martes, 30 de abril de 2013

no tengo tiempo

(etapa 21.13)
"El tiempo absoluto, verdadero y matemático en sí y por su naturaleza y sin relación a algo externo, fluye uniformemente, y por otro nombre se llama duración. El relativo, aparente y vulgar, es una medida sensible y externa de cualquier duración, mediante el movimiento (sea la medida igual o desigual) y de la que el vulgo usa en lugar del verdadero tiempo; por ejemplo, la hora, el día, el mes, el año".
(Isaac Newton, Philosophiæ naturalis principia mathematica)
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"La barca pasa, pero el río queda".
(Proverbio malayo)

Luego llegó Albert Einstein con su Zur Elektrodynamik bewegter Körper ("Sobre la electrodinámica de cuerpos en movimiento") de 1905, introduciendo en el panorama de la Física la teoría de la relatividad especial y dando una nueva vuelta de tuerca (¡y menuda vuelta!) a la concepción del tiempo. El mismo Einstein llegó a responder de forma evasiva cuando se le pidió una definición de tiempo: "Tiempo es lo que se puede medir con un reloj". Qué complejo.
El tiempo se entiende desde entonces como esa cosa a la que todo parece estar anclado y que se estira o se encoge dependiendo de la velocidad con que suceden los fenómenos ahí anclados. Además, la percepción del tiempo es subjetiva. Las experiencias vividas como novedad proporcionan una sensación de que el tiempo se ralentiza, mientras que lo rutinario provoca el efecto opuesto. Un ejemplo típico: cuando se observa un reloj de manecillas con segundero de movimiento no continuo (es decir, a saltos, segundo a segundo), la primera impresión es que el reloj está parado porque el primer segundo parece durar demasiado tiempo. Los demás segundos, en cambio, se perciben con normalidad. Es el efecto de lo novedoso en el cerebro. Por esta razón, una fórmula que se ha propuesto para lograr la sensación de que el tiempo no pase veloz en la vida de una persona es que esta se entregue a experiencias nuevas, aprendizaje constante, recorrer la vida por caminos distintos en vez de transitar los muy trillados.

De todos modos, el tiempo es limitado y no alcanza para todo. Lo común es pensar "no tengo tiempo". Pero esto no es cierto. Para todos el tiempo es el mismo. Unos lo aprovechan mejor, otros peor. El problema no es la cantidad de tiempo que se tiene, sino la gestión del mismo. Está claro.
No me voy a poner a dar consejitos sobre cómo gestionarlo bien, porque en esto siempre seré más alumno que profesor. Lo que sí puedo hacer es recordar un par de ilustraciones que vienen a cuento.

La primera será la del leñador. Dos leñadores tienen que talar un área de bosque. Ambos disponen del mismo tiempo para talar y descansar, tienen un  hacha idéntica y fuerza parecida. Lo que no emplean es el mismo método y eso marca la diferencia. Al final, uno de los dos leñadores ha conseguido hacer más trabajo en menos tiempo. ¿Cómo lo ha hecho? Uno ha empleado todo el tiempo en talar. El otro, ha talado y ha hecho pausas cada cierto tiempo para afilar el hacha. No ha sido tiempo perdido, sino una inversión de tiempo que le ha permitido optimizar el total. La gestión del tiempo tiene más que ver con las distintas tareas que ocupan el tiempo que con la cantidad total de tiempo disponible para una sola tarea.

La segunda ilustración será la de la caja, las piedras y la arena. Es parecida a la anterior, pero contada de forma más abstracta y más general. Si lleno una caja de piedras, todavía queda espacio entre los intersticios para seguir llenando la caja con arena. Se tendrá finalmente una caja llena de piedras y de arena. Pero si tomo una caja y la lleno de arena, ya no queda más espacio para piedras. La caja tendrá arena pero no piedras. Bueno, pues lo mismo ocurre cuando se llena el tiempo con diferentes cosas: si no se cuida el orden o las prioridades, entonces hay cosas para las que nunca se tendrá tiempo. Puede que llenando todo el tiempo con una sola actividad ya se esté servido, pero también se corre el riesgo de llevar una vida desequilibrada o con sensaciones de carencia.

