto aquí. Nos advirtieron de que mantuviéramos bajas nuestras expectativas en estos tiempos futuros, que no tuviéramos esperanzas en hallar comunidades de fieles, que habrían desaparecido o que estarían ocultas por miedo a ser perseguidas. Pero es todo lo contrario. Expresan en público y con liberalidad sus creencias, al tiempo que no cejan en tareas de proselitismo.
¡Qué contentos se van a poner con nuestro inesperado testimonio!
.

sábado, 21 de mayo de 2011

rebeldes haikus infiltrados

(área de descanso nº 131)
"Inventamos mareas, tripulábamos barcos
y encendía con besos el mar de tus labios".
(Quique González, "Aunque tú no lo sepas")




..........................................Chispita:
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Resulta muy doloroso tener que escribir esto, pero me es imposible seguir mirando
hacia otro lado y ya sabes cuánto me gustan las cosas claras. Se me pasan los días
sin que llegue a añorar los besos de tu boca, que debería mendigar para recibirlos.
¿Hay motivos para seguir? dámelos, siempre creí que lo nuestro no conocería un final
y, sin embargo, ahora lo veo demasiado claro delante de nosotros…
Se acabaron tantas cosas… días de dicha a raudales, las jornadas felices, tus risas,
sueños aún por alcanzar… Y dentro de mí contemplo un panorama tan desolador
que es el que me hace sentir que si estoy contigo ya nunca volveremos a ser
lo que queremos. Creo que ha llegado el momento de recorrer caminos por separado.
.
Adiós...


martes, 17 de mayo de 2011

evergreen

(una parada junto al camino, para llevar flores a su tumba)
"Deja un ramo de flores en la tumba
como quien riega un árbol
sin raíces".
(Liliana Chávez)

hoy se me ha adherido esta melodía en los tuétanos... igual que me acompaña a mí en esta parada, que también te acompañe a ti
(click en play)

Apenas una humilde lápida sobresale del suelo. El mismo suelo donde anidó ese cuerpo al que la tierra abrazó tan fuerte que ya lo hizo suyo para siempre. En el trozo de piedra que queda como único testigo de la fusión, un nombre grabado y una flor acompañando. La flor conoció mejores días. Ahora, se deshoja, se arruga, se retuerce. Como si sufriera por algo que no comprende pero que comparte. Separación del resto de lo vivo.
Una mujer llega ante la piedra tallada. Solemne pero serena, con mirada demasiado profunda pero ya sin carga sobre los hombros. Retira la flor casi seca y coloca en su lugar otra fresca, igual en cada detalle a como fue la relevada. Ha sido un paso retrocediendo en el tiempo. Y la flor vuelve a revivir, inmarcesible.
Una esperanza de que la tierra devuelva al ser tragado por ella. Al menos, hoy devuelve parte de él en la lozanía de la flor. Recuerdos bañados por el rocío de sus pétalos, memorias escritas en la tersura de su tallo.

No estarás muerto mientras al menos yo no me olvide de ti.

Es su último susurro a la piedra y a la flor.
Una despedida.

El mundo de los muertos que no escribieron poemas está lleno de flores. Y las flores de los poetas son sus versos. Cada día se renuevan frente a su tumba, el poeta revive por ese instante, la memoria lo mantiene para siempre vivo, incrustado en los corazones, en las entrañas, en cada recoveco donde se llora, se ríe, se canta, se sangra o donde más duele.

Don Mario, querido abuelo, hoy hace ya dos años desde que sigue reviviendo usted a base de poemas, en esta no-tumba en ningún lugar al que acudo cuando necesito que me vuelva a contar sus historias de viejito y sus versos de amante perdidamente enamorado.
Aquí le dejo su flor, don Mario.
Hasta siempre.
Hasta la vida.

CHAU NÚMERO TRES

Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres.

Sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro.

Te dejo frente al mar
descifrándote sola
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota.

Te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía.

Pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono.

Estaré donde menos
lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos.

Estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra.

Estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás
y enseguida te siguen.

Y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.

