"El tiempo absoluto, verdadero y matemático en sí y por su naturaleza y sin relación a algo externo, fluye uniformemente, y por otro nombre se llama duración. El relativo, aparente y vulgar, es una medida sensible y externa de cualquier duración, mediante el movimiento (sea la medida igual o desigual) y de la que el vulgo usa en lugar del verdadero tiempo; por ejemplo, la hora, el día, el mes, el año".
(Isaac Newton, Philosophiæ naturalis principia mathematica)
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"La barca pasa, pero el río queda".
(Proverbio malayo)
Luego llegó Albert Einstein con su Zur Elektrodynamik bewegter Körper ("Sobre la electrodinámica de cuerpos en movimiento") de 1905, introduciendo en el panorama de la Física la teoría de la relatividad especial y dando una nueva vuelta de tuerca (¡y menuda vuelta!) a la concepción del tiempo. El mismo Einstein llegó a responder de forma evasiva cuando se le pidió una definición de tiempo: "Tiempo es lo que se puede medir con un reloj". Qué complejo.
El tiempo se entiende desde entonces como esa cosa a la que todo parece estar anclado y que se estira o se encoge dependiendo de la velocidad con que suceden los fenómenos ahí anclados. Además, la percepción del tiempo es subjetiva. Las experiencias vividas como novedad proporcionan una sensación de que el tiempo se ralentiza, mientras que lo rutinario provoca el efecto opuesto. Un ejemplo típico: cuando se observa un reloj de manecillas con segundero de movimiento no continuo (es decir, a saltos, segundo a segundo), la primera impresión es que el reloj está parado porque el primer segundo parece durar demasiado tiempo. Los demás segundos, en cambio, se perciben con normalidad. Es el efecto de lo novedoso en el cerebro. Por esta razón, una fórmula que se ha propuesto para lograr la sensación de que el tiempo no pase veloz en la vida de una persona es que esta se entregue a experiencias nuevas, aprendizaje constante, recorrer la vida por caminos distintos en vez de transitar los muy trillados.
De todos modos, el tiempo es limitado y no alcanza para todo. Lo común es pensar "no tengo tiempo". Pero esto no es cierto. Para todos el tiempo es el mismo. Unos lo aprovechan mejor, otros peor. El problema no es la cantidad de tiempo que se tiene, sino la gestión del mismo. Está claro.
No me voy a poner a dar consejitos sobre cómo gestionarlo bien, porque en esto siempre seré más alumno que profesor. Lo que sí puedo hacer es recordar un par de ilustraciones que vienen a cuento.
La primera será la del leñador. Dos leñadores tienen que talar un área de bosque. Ambos disponen del mismo tiempo para talar y descansar, tienen un hacha idéntica y fuerza parecida. Lo que no emplean es el mismo método y eso marca la diferencia. Al final, uno de los dos leñadores ha conseguido hacer más trabajo en menos tiempo. ¿Cómo lo ha hecho? Uno ha empleado todo el tiempo en talar. El otro, ha talado y ha hecho pausas cada cierto tiempo para afilar el hacha. No ha sido tiempo perdido, sino una inversión de tiempo que le ha permitido optimizar el total. La gestión del tiempo tiene más que ver con las distintas tareas que ocupan el tiempo que con la cantidad total de tiempo disponible para una sola tarea.
La segunda ilustración será la de la caja, las piedras y la arena. Es parecida a la anterior, pero contada de forma más abstracta y más general. Si lleno una caja de piedras, todavía queda espacio entre los intersticios para seguir llenando la caja con arena. Se tendrá finalmente una caja llena de piedras y de arena. Pero si tomo una caja y la lleno de arena, ya no queda más espacio para piedras. La caja tendrá arena pero no piedras. Bueno, pues lo mismo ocurre cuando se llena el tiempo con diferentes cosas: si no se cuida el orden o las prioridades, entonces hay cosas para las que nunca se tendrá tiempo. Puede que llenando todo el tiempo con una sola actividad ya se esté servido, pero también se corre el riesgo de llevar una vida desequilibrada o con sensaciones de carencia.
La forma de vivir es, quizás, la mayor complejidad en todo este asunto del tiempo.