La forma de vivir es, quizás, la mayor complejidad en todo este asunto del tiempo.

viernes, 26 de abril de 2013

casi

(etapa 20.13)
"Decidles que mi vida ha sido maravillosa".
(últimas palabras de Ludwig Wittgenstein)

En los últimos días, sus manos estuvieron unidas más de lo que había sido habitual en varios lustros. Los médicos habían enviado a su padre de vuelta a casa con el flaco consuelo de que la llama se iría extinguiendo sin apenas dolor físico, otra cosa sería cómo los sentimientos agitaran las mentes que ahora se mantenían juntas por las manos.
Mientras el sol declina en una tibia tarde, el padre contempla el rostro de su hijo bañado por los últimos rayos anaranjados. Ve mucha melancolía en él. Entonces se arranca en una confesión que ha madurado en ese ocaso incontenible.

Hijo, espero que tu vida sea tan dichosa y fructífera como la mía. En mis tiempos jóvenes decidí qué iba a hacer con mi vida, cómo me gustaría que transcurriera. Pensé que sería bueno para mí disfrutar de mis años de juventud, hacer buenos amigos, prepararme para la vida, para conseguir un trabajo, conocer mundo y divertirme. Luego, me asentaría, pero no demasiado. Trabajaría para ganarme la vida, tendría un lugar donde vivir, me enamoraría de una mujer extraordinaria y compartiríamos un camino juntos. Desarrollaría una curación para el cáncer, viajaría a algunos sitios soñados, seguiría aprendiendo siempre. Disfrutaría de la compañía de mis hijos y quedaría embelesado viéndolos crecer y dejando que me enseñaran todos esos secretos de la vida que solo los ojos infantiles pueden percibir. Me deleitaría con las cosas sencillas, adquiriría nuevas habilidades, cultivaría mi mente y mi cuerpo sin cesar, me mantendría siempre en crecimiento. Más tarde, sostendría a mis nietos sobre mis rodillas y reiría y jugaría con ellos, alcanzaría la paz mundial después de trabajar intensamente en ese objetivo, conocería a nuevas personas y seguiría alimentando la amistad de mis compañeros de juventud. Por último, estaría preparado para morir tranquilo, amparado por el amor de mi querida familia, y abandonaría serenamente este mundo.
Ya lo ves. ¿Cómo no voy a considerar que he tenido una vida abundante? He logrado casi todo lo que me había propuesto lograr. Solo hay tres cosas que me faltan. Pero las que más felicidad me han traído, esas sí las he conseguido. Además, de las tres que me han faltado, una estoy a punto de alcanzarla. Muy pronto.
No estés triste, hijo. Gracias por haber sido parte de esta maravilla.

martes, 23 de abril de 2013

día del libro

(empapelando el mundo)
"Hasta entonces había creído que todo libro hablaba de las cosas, humanas o divinas, que están fuera de los libros. De pronto comprendí que a menudo los libros hablan de libros, o sea que es casi como si hablasen entre sí. A la luz de esa reflexión, la biblioteca me pareció aún más inquietante. Así que era el ámbito de un largo y secular murmullo, de un diálogo imperceptible entre pergaminos, una cosa viva, un receptáculo de poderes que una mente humana era incapaz de dominar, un tesoro de secretos emanados de innumerables mentes, que habían sobrevivido a la muerte de quienes los habían producido, o de quienes los habían ido transmitiendo".
(Umberto Eco, "El nombre de la rosa")