(Mario Benedetti)

viernes, 13 de mayo de 2011

capicúa

(área de descanso nº 130)
.
capicúa
(Del cat. cap-i-cua)
1. m. Número que es igual leído de izquierda a derecha que de derecha a izquierda; p. ej., el 1331. U. t. c. adj.
2. m. Billete, boleto,etc.., cuyo número es capicúa. U. t. c. adj.
3. m. En el juego del dominó, modo de ganar con una ficha que puede colocarse en cualquiera de los dos extremos.
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Parece ser que remite la nube tóxica sobre blogger (señores míos, ¿no conocen esa sabia frase que dice: "si algo funciona bien, no lo toques"?) y ya hay gente que se atreve a asomar la nariz al panorama postapocalíptico que nos ha quedado. Sí, es cierto, estoy en plan exagerado-caricaturesco, pero es para dar ambiente xD
Revisión de daños: hay quien habrá perdido una o varias entradas recientes, algún hilo de comentarios... lo siento por todos aquellos que usan blogger como una herramienta de comunicación a nivel profesional. Imagino que ahora estarán pensando más que nunca en dar el salto a otras plataformas de pago o a otros lugares como wordpress. No sé. Yo le he cogido cariño a esto, y aunque tengo también otro pie en aquellos andurriales, seguiré viviendo peligrosamente por aquí, sin hacer copias de seguridad ni nada de eso que hacen los cobardicas.
¿Que un día la cibertierra esta se me traga todo el blog? Bueno, no sé si se pierde mucho o poco. Siempre recuerdo aquella anécdota del pintor estadounidense Norman Rockwell, cuando ardió totalmente su estudio en Arlington, en 1943. Dejó un bonito dibujo relatando la secuencia de acontecimientos en aquella noche de fuego, bomberos y locas carreras de acá para allá. Además, una frase con cierto humor amargo: "En parte, el fuego fue beneficioso. Se llevó por delante muchas telarañas".
Bueno, pues hasta el próximo incendio.

Hoy tengo algo que celebrar. Hoy cumplo 15251 días de vida (¡ahí es nada!) y un día tan capicúa y que se puede leer tanto de pie como haciendo el pino, merece una mención especial. ¿O no?
De un total de 15251 días, no sé cuál es el porcentaje de días felices, días tristes, días desperdiciados, días inolvidables, días del montón o días de otros tantos montones... Solo sé que ya suman un número bastante grande y esto es motivo para estar agradecido. No puedo quejarme en absoluto, me siento afortunado de haber vivido tanto. Cosas buenas y no buenas, todas, porque cada una ha sido un pasito más que me ha traído hasta aquí.
Thank you very much, Life.

Y me quedo pensando en estas cosas de ida y vuelta, que (no sé por qué) tanto atractivo nos tienen. Somos adictos a los movimientos pendulares y a las simetrías, esto no admite discusión en la práctica. Simplemente, es así.
En general, les llamamos palíndromos (del griego palin dromein, "volver a ir hacia atrás") a estas curiosas composiciones de palabras, frases o números que construimos o que aparecen en forma simétrica. Al caso particular de los números, los llamamos capicúas. De pequeño, me aprendí un par de frases palindrómicas que nunca más se me han olvidado. No sé para qué quiere mi cerebro tener alguna neurona ocupada con semejante nimiedad, pero ahí está. La neurona sigue viva y el recuerdo se mantiene. O, quizás, antes de morir, legó como preciada herencia a alguna neurona vecina este par de frases, ¡quién sabe!
Allá van:
DÁBALE ARROZ A LA ZORRA EL ABAD (frase bastante estúpida, por varios motivos evidentes)
ALLÍ VES SEVILLA (esta puede ser más fardona si viajas con un amigo y estás llegando a Sevilla)

Curiosidades mil sobre palíndromos se pueden leer en la red. Incluso habrá quien vea mensajes ocultos en las combinaciones de letras, porque siempre tiene que haber alguna paranoia flotando en cualquier cosa. Pero, en definitiva, es una forma de perder el tiempo como cualquier otra. Al escritor argentino Juan Filloy se le conoce una desmedida afición por los palíndromos (los que ha publicado se cuentan por miles). Sin embargo, el más largo que he leído en mi vida es de Ricardo Ochoa. Una frase palindrómica golden-size. Hace falta valor.
Agárrense ustedes (y si alguien puede explicarme qué sentido tiene esto, le estaré muy agradecido):
Adivina ya te opina, ya ni miles origina, ya ni cetro me domina, ya ni monarcas, a repaso ni mulato carreta, acaso nicotina, ya ni cita vecino, anima cocina, pedazo gallina, cedazo terso nos retoza de canilla goza, de pánico camina, ónice vaticina, ya ni tocino saca, a terracota luminosa pera, sacra nómina y ánimo de mortecina, ya ni giros elimina, ya ni poeta, ya ni vida.

