(área de descanso nº 194)
"Por otra parte, ahora ya no sé quién de ellos estaba en lo justo: cuando han pasado muchos años, el fuego de las pasiones se extingue, y con él lo que creíamos que era la luz de la verdad. ¿Quién de nosotros es todavía capaz de decir si tenía razón Héctor o Aquiles, Agamenón o Príamo, cuando luchaban por la belleza de una mujer que ahora es ceniza de cenizas?"
(Umberto Eco, "El nombre de la rosa")
Santa Cecilia, patrona de los músicos. Aunque quien ha dado el cante esta vez ha sido otra Cecilia. Está en los medios, allá donde se mire. La extraña noticia ha corrido como reguero de pólvora, extendiéndose inexplicablemente por los cuatro costados del mundo.
No es Cecilia la protagonista principal, sino su "obra maestra", esa restauración de un fresco en la iglesia del Santuario de Misericordia de Borja, en la provincia de Zaragoza. Una vez más, el autor a la sombra de su creación, que termina devorando al demiurgo que la trajo al mundo.
La dichosa "restauración" es un tema recurrente en muchas conversaciones que animan lo anodino y deprimente del panorama informativo en estos días. No es algo que se busque, sale solo. Por ejemplo, el otro día, con amigos y después de cenar, entre un mar de risas. Es que, lo siento, pero cada vez que me imagino el
Ecce-Homo-restaurado me da la risa floja. Y no lo entiendo. Me recuerda un poquillo (y salvando el abismo de diferencias, pero, como diría si se tratara de personas que no se acaban de parecer del todo,
me tiene un ligero aire a...)
El grito, de Edvard Munch. Lo ves ahí, con sus oscuros ojos alienígenas, la atormentada expresión, una boca que es un desgarro oblicuo, cabellera y barbas que más parece que el Ecce Homo tuviera un
shapka-ushanka bien calado en la cabeza y una bufanda rodeándole el cuello... y ¿cómo no tomarlo por un retrato expresionista? Qué diferente de la figurativa (y también vulgar e insulsa) obra original de Elías García Martínez.
No es tanto la pintura lo que me da la risa, sino las circunstancias que han rodeado el despropósito, la comparación, el
antes-y-después, lo rocambolesco, lo arraigado de la peripecia en la idiosincrasia nacional, el poco sentido del ridículo, el atrevimiento de la ignorancia, el sentido de lo artístico, el misticismo en alpargatas, el toque surrealista, los rostros ojipláticos, la indignación a destiempo, tarde, mal y a rastras... e incluso la disparatada cantidad de reacciones que una noticia absurda ha provocado en la faz de esta canica rodante por el cosmos proceloso. Sus risas también me dan risa.
Un famoso presentador de un programa humorístico extranjero pronuncia con cierta dificultad y acento característico el nombre de la "artista" española:
Se-sí-lia Gui-mé-nes, mientras su numerosa audiencia ríe a causa de la noticia. En un diario de la India, en las noticias de la televisión rusa, en una revista australiana, en un
late night estadounidense, en una viñeta de un ilustrador chileno... se han estado vertiendo imágenes y palabras sobre un asunto ocurrido en una remota comarca aragonesa que a duras penas serían capaces de localizar en un mapa. El tema ha dado también para que un montón de parodias hayan copado redes sociales como twitter o facebook. La blogosfera no se ha quedado atrás a la hora de dar cuenta de la "restauración".
¿Quizás es que esté pasando algo extraño con las noticias? Puede que solo sean unas ganas irresistibles de reírse después de tanto palo. Hacía falta alguna zanahoria que echarse a la boca. O unas carcajadas que salieran de ella.