Hace varios años, Juan Luis Cano y Guillermo Fesser (es decir, Gomaespuma) habían creado un divertido spot radiofónico para una campaña de promoción de la lectura. Empezaban intentando seleccionar las palabras más bonitas de nuestro idioma. Juan Luis citaba "madre". Oh, sí, comentaban, hermosísima palabra, no hay otra con un significado tan importante... Y entonces Guillermo mencionaba "libro". Qué gran palabra, le respondía Juan Luis. ¿Y por qué te gusta esa palabra? Guillermo le respondía: Es que yo, después de tantos días trabajando, hoy libro.
Quizás algo disparatado como promoción de la lectura, pero ellos son así. Lo de Gomaespuma es humor, no hay que darle más vueltas, pero he conocido algún caso real que daría mucha más risa si no fuera porque iba en serio. El que se lleva la palma se me va quedando lejano en el tiempo, aunque imposible de olvidar. Recién salida la primera generación de las Playstation, mi amigo B ya la tenía chipeada, incluso con algunos juegos en japonés (¡qué locura era moverse por los menús!), y aquello era lo nunca visto en calidad de gráficos. Un domingo por la tarde nos juntamos en su casa para jugar unas partidas. Estábamos solos en la casa, así que nos acomodamos en el salón y conectamos el aparato en la enorme pantalla del televisor para darle más emoción al asunto. Después de un rato (aquí, la relatividad del tiempo me impide concretar si fueron varias horas o unos pocos minutos), vuelve de un paseo su padre y se mosquea porque le tenemos ocupado el televisor. Mi amigo le responde que nos dé unos minutos para terminar una partida y que se entretenga con otra cosa mientras tanto. Respuesta de su padre: "Sí, no querrás que coja un libro".
Tal cual. Así sucedió y esa fue la frase. Mi amigo y yo nos quedamos ojipláticos perdidos e hicimos serios esfuerzos para no estallar en una carcajada que aumentara aún más el cabreo de su padre. Bueno, pasados los años, todavía seguimos utilizando la frase de marras para hacer alguna gracia, en plan de guasa.

Pero aquí he venido a hablar de libros, parafraseando al señor Umbral. De libros, en general, sin entrar en títulos en concreto. Hablar de libros (en general) es hablar de escritores y de lectores (también en general), porque los libros solos, cerrados y olvidados en una estantería o en una biblioteca, son demasiado lujo como para servir de elemento decorativo. Hablar de escritores y de lectores es hacer referencia a las relaciones que se establecen entre desconocidos a través de las letras y los espacios entre ellas, es hablar de acciones y reacciones a grandes distancias en el espacio pero también en el tiempo. Esto ya es para maravillarse.
Hay muchos tipos de lectores: los compulsivos, los selectivos, los todoterreno, los exhibicionistas, los discretos, los atentos, los despistados, los incisivos, los superficiales... Cada cual elige su manera. A pesar de todo, en ocasiones suceden cosas inexplicables. Por ejemplo, he conocido algunos lectores compulsivos, de los que se pasan la mayor parte del día leyendo, pero que luego escriben con algunas faltas de ortografía o errores de sintaxis. Algo que me resulta raro. Me decía un amigo que es imposible atravesar un campo embarrado sin que puedas evitar que el barro se te adhiera a los zapatos. Lo mismo con las lecturas: ¿cómo atravesar el campo de los libros sin que se te pegue algo? No sé, quizás hay gente que pasa tan rauda, que no se le pega todo lo que sería de esperar. Hace tiempo que practico la lectura pausada y la relectura. No tengo un cupo de libros que leer al año, no necesito correr como pollo sin cabeza para dar un informe o cubrir una reseña. Ahora me gusta leer de la misma manera que me alimento. Saboreando, paladeando, aprovechando, digiriendo, sin empachos. Y comer variado. Libro no es solo novela. Entiendo que la narración de historias es algo que nos acompaña a los humanos desde la noche de los tiempos. Gustan los relatos, de palabra, por escrito, en imágenes. Novelas, películas, series... han nutrido la fantasía de las personas durante generaciones. Pero la literatura es mucho más que el mero relato. Además de que dentro del género novelístico hay multitud de subgéneros, me gusta espaciarme en otros géneros distintos: poesía, ensayo, teatro... Es posible que de la lectura de poemas me haya llegado esa tendencia a la lectura pausada, a sentir muy adentro lo que es capaz de transmitir un autor a través de sus escritos. Emociones, sentimientos, pensamientos, concentrados en palabras.
Otra costumbre que ya no practico es la de recomendar libros concretos a personas cuyas preferencias ignoro. El gusto es algo muy personal y los libros no transforman por igual a cada uno, así que he desistido de proponer lecturas a personas que apenas conozco. Embarcarse en una lectura es aventurarse en un ejercicio de metamorfosis personal, de mayor o menor calado, pero metamorfosis a fin de cuentas. Ahí encuentro otra de las maravillas de la lectura: no me digas qué lees, sino muéstrame cómo te ha cambiado lo que lees.
Pero sobre todo esto se pueden decir tantas cosas... No hay una única ley. Hay tantas leyes como lectores. Se lee para formarse, para informarse, para entretenerse, para emocionarse. No hay límites. Dijo René Descartes que leer un buen libro es como conversar con las mejores mentes del pasado. ¿Quién da más?
Si no existieran los libros, yo no sé quién sería. Les debo mucho a los libros y por eso me gusta celebrar un día como el de hoy. Por profunda gratitud, hoy y (por supuesto) todos los demás días del año.