Como celebración, me está quedando la cosa un poco cutre. Pero tranquilos, que ya encontraré por mi cuenta la manera de darle algo de lustre al evento.
Solo unas palabras más antes de la celebración privada. Estaba pensando que este gusto por lo palindrómico puede estar relacionado también con nuestra afición a los espejos y sus desconcertantes reflejos. La literatura, el cine y la pintura cuentan con escenas memorables en que el protagonista es un espejo. Tan capicúas somos cuando nos miramos en un espejo que nunca tenemos en ellos nuestra imagen real. Solo un reflejo simétrico, que pone nuestra derecha a la izquierda y nuestra izquierda a la derecha. ¿Habéis mirado el rostro de algún conocido en un espejo? ¿A que parece un poquito (solo un poquito) extraño? Pues a ellos les pasa lo mismo cuando nos ven a nosotros. Y sin embargo, creemos que nuestra imagen real es la que vemos reflejada. Ficciones. Ficciones que se superan a fuerza de costumbre. Al final, de tanto acostumbrarnos, vemos nuestra virtualidad como si fuera nuestra realidad.
Inquietantes espejos. ¿Y si un día no mostraran el reflejo que de ellos esperamos? Eso sí sería inquietante.

lunes, 9 de mayo de 2011

con los cinco sentidos

(área de descanso nº 129)

pongamos música a esta lectura: click en "play"


Son las típicas cosas del anfitrión. Me lo tendría que haber esperado, si ya sé cómo es él...
Organiza una reunión en su casa, invita a gente que solo él conoce y te encuentras con que estás asistiendo a un evento en que solo te suena la cara de quien te dijo por teléfono el jueves:
Este sábado por la noche te espero en mi casa a eso de las diez. Solo hace falta que te traigas las ganas de pasarlo bien. No puedes faltar.
Después de unos segundos sin reacción, mucho más largos para el que aguarda respuesta que para el que tiene que elaborarla (tienes que transportarte a otro lugar lejos de lo que estabas haciendo, debes revisar una agenda mental y desplazar alguna cosa en la programación, luego volver a recuperar el don del habla), se acaba dando la respuesta afirmativa.
Y aquí estoy ahora. Los presentes hemos intercambiado saludos con sonrisas exageradas y mi amigo me ha ofrecido algo de beber. Con una mano sostengo un vaso y la otra no sabe dónde meterse. Me siento incómodo. O ridículo. O ambos. Menos mal que suena una canción muy agradable. De momento, somos cuatro personas en el salón. Nunca me gustaron estas reuniones de desconocidos en que no sé de qué hablar ni con quién. A ver qué sucede hoy. Así que me he quedado clavado junto a mi amigo (los otros tres invitados han hecho lo mismo), mientras me voy aclimatando.
Él sabe lo muy tímido que soy y todo esto suena a encerrona.
Es como si me oliera otra de las suyas. Cuestión de olfato.

Si se es tímido (a quienes no lo son, todas estas consideraciones les resultarán incomprensibles), lo mejor en estas fiestecillas, desde un enfoque puramente estratégico, es no llegar puntual. Hay que demorarse. Pero nunca me acuerdo de aplicar la táctica y termino llegando a la hora.
Cuando llegas puntual, sueles ser el primero (aparte del anfitrión) y vas a poder ir conociendo a los demás invitados, que llegarán en constante goteo. Es una forma de estar en el centro, como los maniquís en un escaparate. Y el problema es que corres el riesgo de pasar el resto de la velada con la primera persona que sea aún más tímida que tú y a la que (al menos en apariencia) le hayas caído genial. No me manejo bien con ellos: me parece que tienen adhesivos muy potentes y es difícil despegártelos. Pero si llegas tarde, la cosa ya está en marcha, cada uno a lo suyo y nadie va a reparar en ti. Luego, puedes mariposear de grupo en grupo con la inestimable guía de quien conoce a todo el mundo y decidir a qué ascua vas a arrimar tu sardina.
Esta noche, creo que ya se me ha acoplado un ancla. Poco después de mí, llegó una pareja que se añadió a los cuatro de inicio y no han parado de darme la brasa sobre temas que no me interesan ni un ápice. Debo dejar de decir sí sí sí y de asentir con la cabeza. Menos sonrisas y diplomacia.
No sé cómo me he dejado atrapar en algo así...
Tendría que haber estado más ágil. Aquí me ha faltado vista.