¡Qué parecidos pueden ser los ancianos y los niños! En su ingenuidad, ellos esperan que el resto del mundo aprecie las buenas intenciones que animan sus actos. A mí me pasó de niño. Una tontería sin importancia, pero también relacionada con afán pictórico. Los ingredientes: un verano en el pueblo de mi madre (también en la provincia de Zaragoza) con mucho tiempo que gastar y
un peirón algo descuidado (en
fotos más recientes lo he visto muchísimo más atendido que antaño: incluso han llegado a decorar la parte inferior con piedra y azulejos), en un ensanchamiento de una calle muy cerca de la casa, con el encalado casi desprendiéndose y su par de fuentes, una a cada lado. Se me ocurrió decirle a la vecinita qué le parecía la idea de mejorarlo un poco, pintando algo alegre con unas ceras de color. Nada de pinturas que aplicar con brocha o espray, lo nuestro iba a tener una pinta mucho más colegial, no porque lo hubiéramos decidido así, sino porque era lo que teníamos a mano y no se nos había ocurrido otra cosa. Empezamos con entusiasmo, pero la obra era ardua. Y una vez empezada, no parecía serio dejarla sin terminar. En varios días, pintamos guirnaldas multicolores, grupos florales y no sé cuántas cosas más. Todo precioso. Nos lo parecía, al menos. Hubo personas que miraron y no dijeron nada, pero a los pocos días recuerdo que me cayó una gran bronca por vandalismo. O algo así. Y algún día después, la obra que tanto nos había costado terminar era tapada por un nuevo encalado que dejaba el peirón blanquito e impoluto. Me pregunto si aquel verano alguien se hubiera preocupado de ese peirón en el caso de que estos chavalillos-gamberretes-con-muy-buenas-intenciones no le hubieran metido mano.
Quizás el fresco de la iglesia borjana, esa obra hecha en un par de horas sobre un muro no tratado y que presentaba un aspecto lamentable, recibía la misma atención que el peirón desconchado, hasta que una octogenaria se decidió a perpetrar una extravagante restauración. A partir de ese momento se habla de
atentado contra el patrimonio, aunque unos días antes ese mismo patrimonio lo estuvieran barriendo del suelo, con escoba y recogedor.
No sé cómo se debió de llegar hasta ahí, pero imagino alguna conversación como esta:
- Cecilia, hija mía -comienza el cura-, ¿qué te parece si mañana te traes tus pinceles y tus pinturas, tú que eres tan habilidosa, y con esa maña que Dios te ha dado le metes un repasico a la talla de San Bartolomé, que tiene una rozadura en un costado?
- Ay, padre, claro que sí -responde la voluntariosa Cecilia-. Mañana mismico me pongo con ella.
Y así con varias piezas de la iglesia.
En su afán restaurador, un día, la buena de Cecilia descubre que el Ecce Homo también necesita un buen repaso, que se le está cayendo toda la pintura. Y como (supongo que alentada por el cura, algún parroquiano y también por su propio
orgullo servicial) ya se está gustando en esa labor de conservadora de la imaginería de la cristiandad, la señora no necesita más permiso que su disposición desinteresada para hacer las cosas. Pero tampoco lo hace clandestinamente, porque no tiene por qué esconderse cuando sus intenciones son inmejorables. Como los niños que pintan flores en un peirón del pueblo. Estas cosas se hacen a la luz del día, aunque los-que-en-el-momento-vieron-y-callaron luego pongan el grito en el cielo o nieguen su conocimiento de los hechos o su responsabilidad en el lío posterior.
Aguante, señora Cecilia, aguante. Reconozco que tiene que ser muy difícil pasar del anonimato más absoluto, en la cotidianidad de su pequeño pueblo, a ser la
starlette en las noticias del mundo entero. ¡Cuánta presión, señora Cecilia! De haberlo sabido, quizás hubiera registrado esa imagen que ya se ha paseado por todo el orbe y ha sido reproducida con frenesí. ¡Qué cantidad de royalties se ha perdido de cobrar, con la SGAE de su parte! ¿Y cómo hubiera podido saber el mismísimo Elías García que su insignificante obra (ahora cubierta por la "restauración") la verían hasta en las antípodas? Ni soñarlo siquiera.
Aguante un poco más, señora Cecilia, porque en este loco mundo todo pasa a velocidad de vértigo. Unos pocos días más y cualquier otra tontería mediática habrá eclipsado a su
Ecce Homo reloaded. Incluso es muy posible que el día en que celebre su próximo santo, el 22 de noviembre, el de la patrona de los músicos, suenen otras trompetas lejanas y ya apenas esbocemos una leve sonrisa si llegamos a recordar su trastada veraniega.