Pero mejor que hablar de libros es leerlos.
¿Qué haces hoy aquí leyendo un blog? Mejor que sea un libro.

domingo, 14 de abril de 2013

texturas de la memoria

(etapa 19.13)

Recordé una noche pasada en vela. Recordé a dos envueltos por la noche, de un lado a otro, bajo las estrellas. Dos insomnes. Dos que ríen, se abrazan, se besan. Dos que pasean, dos que toman algo aquí, dos que dialogan allí. Dos que deslizan su pasión por las horas de oscuridad.
Recordé un amanecer en la playa. Recordé la tibieza del sol naciente, sustituyendo el frescor de la madrugada. Recordé tu mirada, llenos tus párpados de cansancio, llenas tus pupilas de fragmentos de sol.
El sonido suave de las olas en la orilla, el graznar de aves marinas, el olor de la brisa que jugaba con tu pelo. Tu cuerpo se tendió sobre la arena y contemplaste el cielo. Vuelo de gaviotas rodeando la estela de un avión.
Recordé esa larga cicatriz de sangre dorada en la carne azul. El bisturí que iba abriendo la brecha en el éter era el mismo que en ese instante la estaba abriendo en tu mente, separándote del lugar en que estabas, separándote de mí, separándome de ti.
Recordé que horas después, en un aeropuerto, estaba desgarrándome contra la áspera corteza de una despedida.
Y quedó grabada en mí la textura de ese recuerdo.

miércoles, 10 de abril de 2013

veracidad y verosimilitud

(etapa 18.13)
Ich weiß doch: nur der Glückliche Sí, ya sé: solo al que es feliz
Ist beliebt. Seine Stimme se le quiere. Su voz
Hört man gern. Sein Gesicht ist schön. se oye con gusto. Su rostro es bello.
(...)......................................................
(Bertolt Brecht, Schlechte Zeit für Lyrik Malos tiempos para la lírica)

El tiempo es ese buen señor que pone a mi alcance la oportunidad de desarrollar el potencial que está ahí (eso parece), en alguna parte de mi persona, y a la vez también es el maldito bastardo que me va robando la inocencia, o la ingenuidad, o ese toque de frescura de las cosas nuevas que aún no se han ajado por el mucho uso. Son las dos caras de lo mismo, es inevitable.
Digo esto por un flash de la memoria relacionado con lo que viene después. En una de esas pelis que se ven en la adolescencia, y de las que no se recuerda ni título ni argumento ni nada más que algún detalle suelto, unos tipos se las ingeniaban para implicar en un delito a alguien inocente. ¿Cómo lo hacían? Fácil: la historia estaba ambientada en un futuro no muy lejano, donde el desarrollo tecnológico llegaba a la edición de imágenes de vídeo en tiempo real. Cuando digo "futuro no muy lejano", me refiero al momento en que la vi. Ahora ya sería "pasado reciente". El asunto es que los tipejos esos ponían la imagen del que no había hecho nada en vídeos en que aparecía cometiendo ese delito que le querían encasquetar. Esas imágenes se publicaban a través de los medios de comunicación de masas (medios y masas, que controlaban como si se tratara de marionetas) y todo el mundo se creía la versión en que el pobre tipo aparecía como peligroso delincuente. Luego venía la persecución de las autoridades, las dosis de acción en este tipo de películas, pero también un final satisfactorio en que se hacía justicia. Final tan satisfactorio como improbable.
Bueno.
Pensaba yo al ver todo esto con mis ojos cándidos, aquellos que el tiempo se llevó y me cambió por otros más taimados, que qué hijos de p... eran esos tipejos que lo trampeaban todo. Y qué asco de sociedad, esa del futuro que retrataba el film, en que la gente era tan manipulable por los mentirosos medios de comunicación.
Já.