Reacciono. Ahora que parece que... ¿Rosalía? (¿cómo no soy capaz de recordar su nombre si me lo acaba de decir?) va a cambiar de asunto y toma aire para otra nueva andanada, es la mía y meto baza:
Discúlpame, voy a salir un momento a la terraza.
Sonrisa y ahí os quedáis.
La casa se ha ido llenando de gente en la última hora. He contado, así sin pararme mucho, más de treinta personas.
Salgo a la terraza y me acodo un momento en la barandilla. Aire, ah. Estoy así un rato y luego vuelvo al jolgorio. Cuando me doy la vuelta, aparece ante mí la chica más guapa que he visto en mucho tiempo. Ella no me ha visto. ¿O sí? ¿Es posible que se haya fijado en mí cuando yo estaba absorto en el firmamento? No sé... habría sentido sus ojos clavados en mi espalda y no he notado el impacto. Algo de ese calibre debe de atravesarlo a uno como un cañonazo de rayos. En un momento se cruzan las miradas (¡glups!), aguanto el tipo y parece que... bueno, quizás me lo ha parecido solo a mí.
La física cuántica nos ha cambiado a todos. Aunque no sepamos prácticamente nada del tema, se ha infiltrado en nuestra cotidianidad ya para siempre. Ahora no puedo pensar más que en el gato de Schrödinger y me pongo nervioso... aquí empieza una relación que está viva y muerta a la vez, pero tendré que abrir la caja para comprobar si está viva o si está muerta. Toca arriesgar... Es como en aquel acertijo zen: ¿Hace ruido al caer un árbol en un bosque en que nadie puede escucharlo?
Ahora hay que ir al bosque y poner la oreja. A ver qué me dice el oído.

Tengo una idea de listillo. O de cobarde, según se mire. Voy a buscar a mi amigo, porque es seguro que él podrá decirme algo de esta mujer. Es su invitada y tiene que conocerla bien. Dicen que la información es poder, ¡cómo lo saben!
Ahora dudo... Mientras busco por allí, la mujer se me puede esfumar por allá, y ni bosque ni caja con gato vivomuerto. Me quedo con las ganas. Y a ver cómo le explico a mi amigo...
Oye, una chica muy guapa que estaba hace un momento en la terraza. Morena con el pelo largo, unos ojos que te atraviesan con la mirada. Así de alta. Con un vestido largo, azul oscuro (esta limitación que tenemos los hombres para describir colores va a acabar un día con nosotros), muy elegante... y no sé qué más decirte, ¿quién es?
Vale, sí, la información es poder, pero no sé de qué me puede servir ahora ese poder. Casi prefiero un abordaje en igualdad de condiciones, sin terreno invadido de antemano, ambos al unísono.
Y me ha vuelto a mirar y la sigo mirando, que no sé cómo podría ya mirar hacia otro lado en que no estuviera ella.
Y la situación se está tensando y me siento como mosca atrapada en la telaraña... quiero moverme y no puedo.
Pero esto es ridículo. Venga, tío, un pie delante del otro y no metas la pata.
Si sigo mirándola así sin hacer nada, va a pensar que soy un bicho muy raro... Hay que actuar con tacto.

