(área de descanso nº 164)
pareja amor-odio
La donna è mobile, qual piuma al vento, cantaba en Rigoletto el Duque de Mantua. Aunque creo que, sean señoras o señores, da lo mismo. Lo que nos hace así de mudables son las emociones tan dispares que se experimentan a lo largo del día. Tienen el gusto de agruparse en sentimientos y, a veces, esos paquetes sensibles pueden acabar encerrando afectos contradictorios hacia personas, animales, cosas o conceptos. Y se solapan unos y otros, predominando sobre su contrario según las circunstancias.
Con las semanitas que me ha dado blogger (y seguro que no he sido el único), he tenido ganas de largarle la patada y pirarme a la competencia. Pero imposible desentrañar todo el acopio de apegos que se han forjado durante años, por quienes están y por quienes ya no están, pero siguen siendo parte de todo esto.
Por más que mis comentarios terminen en las bandejas de spam de los correos de mis amigos, creo que seguiré celebrando cada encuentro, aun desde el silencio impuesto o desde las sombras, como ha tocado estar. Y seguiré conociendo a otros viajeros como se conoce a las personas en el mundo real: por un cruce de caminos, en que se ignora qué trayecto hay detrás y qué destino futuro se sigue. Pero deslumbrado en la intersección.
pares o nones
Un encuentro por sorpresa lleva implícito (precisamente) el impacto de lo inesperado. No podría ser de otro modo. Así fue que hace unos pocos días me encuentro, sin comerlo ni beberlo, con una amiga a la que no veía en años. Qué alegría, qué alboroto. Pero de verdad, nada fingido. Nos ponemos al día y nos reprochamos mutuamente porque no encontramos justificación válida para no haber mantenido el contacto en todo este tiempo. Al final, le echamos la culpa a la vida y tan campantes. Y nos hacemos el propósito de no volver a repetir este alejamiento.
También hay una sorpresa recíproca cuando nos contamos que seguimos solos. Quizás es que parece que la soledad es para bichos raros y que lo normal es emparejarse, así que nos quedamos hablando de nuestra escasa normalidad. Ella me dice que se considera bastante difícil (en el trato personal, se entiende) y yo respondo que lo mío también va por ahí. Entonces va y me dice que, cuando estás en pareja, a la persona que terminas conociendo de verdad y en profundidad no es tanto al otro sino a uno mismo. Y que se dio cuenta de que le gustaba tan poco lo que iba descubriendo, que decidió terminar la relación para no conocerse tanto. Pura cobardía, me confesó.
Bueno, de esto hace unos días, pero aún me cuesta dejar de pensar en ello.
el par desequilibrado
Era una de esas series que se podían ver en el canal autonómico, una de dibujos japos (esos que luego todo el mundo empezó a llamar mangas, como si fueran de confección de camisas) en que, capítulo tras capítulo, unos tipos cachas flotando en el aire se atizaban hostias como panes de lo lindo, lanzaban rayos y bolas de fuego por las manos, con las venas dilatadas y gritando a voz en cuello, y no sé cuántas cosas más. Bueno, yo la veía. Quitando las interminables puestas en escena, me tenía una gracia que ahora estas cosas ya no me tienen. Al grano: resulta que dos extraterrestres de pinta humana, un gigantón y otro más pequeño, se disponían a cargarse el planeta. Uno veía eso y se pensaba que el gigantón era el que cortaba el bacalao y el enano sería el que recogiera los trozos después de la masacre, como si fuera la mascota-llavero del otro. Pero eso era lo que el guionista quería que pensáramos, para pillar desprevenidos a los espectadores, por esas costumbres de fijarse en las apariencias y blablablá. Ahí, el que daba más fuerte y con más mala leche era el pequeñajo. El gigantón, mucho músculo y tal, pero al lado del compañero no tenía nada que hacer (de hecho, creo que el nano se lo acaba cargando, porque le estorbaba o le hizo sombra o le miró mal o vete a saber por qué).
Bueeeeeno, todo este rollo para decir que desde entonces he visto esto demasiadas veces en la vida real. Excepto lo de que uno se cargue al otro. Pero lo del pequeñajo y el grandulón haciendo pareja es demasiado típico. Y no sé qué pasa, si es que al tipo enorme le entra complejo de guardaespaldas o qué, pero en realidad se comporta como la sombra del otro.
Ya sabéis: el poder está en los bajitos.
Y esto lo suelto yo, que mido 1'70, tiene guasa. El problema es que tengo vocación de lobo estepario. Digo yo que si me interesara eso de ser macho alfa, debería buscarme una manada de gigantones para probar esta teoría.
con un par
Vas por la calle y te topas con las cafeterías y restaurantes abarrotados. Los centros comerciales llenos de gente cargada de bolsas (oye, que son las rebajas, tonto el último). En toda la ciudad, vehículos por doquier, que por sus matrículas parecen muy nuevos y por sus diseños muy caros. Personas espléndidamente vestidas a derecha e izquierda, delante y detrás, enganchadísimas a sus smartphones. Y, sin embargo, quejándose y lloriqueando. Ahora estoy entre dos fuegos: A un lado, un tipo andrajoso en el suelo trata de cobijarse bajo unos cartones, en silencio. Al otro lado, unas señoras con cara de haber cenado bien y enfundadas en sus abrigos de pieles cacarean acerca de lo mal que están sus vidas y de que no saben adónde van a ir a parar. Ahí, señoras mías, con un par.
- Señora, me parece fantástico que se ponga el listón donde más le plazca, pero venir a restregárselo por la cara a este hombre resulta de mal gusto. Hay momento y oportunidad para cada cosa.
Le iba a decir. Pero no creo que lo hubiera entendido. Así que siguieron con su cocoricó al lado del indigente.
Tengo la sensación de que los que más vociferan son los que menos motivos tienen para hacerlo. Es una sensación, no sé si real o no, pero me chirría demasiado.
Si un día me levantara por la mañana y me diera cuenta de que he perdido un brazo, estaría tan cabreado que saldría a la calle a gritar mi desgracia a los cuatro vientos. El problema es que podría encontrarme en la calle con
Nick Vujicic y eso me fastidiaría el plan. Yo no querría motivación para emerger, sino solo desahogarme.
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Hoy toca abrir mi ventana de par en par. No tanto para que entre el aire de fuera, sino para que una paloma mensajera le lleve un abrazo a alguien que quiero en un día muy especial.
Felicidades, papi.