Allá por los ochentas, parafraseando el poema de Brecht, "Golpes Bajos" cantaban que eran malos tiempos para la lírica. Si lo eran en los ochentas, cómo lo están siendo pasada la primera década del nuevo milenio...
Y si lo son para muchas cosas, también para las noticias. Ya no sé quién controla los medios de comunicación. Poderes, mafias, intereses ocultos o manifiestos... La irrupción de internet no ha aclarado el panorama. Los usuarios han (hemos) contribuido en buena medida en esa tarea de llenar todo de ruido. ¿Cómo escuchar algo con claridad en medio de tanto estrépito? Solo armándose de paciencia y buscando hasta debajo de las piedras. De lo contrario, lo más fácil es que suceda que alguien cuele un montón de trolas en medio de otras verdades.
Digo que es fácil, porque el viejo principio del ministro de propaganda nazi sigue funcionando: "Repetid una mentira miles de veces hasta que la convirtáis en una verdad". Y estamos en el boom de las campañas virales, de las cadenitas que se reproducen como churros, sin análisis ni cuestionamiento. Con todo tan polarizado, con tantas filias y fobias desplegadas en el ambiente, hay cosas con apariencia de verdad que pueden ser esparcidas a los cuatro vientos y que gozarán de gran aceptación entre millones de partidarios. Lo demás es esperar a que estos hagan su labor de siembra hasta que lo verosímil se haya convertido (¡sin serlo!) en veraz.
Pero hoy en día, ¿quién distingue lo veraz de lo verosímil? Ahí está el reto.
Si le ponen empeño, puede que sea un reto solo superable por aquellas personas realmente honestas, aquellas personas para las que una ideología no es lo mismo que una venda en los ojos o unas gafas con lentes de colorines.

jueves, 4 de abril de 2013

"fluctuat nec mergitur"

(etapa 17.13)

En la obra "Julio César" de William Shakespeare, en el acto 4, escena 3, Bruto le dice a Casio:

"Hay una marea en los asuntos de los hombres, la cual, tomada en pleamar, conduce a la fortuna; pero, omitida, todo el viaje de la vida está lleno de escollos y desgracias. En esa pleamar estamos ahora a flote; y debemos aprovechar la corriente cuando es favorable o perder nuestro cargamento".

Los días tienen la mala costumbre de descontrolarse. En realidad, el control es tan solo una efímera ilusión. Iluso es aquel que cree que controla sus pasos, cuando lo cierto es que todo escapa al control. Sin embargo, qué necesaria se hace en ocasiones la sensación de dominio de la propia vida.
Los días tienen la mala costumbre de descontrolarse. Empero, en su descontrol suelen abrir una rendija para que el navegante al menos pueda percibir sus mareas.
Hay una marea en los asuntos de los hombres...
Quizás fuera la mejor de las ideas no desperdiciarla en la pleamar, cuando el momento es favorable. Porque llegarán también los días difíciles.
Cómo no. Los días son así: tienen la mala costumbre de descontrolarse.

Aprovecho los vientos y las mareas. Me aferro a la buena corriente.
Sacudido por las olas, pero no hundido.

Iván Konstantínovich Aivazovski:

Буря на море лунной ночью (Tormenta en el mar en una noche de luna llena)