Me acerco. Todo. Creo. No sé si me he dejado algo por el camino o si el corazón ha llegado antes, a galope tendido.
Esta mujer es excepcional: se ha dado cuenta de que sigo luchando por desembarazarme de la telaraña y se me ha adelantado en el saludo. Eso ayuda. De repente, toda esa maraña de hilos pegajosos se ha desprendido de golpe y ha caído al suelo.
Tiene una sonrisa cautivadora. Y sonríe también con la mirada, eso me encanta.
Me dice su nombre, que hasta suena como la música de las esferas, y ya tengo ganas de grabármelo en alguna circunvolución cerebral. Hablamos por unos instantes que no sé cuánto duran y empiezo a pensar que la aportación de Einstein a la Física no fue para tanto, porque no descubrió nada que yo no pudiera descubrir ante esta mujer. Creo que cuando acaben estos minutos de charla, alguien vendrá a presentarme a mis ancianos bisnietos. Ya lo verás.
Y es entonces cuando viene un tipo y me arroja sobre la espalda todo el hielo que había en la fiesta, al decirle a la mujer que ha detenido el tiempo para mí:
Hola, cariño, estabas aquí. Ven, que acabo de hablarles de mi prometida a unos amigos y quieren conocerte.
Ahora pienso que la información sí es poder. Energía de fusión, poco más o menos. Demasiado tarde.
Con su misma sonrisa encantadora, la mujer se despide mientras el tipo la arranca de la singularidad espacio-temporal que ella misma había creado en este preciso lugar, un nuevo centro del universo, y me deja a mí con el iceberg deslizándose por la espalda.
El gusto ha sido todo mío.

jueves, 5 de mayo de 2011

pesca deportiva

(área de descanso nº 128)

una versión cantada de una historia similar (haz "click" en el "play") :D


Hermosa mañana en el río, en el lugar donde el agua remansa y la corriente es menos intensa. Las primeras luces han despertado mis sentidos. Siento el agua tibia, su fragante olor y su sabor denso y translúcido. Suelto diminutas burbujas, me muevo sin apenas esfuerzo con un ligero contoneo de la aleta caudal. Qué delicia flotar en la tenue corriente, el aroma de las algas dulces en el hocico, el cosquilleo del fluido efervescente en las escamas...
Me animo a zambullirme en el aire. Un salto, ¡hop! y chapoteo de vuelta al río. Otra vez, y las blandas aguas vuelven a amortiguar la caída. El aire es también cálido, el sol que sube y sube en el cielo lo va calentando con el transcurrir de las horas. El murmullo de la corriente me arrulla de tal forma que casi me cuesta permanecer despierto. Pero no quiero perderme ni por un instante este baño de agradables sensaciones. Bálsamo para los sentidos.

En un momento, algo trastorna la paz del río. Es un chapoteo distinto, un movimiento diferente en las aguas. Exploro y me desplazo río arriba, río abajo. Por fin, veo la causa de la perturbación. Una quilla de madera invade las aguas, el resto de la pequeña barca flota por encima, en el aire. Una mujer recoge los remos dentro de la embarcación y deja que la barca se mueva ahora muy lentamente con la casi imperceptible corriente del río. Se extiende de nuevo el manto de silencio. Caudal de sosiego.
Con curiosidad, contemplo a la mujer. El sol centellea en el largo cabello que no queda cubierto por un sombrero de ala ancha. Ella mira con ojos en sombra hacia ninguna parte. Da una profunda bocanada, echa la cabeza hacia atrás y permanece así por un instante. El sol baña su rostro mientras sus párpados siguen cerrados. Su visión llega a extasiar. Después de haberse fundido con el lugar, lentamente saca una caña del fondo de la barca. Con parsimonia, continúa el ritual. Prepara el sedal, arma el anzuelo, dispone la plomada. Y ya me tiene atrapado, como si ella fuera irresistible sirena del río, solo espero a que llegue el momento preciso.
Realiza el gesto aprendido, atrás y adelante, el plomo vuela y luego el breve chapoteo. Un sonido metálico en el agua. Me acerco al anzuelo. Esto va a doler, lo sé, pero no importa, es solo un momento y es lo que quiero. Muerdo la mosca, trago el anzuelo. Ya lo tenía bajo mi piel antes de ser lanzado, ahora lo siento dentro de mí. Sacudo la cabeza de lado a lado, tiro con fuerza y me rasga un poco. Aviso de que la trampa consentida ha surtido efecto. Ya no puedo librarme.

La mujer se alarma. Es posible que pensara en una espera más larga, pero ha llegado el momento de pasar a la acción. Recoge rauda la línea y yo me precipito hacia el aire velozmente. Rompo el vidrio de la superficie del río con la cabeza y floto fuera del líquido, agitándome y convulsionándome. Aterrizo sobre las tablas, cerca de ella, que me mira satisfecha. Sigo sacudiéndome hasta que ella me toma en sus manos, más cálidas que el propio aire. Trato de contener la emoción, me muevo más suavemente, casi no siento ni el anzuelo, solo esas manos que parecen acariciarme. Con todo el cuidado posible, ella quita el anzuelo de mí. Y al hacerlo es como si me hubiera atravesado con otros mil deseados anzuelos indoloros que me tendrán por siempre sujeto a sus tiernas manos. Ya no quiero moverme de aquí nunca más, aunque mis branquias empiecen a notar la falta de líquido y la ausencia de aire respirable...
Y entonces sucede lo inesperado, ella me arroja de vuelta al río, a las gélidas aguas, al oscuro torrente. Lejos de ella, para siempre.

No quiero moverme... Me abandono al río y la corriente me separa de la barca, poco a poco. Me perderé entre las algas con un único recuerdo de mi dicha, con la cicatriz del anzuelo que tuve clavado entre mis carnes.

domingo, 1 de mayo de 2011

por una manzana

(área de descanso nº 127)
"(...) de igual forma que ni una sola hoja se torna amarilla sin el silente conocimiento del árbol todo,
tampoco el malvado puede hacer el mal sin la oculta voluntad de todos vosotros".
(Khalil Gibran, "El Profeta")


Esta mañana, al ver lo que había pasado en un cuenco con manzanas que tenía en la cocina, he recordado esas cosas que de niño me decían los mayores. Resulta que una de las manzanas (así, de repente, sin previo aviso) ha decidido suicidarse y en su afán autodestructivo se ha llevado a otras tres por delante. Hay quienes no saben quitarse de en medio sin salpicar al resto.
Supongo que hay manzanas camufladas entre las demás como lozanas piezas de fruta y que, valiéndose de ese disfraz, consiguen que las metamos en casa junto a las otras ignorando que son portadoras del maligno e invisible virus que altera los sufijos y que las lleva de tener una saludable personalidad a centrarse en su personalismo, transforman su integridad en integrismo y, no contentas con ello, piensan que su mejor actividad es dedicarse al feroz activismo de seguir extendiendo la plaga.

Pues eso. Arrojadas a la basura las cuatro bajas de la mañana, me quedé con los ecos de aquellos pensamientos lejanos (ya se sabe, el metafórico ¡ten cuidado: una sola manzana podrida estropeará a todas las del cesto! y otros por el estilo). A veces, me ha dado por pensar por qué no son las manzanas sanas las que recuperan a la enferma... y más estando en mayoría. Por qué resulta más fácil destruir que construir. Por qué la palabra "crítica" se aplica e interpreta mayoritariamente en forma negativa y no positiva. En definitiva, por qué (¡oh, momento friki!) el reverso tenebroso de la fuerza parece tener siempre más poder de convicción (e incluso de acción) que la propia fuerza.
Preguntas que se antojan de difícil respuesta.

Haciendo memoria, visualizo una conversación con un conocido, hace ya más de de una década. Hablábamos de las relaciones que se establecen en los grupos de personas y me decía este amigo que, básicamente, cuando se producen tensiones en el grupo, se manifiestan dos tipos de relaciones muy diferenciados: las de tipo cadena y las de tipo cuerda.
En las de tipo cadena, el fallo de un solo eslabón lleva al colapso de todo el conjunto. Si las tensiones hacen sucumbir a uno de los miembros del grupo, la reacción del resto es dividirse a ambos lados del que ha caído.
Por el contrario, en las de tipo cuerda, todos los miembros se comportan como fibras que, entrelazadas, actúan en equipo y responden conjuntamente arropándose unas a otras. Si las tensiones provocan el fallo de una de las fibras, esto no causa necesariamente la rotura de la cuerda puesto que las fibras están dispuestas paralelamente, en plan mosqueteros: todos para uno y uno para todos. Es más, en las relaciones tipo cuerda sí que se puede recuperar al miembro que ha fallado.
Me pareció una idea bien fundamentada, esta de mi amigo. Quizás es por eso que han pasado los años y todavía no he olvidado sus palabras.

Una cosa me resulta evidente: mis manzanas estaban en cadena. Y eso ha terminado con cuatro de ellas.